

Por Elías Prieto Rojas
Bogotá, julio de 2025. News Press Service. El hombre nace, se reproduce y muere, solo que en cualquiera de estas etapas hace múltiples cosas: come, duerme, juega y aprende, entre otras, aunque después de todo viene a pasarla rico… gane, o pierda; pero en nuestra Colombia desconcertante se pisa al prójimo, pues muchos deciden saltarse la norma, o buscan atajos, o desconocen la ley, o violan la constitución utilizando su peculiar manera de ver y enfrentar la vida.
No voy a hablar de este gobierno ni de la oposición, ni le voy a dar gusto a nadie, solo a mi conciencia y al deseo superior de servirle al pueblo (tan populista), pero es que a veces se la vuelan a uno, como se dice popularmente.
Cuatro historias que procuro sirvan de reflexión en el país del Sagrado Corazón de Jesus.
FILA INMENSA
La primera historia, motivo de esta crónica, sucedió un domingo cuando la mercantilista sociedad de consumo (perdón por la tautología), nos puso a celebrar el día del padre.
Mi acucioso hijo, para más señas el primogénito, me cursó invitación para almorzar en un afamado restaurante ubicado en las afueras de la ciudad, cerca de Tenjo.
Al llegar, como mínimo, setenta personas hacían fila para ingresar al establecimiento. Como soy alérgico a este tipo de compromisos, porque soy más adicto a la soledad y a comer en casa, ante la situación, me rasqué la testa.

Y decidí jugarme la cabeza.
Fui hasta la cima de la multitud y le hablé con sutileza al encargado de dar paso a la clientela. El hombre señalaba: unos a la derecha, otros a la izquierda; sólo se debía esperar la salida de unos comensales para que ingresaran otros.
Me le acerqué al individuo y solícito le pedí que me permitiera entrar pronto (obviando la fila), porque le argumenté -pasándomelas de vivo-, que venía con varios adultos mayores, entre ellas, de excusa, una viejita con problemas respiratorios.
El hombre, muy amable, me explicó que no era posible por respeto a las demás personas y seguidamente me confesó que los únicos prioritarios podrían ser los discapacitados en silla de ruedas, o en muletas e invidentes, nadie más.
Regresé a la fila calculando, incómodo, que podía ingresar al establecimiento, sólo cuando pasaran, mínimo, cuarenta minutos. Y de pie (hacía frío), con hambre e impaciente, quise decirle a mi nuera y a su padre que mejor irnos para otro restaurante.
Sin embargo, considere que era un acto de mala educación y cuando ya de nuevo me disponía a instalarme sometido al gentío que esperaba, una inesperada situación ayudó a mis planes… una anciana en una silla de ruedas llegó y se ubicó, varios puestos detrás de nosotros, con uno de sus acompañantes.
De inmediato le dije que en su condición no debía estar haciendo fila, qué si ella quería yo podría hablar para que ingresara ipsofacto y la viejecita se mostró asertiva y adujo que no habría problema.

