News Press Service
El País
A finales de 2015, mientras decenas de líderes mundiales firmaban el Acuerdo de París, Valerio Rojas, un pescador de Untavi, en el altiplano boliviano, buscaba transporte para llegar a la capital de su departamento, Oruro. Quería alertar de que el lago del que vivía su comunidad había desaparecido. El fenómeno, que los expertos atribuyeron a una mezcla de un ciclo natural con los efectos del cambio climático y la mano del hombre, había hecho migrar al 80% de sus vecinos, según denunció entonces el líder comunitario en el periódico local. A más de 4.000 kilómetros de distancia, en una aldea de Jocotán, en el corredor seco de Guatemala, un agricultor llamado Joaquín Gutiérrez se preparaba para migrar a Estados Unidos. El cambio en los patrones de lluvias estaba acabando de secar las tierras que habían dado de comer a su familia durante generaciones y él había decidido tirar la toalla.
Lejos de las negociaciones en la capital francesa donde se buscaba el acuerdo para mitigar los efectos del cambio climático pensando en el futuro, los dos hombres estaban sufriendo sus efectos en presente. Como ellos, miles de latinoamericanos llevan años teniendo que tomar decisiones para tratar de adaptarse a sequías que convierten tierras fértiles en desiertos, huracanes cada vez más potentes que desplazan comunidades, costas engullidas por el mar o especies que se extinguen.
Aunque la región es responsable de menos del 10% de las emisiones contaminantes a nivel global, es una de las que más sufre los efectos del calentamiento global. “La contribución es muy pequeña y lo más importante es que estas emisiones no proceden del uso de combustibles fósiles, que es el gran debate, sino más bien de sectores que para el planeta y la región son muy importantes como son el agropecuario y la silvicultura, el sector forestal”, explica Alicia Montalvo, gerente de Acción Climática y Biodiversidad Positiva de CAF-banco de desarrollo de América Latina. Para la experta, en la región existe un “círculo vicioso”: la agricultura es el sector que más sufre la escasez del agua y el deterioro de los ecosistemas, pero el cambio climático también está extendiendo la frontera agrícola, lo que genera más emisiones derivadas de la tala de los bosques o de metano, en el caso de la ganadería.
Además, apunta, los efectos del calentamiento global se cruzan con la vulnerabilidad económica en la región más desigual del planeta. “No podemos negar que, frente a los desastres naturales que se están produciendo con mayor frecuencia, las infraestructuras no están preparadas y la gente no tiene recursos para enfrentarlos”, reconoce Montalvo. Ese fue el caso de la familia de Valerio Rojas. Más de seis años después de que el pescador denunciara la desaparición del lago Poopó, una buena temporada de lluvias ha devuelto el agua a sus cuencas, pero no los peces de los que vivían. Él migró y encontró trabajo como obrero, según cuenta su esposa Cristina Mamani, quien tuvo que irse a otra ciudad, a ganarse la vida con la venta de ropa usada.
El destino de Joaquín Gutiérrez en Guatemala fue diametralmente opuesto, y el contraste entre ambos casos ilumina la diferencia que puede hacer la existencia de alternativas frente a los efectos de la crisis ambiental. El campesino no consiguió migrar a Estados Unidos, pero pudo acceder a un programa de ayuda para adaptar sus cultivos al cambio climático. Gracias a técnicas de adaptación de suelos y cultivos para retener la humedad, ha convertido sus tierras casi desérticas en una huerta llena de plantas y árboles frutales, además de los granos tradicionales como el maíz y frijol. Ahora es un ejemplo para sus vecinos y una muestra de que la mitigación es posible incluso en las condiciones más adversas.
La biodiversidad y los recursos naturales serán claves en la capacidad de América Latina para revertir los efectos del cambio climático. Alicia Montalvo recuerda que la región cuenta con casi el 60% de los bosques primarios del mundo —los que no han sido reforestados— que tienen la capacidad de absorber 104 gigatoneladas de carbono, el doble de las emisiones globales anuales. Para la funcionaria de CAF, la potencia verde latinoamericana y caribeña aún no se ha puesto en valor en el debate internacional. En ese cambio de paradigma, propone poner el foco, además, en temas como la economía azul —la capacidad de corales y manglares de absorción de carbono— o la puesta en valor de los ecosistemas marinos y costeros para el turismo sostenible.
En las costas de Ecuador, uno de los países más biodiversos del mundo, trabaja Cristian Intriago, un joven de 25 años que lidera un proyecto de conservación y monitoreo de nidos de tortugas en Puerto Cabuyal. Hasta allí llegan cuatro de las cinco especies de estos animales que transitan Latinoamérica, la mayoría en riesgo de extinción. Su trabajo: involucrar a las generaciones futuras en la tarea de conservar y reducir las amenazas a las que están sometidas. Al sur de Ciudad de México, la apicultora Sandra Corales lleva adelante una misión similar para recuperar las abejas, fundamentales para el ecosistema pero cada vez más acorraladas por el uso intensivo de agroquímicos. También ella dedica parte de su esfuerzo a generar conciencia en los más jóvenes, pero trabaja en tiempo presente, porque es posible hacer cambios desde ahora.
Estas historias corresponden al lanzamiento de ‘Desde la zona cero’, una serie por la que latinoamericanos cuentan en primera persona cómo les afecta el cambio climático y cómo tratan de adaptarse a él.