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Por Gerney Ríos González
riosgonzalezgerney@gmail.com
Auge económico y decadencia de la hermosa región tolimense
No cabe duda que este municipio, uno de los más notables y simbólicos del Tolima fue en un tiempo despensa económica del Nuevo Reino de Granada y la República de Colombia. Se perfiló internacionalmente como la cantera del dinero, gracias a la industria tabacalera.
Ambalema situada en el Valle del Magdalena en la Cordillera Oriental y cercada por el ramal central de los Andes, no tiene una fecha exacta de fundacion y distintos historiadores disputan el honor de precisarla cuando los españoles se asentaron en su territorio, dominando a los indígenas panches y pijaos, dueños y señores de la heredad, mucho antes del Descubrimiento de América.
1786, fecha fijada por los cronistas Manuel Zamora, Felipe Pérez y Joaquín Esguerra en tanto que Eugenio Gómez y Eduardo Torres consideran el año 1776; los primeros, consideraron que el asentamiento fue durante el gobierno virreinal del Arzobispo Antonio Caballero y Góngora; se atribuye el año 1774 a Manuel Antonio Flórez. Rafael Gómez Picón la fija en 1774 y Héctor Villegas y José Maria Cachón se deciden por 1656.
De todas formas, no hay una fecha exacta debido a las circunstancias de la Conquista y la fundacion de pueblos por los osados soldados y adelantados que dominaron a las feroces tribus de entonces. Alejandro Carranza anota que el levantamiento de poblados no tiene fechas ciertas, gracias a los vaivenes de la odisea en las montañas de lo que hoy es Colombia y con ello el Departamento del Tolima.
Parece ser que el control integrado que impuso el gobierno español fue el de las “visitas” y la del doctor Lesmes de Espinosa Saravia a Tocaima en el año 1627 el punto determinante de la fundacion de Ambalema, en el gobierno de don Juan de Borja de 1605 a 1628, quien ejerció un riguroso control sobre la Real Audiencia, organizando expediciones a los territorios dominados por la Corona. Así, lesmes de Espinosa Saravia visitó como Oidor en enero de 1613 la gobernación de Muzo y Corregimiento de Vélez. Otro tanto hizo en Tocaima, Mariquita, Anserma e Ibagué en el año 1626, coincidiendo con la fundación de Ambalema.
El 5 de enero de 1627 se conoció un acto de Lesmes de Espinosa Saravia en el cual ordenaba reducir a los indígenas y fue el escribano Rodrigo Zapata quien comunicó la noticia a Tomás Bocanegra. Pasados tres días el propio Lesmes comisionó a Zapata para “que haga la lista y descripción de los indios de Tomás Bocanegra, Francisco del Campo, Jacinto de Prado y la Corona Real y para que haga una visita a los sitios en que se encuentran o de los que fuerenmás a propósito para conseguir la reducción de estos indios y los demás que hubieran de poblar juntos”.
“En cumplimiento del decreto, Rodrigo Zapata salió de Tocaima el 11 de agosto llegando al día siguiente a Ambalema de Tomás de Bocanegra, que entonces se llamaba así. El 13, sin perdida de tiempo, realiza el censo de la población. El 15 de agosto de 1627, después de concluida la tarea de Rodrigo Zapata, el doctor Lesmes de Espinosa Saravia, ordenó la fundación de un poblado en el sitio de Ambalema de Tomás de Bocanegra, tal como consta en el documento que reposa en el Archivo Nacional de Colombia”. (Germán Santamaría – Ambalema, 1986, compañía Agropecuaria e Industrial Pajonales S.A., talleres Gráficos de Impresora Feriva Ltda., Cali.).
Los historiadores están de acuerdo en señalar el antiguo nombre de Ambalema de Bocanegra y no San Juan de la Lagunilla, residencia campestre de Tomás de Bocanegra con su esposa e hijos, cercana a concentraciones de indios, como lo usaban los Encomenderos de la Corona. José Maria Cachón sitúa el palacio de San Juan de la Lagunilla en la meseta de El Chorrillo. Pero la fundación de Lesmes de Espinosa Saravia quedó localizada frente al poblado de Beltrán, una especie de puerto sobre el Magdalena con un constante trafico de canoas.
El 17 de septiembre de 1825, un feroz incendio devastó a la ciudad de Ambalema; se salvó una factoría tabacalera que costó en ese entonces a sus propietarios la no despreciable suma de 40 mil pesos. Estaba situada en la ribera este del Rió Madre de la Magdalena, por lo que muchos vecinos pidieron trasladar la cabecera municipal a ese sitio sin que se pusieran de acuerdo.
