

Alberto Restan Hincapié
Bogotá, septiembre de 2025. News Press Service. La movilización de un submarino nuclear, aviones de reconocimiento, varios destructores y un barco equipado con lanzamisiles guiados frente a las costas de Venezuela puede crear un precedente muy negativo y peligroso en la región.
Cuando parecía que las intervenciones militares de EE.UU. en la región —por no hablar de conspiraciones para derrocar gobiernos— eran cosa del pasado, emerge nuevamente esa amenaza, construida a partir de una narrativa impuesta de manera rápida en el último mes.
Este análisis no se centra en la posibilidad de que se concrete una invasión, sino en las implicaciones que tendría ese escenario para los derechos humanos, la democracia y la gobernabilidad.

El 18 de julio se produjo el intercambio de prisioneros con el cual EE.UU. logró rescatar a todos los ciudadanos estadounidenses que todavía permanecían privados de la libertad en Venezuela.
El 25 de Julio el Departamento del Tesoro sancionó al llamado Cartel de los Soles “dirigido por Nicolás Maduro Moros y otros altos cargos del régimen de Maduro”.
El siete de agosto el Departamento de Estado aumentó la recompensa por Nicolás Maduro de 25 a 50 millones de dólares. El 13 de agosto, la Fiscal General de EEUU anunció que se habrían confiscado bienes por un valor de 700 millones de dólares, pertenecientes a Nicolás Maduro.
El 19 de agosto, es decir, un mes después del rescate de los últimos rehenes estadounidenses, diversos medios informaron sobre el despliegue de naves militares de EE.UU. al mar Caribe en las cercanías a Venezuela, con el objeto de combatir a los carteles de la droga.
Los buques habrían llegado a las cercanías de Venezuela el 24 de agosto.
Según el más reciente informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), Colombia es el principal productor de cocaína del mundo.
De este producto, la mayoría se comercializa por puertos del Pacífico, mientras que por el Caribe hay dos rutas, siendo el Caribe venezolano una de ellas, pero no la principal. Si la preocupación de Trump es la lucha contra el narcoterrorismo, ¿por qué las naves no se plantan frente a las costas de Colombia?
Todo indica que se está armando una narrativa que solo pretendería justificar una acción militar de EE.UU. para sacar a Maduro del poder, sin que las palabras democracia, fraude o derechos humanos aparezcan por ninguna parte.
No es la primera vez que el tráfico de drogas se erige como bandera para liquidar a enemigos reales o ficticios. Con las distancias del caso, cabe recordar lo que significó en los años ochenta la llamada guerra contra las drogas en Colombia, que con la excusa de erradicar los cultivos de coca y acabar con la producción y exportación de cocaína, liquidó a innumerables personas inocentes, tal como está sucediendo ahora con la criminalización de los migrantes venezolanos acusados de ser miembros del Tren de Aragua y expulsados sin fórmula alguna de EE.UU.
Muchos, de regreso a una Venezuela, donde sus vidas y libertad corren riesgo. Se trata de guerras contra un enemigo que tiene una base real, pero con un componente ficticio mayor que sirve para justificar atrocidades.
Tampoco es la primera vez que EE.UU. construye una narrativa para justificar una intervención armada para deponer a quienes detentan el poder. Irak es el ejemplo más reciente. Sobraban razones para señalar a Hussein como dictador, violador de derechos humanos, pero se invocó una razón que parecía menos cuestionable, como es la existencia de armas de destrucción masiva. La evidencia nunca se consiguió, Hussein fue juzgado y ahorcado, tras lo cual el país entró en una larga guerra civil.
Casos como el de Irak generan reflexiones para Venezuela. Si Maduro es la cabeza del Cartel de los Soles, ¿se acaba el problema eliminándolo política o físicamente?
La cocaína que mueve el Cartel de los Soles se produce en Colombia y grupos armados ilegales de Colombia como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las disidencias de las Farc operan en el Orinoco medio y bajo, cobrando más fuerza en la misma medida en que la propuesta de paz total del presidente Petro fracasa. ¿Se van a meter los marines hasta la selva?
Mientras tanto, Maduro juega a la victimización, convoca sin éxito a las llamadas milicias, de la cual solo quedan fotos de adultos mayores, flacos y desdentados y hasta una mujer con un brazo fracturado. No hay duda de que hay nerviosismo en el gobierno de facto, pues la amenaza se siente muy cercana. Pero hasta ahora el único efecto real ha sido el recrudecimiento de la represión ante una sociedad civil silenciada y abrumada que criminaliza cualquier comentario crítico sobre las tensiones entre EE.UU. y Venezuela. Doce presos políticos fueron excarcelados el 24 de agosto, pero la puerta giratoria sigue funcionando.
En el terreno internacional, primero Ecuador, y en las últimas horas Paraguay y Guyana, se sumaron a la calificación de terrorista al Cartel de los Soles. El Secretario General de la OEA dio unas declaraciones que deben generar preocupación, viniendo de quien vienen, al decir “No voy a comentar sobre nada que sea bilateral, la seguridad es algo importante en el hemisferio, lo sabemos, pero lo que hagan los estados miembros individualmente o no hagan, no voy a comentar sobre eso” (negritas añadidas).
Mientras tanto, Guterres permanece en silencio, continuando con su perfil bajo y distante frente a todo lo relacionado a Venezuela. Así, Trump parece avanzar en la imposición de su política exterior en diversos escenarios como Ucrania, Palestina y ahora Venezuela, al margen del multilateralismo al que desprecia y asfixia económicamente.
La comunidad internacional debe evitar convalidar una iniciativa de EE.UU. al margen del multilateralismo, que deje de lado la centralidad de los derechos humanos y la democracia como norte de cualquier presión que se ejerza sobre Venezuela.