Mayor General Juan Salcedo Lora,
Bogotá, News Press Service
El viernes 14 de agosto, falleció en la ciudad de México. A su lado una bala de oxígeno que la sostenía con vida y un cigarrillo que se la quitaba. Su salud se había deteriorado lastimosamente por el consumo diario de tres paquetes de cigarrillo.
Con mucha tristeza el mundo latinoamericano se enteró de su muerte. Necesariamente vinculada a Gabriel Gracía Márquez, con quién se había unido en vínculo matrimonial el 21 de marzo de 1958, en la iglesia del Perpetuo Socorro, de Barranquilla; allí, en esa fecha, alrededor de las once de la ardiente mañana arenosa, el cura oficiante sentenció, de acuerdo con el rito católico un “hasta que la muerte los separe”. Efectivamente la sentencia de separación se cumplió el 17 de abril de 2014 en la ciudad de México, con la muerte del maestro de las letras colombianas. Dicen que hay un principio, según el cual en derecho las cosas se deshacen tal como se hacen, pies bien, no sólo ello es aplicable al derecho, en el proceso natural de la vida y muy especialmente en el sobrenatural, reflejo de las creencias cristianas, Gabo y Gaba, como bautizaran a Mercedes Barcha, se volvieron a unir para toda la eternidad. Ese realismo mágico, obra de Dios, fue la jugada magistral nunca imaginada por Gabriel García Márquez.
De Mercedes Barcha, quienes la conocieron, a través de los medios de comunicación han expresado que era una mujer tenaz y generosa, cómplice y polo a tierra indiscutible de Gabo, su soporte invaluable y su compañera de sueños, madre de, que ella y Gabo fueron almas que nacieron para ser gemelas, incluso en la eternidad, que coincide con lo antes expresado en párrafo anterior, que ello no es una figura literaria de las tantas que usó Gabriel García Márquez en sus libros, es su historia de amor con Mercedes Barcha. El más sentido pésame, para sus hijos Rodrigo y Gonzalo y demás familiares.
El 17 de abril de 2014, cuando murió el entrañable amigo García Márquez para contar mis sentimientos escribí unas líneas: “Gabo ha muerto, expresé adolorido, como adolorido estaba el resto de Colombia, dolor por demás extendido al orbe. Referí que mi padre a leer “Cien años de soledad” anotó que quién le había enseñado a tocar piano había sido Pietro Crespi, el eterno enamorado de Remedios la bella. Agregó que era un simpático italiano que andaba de pueblo en pueblo por la costa, arreglando pianos en todo sentido, carpintería, encordado, afinación y además mientras trabajaban los carpinteros bajo su dirección, daba clases de piano y en San Jacinto, aprendieron mi padre Juan Salcedo, la Nena Salcedo su hermana, Bertha Lora Diago su cuñada y Helena Mendoza, amiga de la familia”. Ese día empecé a entender aquello de que el mundo es un pañuelo” … *… “Que tal vez este fue mi primer contacto anecdótico con el nobel de literatura colombiano que recientemente nos abandonara por siempre, aunque alguna vez alguien en el estadero Los Almendros, frente del estadio Municipal de Barranquilla, lo señaló diciendo que era Gabriel García y sus amigos”.
Pasaron unos años, en la fiesta nacional de México en 1992, acudí a la Embajada. Era el director de la Escuela Superior de Guerra. Derroche de música y alegría, exquisitos manjares y licores. Bellísimas mujeres, de ellos y nuestras. No cabía la gente y a la hora de pasar al buffet correspondiente, recibí plato y copa de vino, para hacer malabares, pues además tenía la gorra y el bastón de mando, busqué el rincón más lejano, bajando por unos escalones a un nivel inferior y menos concurrido, detrás de unas columnas y sorpresa – Gabo llegó allí y en las mismas condiciones. Era una persona. Un hombre común y corriente, seguramente lleno de defectos porque tenía la baja condición de ser un mortal y no hay mortal perfecto. Pero era un hombre universalmente famoso por su obra literaria. Me saludó cordialmente, parece que así lo hizo siempre, tal vez por ello conquistaba tantos amigos. Me identificó, sin que yo se lo dijera, como General del Ejército de Colombia, sus antecedentes familiares lo acercaban a la milicia, a la guerra no vivida, esas que magistralmente relataba tantas veces en su inmensa obra literaria. Hubo empatía desde el primer comentario cruzado, caribes al fin, no nos costó mucho trabajo. Veinte minutos, media hora, hasta que aparecieron como mosquitos, decenas de personas que querían un autógrafo, sobre decir que no era el mío, y hasta allí duró el realismo mágico de ese encuentro casual.
En1989, apareció “El general en su laberinto” y el Dr. Virgilio Olano, concretó una cita con el nobel en el restaurante Hatsuhana de la calle 93, y allí acudimos periodista Juan Gossaín, el General Manuel Bonett y el suscrito. El Doctor Olano pretendía vincular a Gabo con la Sociedad Bolivariana. Extraordinario evento, amena charla, el nobel y Gossaín, un legítimo cachaco y dos militares costeños. El maestro institucionalizó los almuerzos e invitó en el restaurante “Salinas Pajares”, donde hubo de todo, conmoción inicial por la presencia de García Márquez, la sorpresa fue algo inusual, no era fácil, nunca lo fue, encontrar a Gabo con dos generales del ejército.
El siguiente almuerzo fue del suscrito, una especial frisolada antioqueña en los comedores de la Escuela de Guerra. Hasta allí llegó la dicha de esos buenos encuentros, Gabo tuvo que ausentarse, le habían empezado a molestar las incomodidades cancerígenas en el sistema linfático. Sin embargo, dos o tres semanas después fui a Cartagena por razón de la profesión y lo invité a almorzar en un conocido restaurante del sector amurallado”.