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Por Gerney Ríos González
Mario Arias Gómez, Pensador Andino
Tiene por objeto presentar a luminosos egresados de nuestra casa paterna, la Universidad La Gran Colombia, fundada el 15 de noviembre de 1950; mítico templo del saber que inició labores en febrero de 1951, reconocida como corporación privada -sin ánimo de lucro-, mediante personería jurídica del 24 de mayo de 1953, estatus que conserva actualmente.
Vanguardia de las más importantes inteligencias del país, de las cuales el presente registro tiene por objeto dejar constancia de su existencia, imprescindible tarea en razón a que enaltece y resalta la otoñal pléyade de Grancolombianos, únicamente por sus méritos y objetivo -único-, rescatarlos de sus ‘Cien años de soledad’, en razón a que cada cual marcó o deja su impronta en el mundo del saber y del servicio público.
Lista que complementa el jurista grancolombiano egresado en 1978 y especializado en Derecho Comercial en la escuela de la UGC. Fértil escritor grecolatino, don Mario Arias Gómez, ataviado con múltiples facetas y matices; reserva moral e intelectual, que ha contribuido a dar lustre al pensamiento de Simón Bolívar y Miguel de Cervantes.
Acotación que de antemano -estoy seguro- va a causarle molestia, tomado en cuenta -dirá- que lo expone, fugazmente lo saca de su predispuesto, decidido por voluntad propia, inamovible monacal aislamiento, bajo perfil en que desea -lo digo con conocimiento de causa- permanecer en el tramo de su privilegiada existencia, luego de alcanzar el Everest de sus fatigosos, fructíferos ochenta (80) años, este ‘milésimo hombre’, como Rudyard Kipling -poeta inglés-, rebautizó a los fuera de serie. Por tanto, me explayo como cuando los ríos de agua viva tributan al mar y éste, al océano.
Cálido personaje, dotado de una aguda sensibilidad poética y curiosidad estética -sin límites-, quien, a semejanza del inmortal bardo chileno, Pablo Neruda, puede con él, decir ‘Confieso que he vivido’, título del libro que recogió sus memorias, y que el esquivo amigo, puede agregar como subtítulo a su pedestal: ‘Misión cumplida’.
Versátil profesional del derecho; imaginativo, creativo, multifacético, prolífico e irreverente; exquisito escritor, dotado del dificultoso, peliagudo arte narrativo; detallado, sólido ensayista; escrupuloso historiador, extremadamente minucioso, miembro de la «Sociedad Bolivariana del Estado Zulia», la “Academia de Historia Policarpa Salavarrieta Ríos”, la “Academia de Historia José María Córdova Muñoz” y la “Academia Hispanoamericana de Letras, Ciencias e Historia Miguel de Cervantes Saavedra”. Sesudo analista geosociopolítico, sinónimo de Pacto Andino: Colombia, Perú y Venezuela
Defensor a ultranza -sin resquicios, ni concesiones- del bien común, el interés ídem; del medio ambiente; con reconocida autoridad, solvencia moral en su insomne apostolado en favor y al servicio de los más humildes, de los abandonados por la fortuna, los aplazados, excluidos, los pobres; “de los atormentados que van regando su existencia con el invierno de sus propios ojos”.
Alucinantes realidades sociológicas, vergüenzas que agobian al país, ejes de sus aceradas, inamovibles, irreprimibles creencias -inmodificables como el color de sus ojos-; acatado, valioso caldense; amable, leal, noble, paciente valor humano, arquetipo del amigo, sin par e irrepetible; estudioso -sin claudicaciones- de la actualidad, cambiante realidad nacional, del contencioso social; extrovertido, chispeante contertulio; cultor indeclinable del idioma, de la lingüística, la ética periodística; filólogo; ágil prosista de ameno y fluido lenguaje, afiebrado, fanático del adjetivo; furibundo e indócil político; rebelde -sin causa-, que no soporta la soberbia de los politiqueros.
Impactante e incorregible, travieso interlocutor que, tras una aparente y socarrona timidez, esconde un ácido corrosivo, irónico, pícaro, repentista, sarcástico sentido del humor; entretenido, sublime rapsoda, bachiller lasallista del Colegio Nacional del Oriente de Caldas, de su amada y cortejada Pensilvania, patria chica a la que le canta a mañana, tarde y noche.