Pajonales fue separado de Venadillo en 1797 y agregado a Ambalema. En 1847 la ciudad fue decretada cabecera de cantón con la creación del Concejo Municipal. El decreto 1191 de octubre 10 de 1905 convirtió a Ambalema en cabecera de circuito; con notario y registrador, seria distrito judicial del Tolima, integrado por los municipios de Guayabal, Lérida, Piedras, Caldas y Venadillo.
TABACO, RIQUEZA DESTRUCTORA
Ambalema nació privilegiada para la codicia de nacionales y extranjeros. Del norte de Colombia se nutrió la población de cosecheros de la hoja de tabaco. De la Nueva Granada y partiendo de Bogotá llegaron funcionarios y empresarios atraídos por la fortuna. De Francia, Italia e Inglaterra incursionaron prósperos comerciantes atraídos por el Nuevo Dorado. Ambalema, pequeño pueblo de clima ardiente, sobre la Cordillera Oriental en tierra tolimense, situado en el centro de Colombia entre Girardot y Honda, aledaño al RióMagdalena, lo circundan los ríos Coello, Opía, Totare, Venadillo, Rió Recio, Sabandija y Lagunilla.
Es cierto que Ambalema fue durante el siglo XVIII y parte del entrante XIX la más próspera despensa colombiana que abrió las puertas a la noción del comercio internacional y luego cayó en la desgracia, en la ruina económica, abandonada a su suerte por los poderes estatales. Pero como el ave mitológica, la ciudad ha retornado a su actividad, no con los ímpetus de antaño pero si ágil en el comercio pueblerino de los asentamientos humanos del Tolima, alimentados por el caudal del Rio Magdalena abierto a la navegación comercial y transporte de carga.
La bonanza económica de Ambalema comenzó con la presencia de dos emprendedores antioqueños, Montoya y Sáenz, que integraron una compañía para la siembra de tabaco, oteando un brillante porvenir económico. Tal fecha se remonta a 1809. El tabaco fue la puerta abierta para nuevas campañas de progreso en el amplio y fértil Valle del Magdalena, derrotando los ideales de la sociedad esclavista de la época.
El gobierno abrió la llave de las exportaciones y Ambalema comenzó su progreso económico sin antecedentes en la historia del país. Montoya & Sáenz y CIA era una enorme empresa solventada con las concesiones oficiales; se convirtió pronto en monopolio del tabaco y duplicó su producción a partir de 1835. Elevó los despachos internacionales de tabaco de Ambalema de 18 mil a 200 mil pesos anuales.
La ciudad fue conocida en los bancos londinenses, en los salones aristocráticos de Versalles – Francia y Berlín – Alemania. Atracaron en su muelle los vapores de Juan Bernardo Elbers que trajeron de Europa a las damas de la alegría y el amor, de strapless, mariñaque y corsé, empapadas de perfumes parisienses. Los jornaleros, dueños de plantaciones de tabaco, vagos y forasteros, gozaron del amor prohibido, el oro, la bonanza y soñaron con conocer el Viejo Mundo.
La guerra civil de 1840 dejó huérfana de brazos de trabajo las plantaciones de tabaco en Ambalema, las damiselas se fueron a otros lares, comenzó el cultivo en otras latitudes y regiones extranjeras avizoraron el monopolio de la hoja. Ahí llegó la crisis y la decadencia.
Vale la pena recordar compañías que hicieron la bonanza del tabaco en Ambalema. Fueron 50 mil los habitantes de la ciudad en esa época de esplendor. Hoy son poco más de 10 mil. La gran mayoría de operarios trabajaron para la Casa Inglesa, deslumbrante construcción con 54 cuartos enchapados con mármol de las canteras de Carrara Italia. Pero surgieron otras a la par como la Habanera, fábrica de tabacos Patria con 500 personas a su servicio y otras factorías de menor calado y capital, que contribuyeron a llenar las arcas del Nuevo Reino de Granada y la incipiente Colombia de finales de siglo XVIII y comienzos del XIX.
La bonanza del tabaco causó desastres sociales. Los más encopetados personajes del país y del extranjero fumaron puros, cigarros y chicotes producidos en Ambalema. Winston Churchill era aficionado a ellos. La Primera Guerra Mundial y nuevas plantaciones en el Viejo Mundo y regiones asiáticas, plantearon el ocaso económico de Ambalema.