Cuanto antes, -habló su nieto, dígame qué es necesario hacer, -concluyó.
Nos dirigimos la viejita, su nieto y yo, a la cabecera de la fila. Al llegar los tres le comenté al señor repartidor de cupos, que venía una señora en silla de ruedas -él se dio cuenta- y entonces el caballero sin inmutarse me preguntó…
¿Cuántas personas vienen con la señora-?
Le pregunté al nieto: ¿Cuántas personas acompañan a su abuelita?
Somos doce… -bueno mijo, le interrumpí, dígale al señor que ustedes son 16 personas, ahí se incluyen cuatro de los míos…
Bueno, así será, -hágale, dijo el nieto.
Y entramos. Ya degustando el rico almuerzo, en mesas separadas, mi nuera se burló de mi filantropía. Ella aseguró que me había aprovechado de la señora y su discapacidad.
Me tocó aclararle que inicialmente
yo había obrado de buena fe y si ya las cosas se presentaron de esa manera, pues… -y yo aproveché la situación en beneficio de todos. Y sin tener culpa alguna, rematé.
Para redondear mi faena le argumenté que uno de los principios de las relaciones públicas dice que «quien trabaja en beneficio de la comunidad trabaja en beneficio de sus propios intereses». Y claro, ahí quedé como un príncipe.
ANCIANAS EN SILLA DE RUEDAS
La segunda historia tiene que ver con circunstancias parecidas. Y porque el sistema de salud en Colombia sigue colapsado, para no soportar problemas mayores me fue necesario acudir pronto a un examen oftalmológico. Dilatación de pupila para estudiar el posterior retiro de una catarata. Fila de mal contadas diez personas esperando ser atendidas. Incómoda situación por lo cerrado del espacio y porque además en las veinte sillas contiguas descansaban quince personas.
Olía a feo. Esperaba mi turno cuando me dí cuenta que en la fila se encontraban dos ancianas en sendas sillas de ruedas.
Sin pensarlo dos veces, me dirigí de inmediato al módulo donde se ubicaban las dos recepcionistas y ante ellas muy preciso, puntual y seguro, les reclamé que las dos señoras no debían estar haciendo fila. Que era necesario que se les atendiera y de inmediato.
Acto seguido las diligentes funcionarias atendieron de primeras a las dos ancianas sin dilación alguna. Al finalizar las dos señoras se despidieron de mí muy agradecidas, no sin antes decirles a ellas que jamás permitieran una situación de esa naturaleza. Que en su condición siempre debían ser las primeras en ser atendidas.
UN ENERGÚMENO VARÓN
La tercera historia centra su atención en un repentino ataque cardíaco que puede suceder en un abrir y cerrar de ojos.
Un usuario llega a su cita oftalmológica y lo hace con cuarenta y cinco minutos de anticipación. La recepcionista después de ires y venires le argumenta al paciente que no se le puede atender porque la consulta debe realizarse en otra sede de la entidad.
El hombre no aguantó la pérdida de tiempo, además de la desinformación que consideró culpa de la EPS, y por este «pequeño» error perdió su consulta.
Y se llenó de veneno, y fuera de sí, gritó, manoteó, utilizó palabras de grueso calibre y ladró vociferando qué le importaba un culo el escándalo y que llamarán a la policía, como en efecto sucedió.
La autoridad que llegó motorizada no tuvo más remedio que sacarlo del recinto llevándose de paseo…
Después de terminado el incidente y luego de escuchar los sibilinos comentarios de las funcionarias queda sobre el tinglado la equivocada conducta de los coll center al no brindar una información precisa, lo que origina peleas y trifulcas entre los diversos actores; un enorme perjuicio que acaba con la salud de los pacientes.
SUPUESTA CRISTIANA
La cuarta historia se origina cuando una dama de sesenta años intenta apropiarse de un lugar que no le corresponde. La solapada actuación de la señora se produce al no someterse a las reglas, puesto que los usuarios de cualquier IPS (Institución Prestadora de Servicios), deben aceptar un número, para realizar trámites en procura de autorizaciones médicas y éstos, turnos se deben respetar, como norma. Pero ella quiso pisar a quienes hacíamos, en orden, fila. Debido a su mala educación a la dama la llamamos al orden y a la compostura, pero ella, ni corta ni perezosa, invoca falta de solidaridad.
Y cuando ve que sus artimañas no funcionan, saca otro as debajo de su manga: expresa ser cristiana. Lo doloroso del asunto no es que sea seguidora de Jesucristo. Lo que no se le acepta es que la susodicha señora no tuvo para nada en cuenta a los humildes parroquianos quienes calladitos esperábamos nuestro turno para ser atendidos por los funcionarios de la EPS.
Como no se pudo salir con la suya nos trató de ateos…
Si la señora en cuestión pide ayuda, de seguro se le hubiera concedido el pase de primera, pero, a las malas, así no es comadre.
En conclusión: ante la cruda realidad de las circunstancias actuales lo mínimo que pueden pedir los ciudadanos es el respeto a sus derechos y a sus libertades.