Florida prosa con la que desmenuza, escudriña las reformas impulsadas por el vertiginoso, retórico presidente Petro, al que apoyó electoralmente y defiende provocativamente su bien intencionado, -asegura-, programa de gobierno, a pesar del asedio e iracundia de los opositores, no sin recomendarle en el preciso momento al Presidente: atemperarse, serenarse, susurrándole de paso al oído, sin calculadas evasivas, autorreflexivas, incómodas e irrefutables verdades que marcarían nuevos rumbos, senderos distintos, como la prioritaria, urgente reforma moral -antes que la política, que trastrocó los más caros valores-, reforma que propendió por corregir, transformar, mudar las costumbres, hábitos y la mentalidad de los colombianos extraviados.
Acotaciones -cosecha de Arias Gómez- que complacido, resumo con placer, las cuales resaltan como causa primera del innegable e insondable desbarajuste institucional, consubstancial con la endémica e incierta desatendida problemática que aqueja a la desfalleciente madre patria, que propiamente no es producto de las leyes sino de la doble moral de la inescrupulosa y egoísta dirigencia, que desde La Colonia viene sobreponiendo lo individual sobre lo comunitario, apegada -como lo sentenció el mariscal Gilberto Álzate Avendaño (1910-1960)-, “con el alma prendida de un inciso”.
Patrióticos, meridianos prolegómenos conceptuales unipersonales, con los que Arias Gómez aborda, define, sustenta -imparcial, límpida, justa, neutral, responsablemente-, los candentes, cruciales, relevantes asuntos patrios; mira a través del cristal que le da ese particular tono gris al deteriorado paisaje político-social que poco ha cambiado en los últimos tiempos, urgido -insiste-, de una asepsia, una profilaxis sistémica, que expulse a los amargados viudos del poder; aguafiestas -incurables- que no aceptan, ni comulgan con el cambio, ni se avienen al diálogo, a consensuar las reformas propuestas.
Desahuciados -prosigue- atravesados como mula muerta a la histórica oportunidad -quizás única- de ‘aggiornar’ el remedo de democracia que digerimos, nutricia de los variopintos movimientos causantes del arraigo del atraso del pueblo.
Coherente, didáctico diagnóstico del digno heredero del cofrade, Alfonso Palacio Rudas, tolimense, panche-pijao, ‘que no tragaba entero’, difícil de encasillar políticamente. Románticas evaluaciones machacadas en sus columnas de opinión, que riegan luces sobre la anarquía plasmada, que cunde en la escorada nación, resultas de las trabas de las medianías en cuestión, que inmemorialmente han estorbado cualquier solución.
Cruda prescripción incómoda para el statu quo político, que descalifica despectivamente y tacha de inocuo gacetillero, sin talla ni credibilidad, que lo ha hecho -muchas veces- pensar que lo suyo es una causa perdida; desánimo temporal que suple de inmediato con denuedo, más brío, en el entendido que. por la misma razón, debe llenarse de paciencia y nobleza -posibles- para defenderla.
Arias Gómez accedió a esta mini-entrevista, en un momento en que apesadumbrado despedía -figurativamente-, a su entrañable exmagistrado y exministro, Hernando Yepes Arcila, quien contó con el grancolombiano Fabio Olmedo Palacio Valencia de viceministro de trabajo. En medio del dolor tuve limitado acceso a su hemeroteca o añoso “baúl de los recuerdos, de las lejanas anécdotas”, donde resguarda sus íntimas memorias, color sepia:
¿Cuál su hoja de vida?
En medio de su altivez, evadió la pesquisa con este ilustrado relato:
“Remontándonos a la Roma antigua, no existía otra carrera profesional reconocida y valorada más que la política -de la que, guardadas proporciones- me ocupé, En dos mil y pico años, nada ha variado. El Cursus Honorum, sintetizaba entonces los méritos, honores, valías y virtudes de aquellos ilustres pobladores a quienes los comicios -cíclicos- iban colocando “en las diferentes magistraturas republicanas, desde edil hasta cónsul”. Periplo que se grababa en piedra y exhibía en lugares públicos para conocimiento general. Antecedente primero de un “curriculum vitae”. En ninguna piedra de mi amado terruño -estoy seguro, aparece mi nombre”.
“Siglos más tarde, Leonardo Da Vinci, a finales del siglo XV, al no lograr ser seleccionado para pintar la Capilla Sixtina, abandonó desencantado su taller florentino, en busca de una ciudad más abierta. Fue entonces cuando le escribió al duque de Milán, Ludovico Sforza, carta en la que resumió sus heterogéneas y múltiples facultades para el encargo. Resumen estimado realmente como el primer ‘curriculum vitae’ de la historia”.
¿Políticamente con quién se inició?