El auge trajo consigo páginas dolorosas en el orden social de ese colectivo entregado al trabajo creador, que le dio progreso a la comarca tolimense, que proyectó al Tolima como centro de la febril actividad productora y dio prestancia a la economía regional y nacional poniendo en bocas extranjeras el nombre de Ambalema.
La fiebre de las ganancias, el dinero que brotaba a borbotones en el Valle del Magdalena gracias a la hoja de tabaco, también fructificó en tragedia. La locura del dinero arrojó a propietarios, jornaleros y familias enteras, en los brazos de la embriaguez. Tal la dramática descripción que enseguida leeremos:
“La segunda es una enfermedad crónica en casi todo nuestro país, pero que en ninguna parte había presentado caracteres tan agudos como en el Tolima, y especialmente en Ambalema: la embriaguez. El aguardiente de caña es la bebida popular de nuestras poblaciones de tierra caliente y el abuso de ella alcanza ya las proporciones de una cuestión social de primer orden; pero que ninguna otra parte ha presentado la intensidad que desplegó en aquella comarca de 1850 a 1870 cuando la abolición del monopolio levantó el precio del tabaco en rama de 0.90 a 5 o 6 pesos la arroba y cuadruplicó casi de un golpe la tasa de los jornales.
No se bebía el aguardiente de caña sino coñac, ginebra y otros licores extranjeros, a precios altos; tampoco se le tomaba en dosis pequeñas de cinco centilitros a lo más, como de antaño, sino en vaso y aún en totuma.
La perversión de vicio fue más lejos todavía; no se bebía puro y sin mezcla, sino una combinación extraña de licores y vinos; de aguardiente, brandy, vino tinto, de Málaga y de Oporto, con el nombre calumnioso de matrimonio” y después con el más expresivo de “tumbaga”. La noche del sábado presentaba en las calles de Ambalema el teatro de la más espantosa orgía.
Por todas partes mesas de juego; en gran número de casas bailes de lechona, de esos que la tradición ha bautizado con el nombre expresivo de candil y garrote; en todas las esquinas, corrillos de tiple y bandola, rodeados de gran circulo de cosecheros y alisadoras, que celebraban con grandes risotadas canciones obscenas. Recuerdo haber oído en uno de ellos mercachifle o buhonero, que por lo visto debía de ser casado y padre de familia, algo más cargado de alegría de lo necesario, cantar con voz agonizante de caña rajada, esta estrofa, fiel traducción del sentimiento dominante en la multitud: quien fuera libre y soltero/señor de su voluntá/pa tunar toda la noche /al uso de jatativa”.
La fiesta duraba hasta el amanecer, para recomenzar el domingo, después de misa, hasta las cuatro o las cinco de la tarde, hora en que los cosecheros tomaban la vuelta de sus campos, provistos de un mercado semejante al que un antiguo jefe de la Independencia censuraba por demasiado gasto en pan, al ordenanza, que le avisaba llevar para la campaña nueve pesos y medio de aguardiente y cinco reales en pan.
Toda la labor de varios meses de trabajo asiduo, era consumido en un día y lo que es más lastimoso, en compañía de mujeres e hijos. No hubo una caja de Ahorros que tratase de hacer siquiera menor el desastre, ni una autoridad que persiguiese los juegos y pusiese algún freno a la prostitución, ni un ministerio del Evangelio que levantase la cruz e hiciese oír palabras de temperancia y dominio sobre las pasiones en medio de esa multitud desenfrenada. Nada quedo de esa prosperidad pasajera sino el dolor de haberla perdido. Era imposible que, dadas esas condiciones iniciales se pudiera combatir contra un tropiezo en el camino industrial. (Salvador Camacho Roldan, Notas de Viaje. Colombia y Estados Unidos de América, Bogotá, Librería Colombiana Camacho Roldan y Tamayo, 1890 Págs. 74-76).
Salvador Camacho Roldan fue un eminente intelectual, (1828-1900), jurista, periodista, político y fundador de la sociología en Colombia. Observador cuidadoso de la vida de las poblaciones como Ambalema. Se horrorizo de la intemperancia de los moradores frente a la bonanza económica producto del tabaco y la actividad de las factorías. Embriaguez y despilfarro, fueron las notas centrales de esa época, según su crudo testimonio de cómo se arrojo por la borda el esfuerzo creador de esos años, asunto que los tolimenses, divididos entre panches y pijaos poco recuerdan en la actualidad, a pesar de encontrar un punto de fusión en el cerro la Picota en el municipio de Alvarado.