En la arena política, con Luis Granada Mejía, al que llevo en mi memoria y en el corazón; el médico, Héctor José Jiménez; Héctor Flórez -el jefe chiquito- y Julio César Uribe Acosta -‘el doctor tachuela’-; con los contemporáneos, apreciables todos, con los que irrumpí en la ardorosa, épica, relampagueante etapa de la «disciplina para perros» capricho del gran ‘monstruo’ que fue Laureano Gómez Castro, entre ellos: Hernando -quien acaba de emprender el viaje eterno- y Omar Yepes Álzate (primos), Augusto Trejos Jaramillo, Rodrigo Marín Bernal, Augusto Gómez, Gustavo Orozco, Diego y Humberto Arango, Mario Humberto Gómez, Bernardo Cano, Baltasar Ochoa, Emilio Echeverry, Guillermo Botero, Augusto León Restrepo, Mario Guarín, Giraldo Neira, Chucho Jiménez, Restrepo Arteaga, Elgidio Ramírez, los “bermejos”, Alfonso Gutiérrez y Luis Guillermo Giraldo.
¿A dónde llegó?
La anónima, intrascendente carrera política de este humildísimo, sencillo escriba, en mí mocedad arrancó pegando afiches con engrudo preparado en casa, de “vivas al sempiterno y siempre glorioso Partido Conservador”, lo que soportó mi fugaz paso como concejal, diputado (presidente dos veces de la Asamblea de Caldas), representante a la Cámara, senador, cónsul en Venezuela y unas más fútiles arandelas.
¿Dónde surgió y por qué su nacionalidad peruana?
A raíz de la inseguridad de la que se contagió el otrora remanso de paz, apodada: la ‘Perla del Oriente de Caldas’, Pensilvania, espacio en el que estaba concentrada mí actividad política y desarrollaba el proselitismo del caso, en un viaje de vacaciones por Suramérica, llegué a Perú, concretamente a Machu-Picchu, que de paria internacional, el gobierno de Alberto Fujimori lo reinsertó a la comunidad internacional, mediante un autogolpe, que legó la Constitución que continúa vigente, a pesar de las infundadas críticas en su contra, de la infame izquierda caviar que no perdona la histórica derrota infligida, personificada por la captura -con la cúpula de secuaces- del sanguinario Abimael Guzmán Reinoso, cabecilla de ‘Sendero Luminoso’.
Mandado que pacificó al país, trajo paz, crecimiento, desarrollo, lo que me alentó a refugiarme en él, manera de alejarme de la amenaza de secuestro que me asediaba. Pronto, tuve un causal encuentro con la altiva y carismática dirigente, María Luisa Cuculiza, alcaldesa -entonces-, de San Borja, ministra -luego- de la Mujer, quien me ofreció una asesoría política.
Fue así como accedí al presidente Fujimori, quien generosa, espontánea, honrosamente dispuso la nacionalidad extensiva a mi señora, ciudadanía que orgullosamente ostentamos del Imperio inca o Tahuantinsuyo, adoptada como nuestra inamovible, perenne de segunda patria.
¿Su estilo de confrontación no le ha traído enemigos, sinsabores e inconvenientes?
La libertad de expresión es uno de los bienes democráticos más apreciados y amenazados en el convulso siglo XXI. Caer en la tentación de la autocensura que evite la hoguera de la inquisición, no va conmigo. Al respecto, un místico neozelandés expuso estas reflexiones que concuerdan con mí pensar: “Si un escritor es cauto hasta el punto de no escribir nada que pueda ser criticado, no escribirá nunca nada que pueda ser leído. Si quieres ayudar a los demás, tienes que decidirte a escribir cosas que algunos van a condenar”.
“Si uno se acomoda, adapta a la forma mental predominante en su tiempo; si no se aleja, despide de la regla; si no es capaz de poner en duda -incluso- su propia ideología; si no se arriesga a la animosidad, furia, ojeriza; al deniego, rehúso del censor, cae en ese territorio insulso del escritor cauteloso y cobarde, que no quiere enemistarse con nadie, se vuelve insignificante”. “Con nadie debería estar uno más agradecido que con quienes lo odian. El enemigo te sirve mucho más que el amigo, porque este tolera o perdona tus defectos, mientras que el odiador te los señala y subraya”.
“Lo cual invita a reconocer los equívocos, a corregirse, a moderar las exageraciones; a aclarar si no fuimos nítidos, si solo vimos un único lado del asunto, a matizarlo. Y si nota que la crítica no es más que odio, fanatismo, sectarismo que enceguece el juicio, se serena y sonríe”. Así es la silueta intelectual del pensador andino.