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La Opinión
Por Mario Arias Gómez
Emprendido el nuevo año, en un escenario sumamente incierto, formulo a los afables lectores y amigos, mis buenos, mejores y dulces deseos porque tengan un feliz, próspero y venturoso 2024.
Como peruano (nacionalizado), pletórico me uno -aunque tardíamente- al homenaje recordatorio rendido por plurales fuerzas políticas -encabezadas por el fujimorismo- con motivo del trigésimo aniversario de la Constitución Política expedida el veintinueve de diciembre/1993, obra cumbre del presidente Alberto Fujimori, tramitada por el Congreso Constituyente Democrático (CCD) (1993-1995), conformado por 80 miembros (7 de ellos mujeres), electos por circunscripción nacional.
Cónclave presidido por Jaime Yoshiyama (ingeniero), y por don Carlos Torres y Torres Lara, quien dirigió la Comisión de Constitución y Reglamento, asamblea encargada de elaborar la nueva Carta Magna peruana en un plazo de un año, y de ejercer -paralelamente- la función legislativa (fiscalización y control político), en sustitución del clausurado Congreso. Proceso extraordinario acompañado por la OEA y múltiples observadores internacionales.
Ley Fundamental suscrita el veintiséis de diciembre de 1993, sancionada tres días después -el 29- por el presidente Fujimori, ratificada por referéndum, con el 53 % de los votos, tenida como una de las más longevas, frente a la Constitución de 1979 que la antecedió -vigente por 14 años-. Las constituciones -al respecto- no tienen que ser escritas sobre piedra, como obra humana, por supuesto, no son perfectas, con el paso del tiempo, de las cambiantes circunstancias y hechos, requieren ‘aggiornarse’; ajustes llamados en algunos países «enmiendas».
Constitución vigente que recoge los derechos fundamentales de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), como de la Convención Americana (CADH) y otros de última generación. En doscientos años de vida republicana del Perú, las constituciones y algunos estatutos provisorios, en los últimos cien años (1923-2023) -por razones políticas, económicas, jurídicas- se emitieron cuatro (1920, 1933, 1979, 1993) todas, tras la anhelada estabilidad constitucional.
Los encubiertos enemigos del precitado legado fujimorista, por décadas se impusieron la tarea de revivir la depuesta Constitución de 1979, los que, finalmente, rebosados por los hechos, por realismo o pragmatismo, político, básicamente por sus bondades -estabilidad, crecimiento económico- cambiaron de criterio, por posturas más condescendientes, favorables, realistas, menos sectarias; dado que permitió paliar la crisis del literalmente quebrado, inviable país, caído en ‘default, que lo convirtió en un paria internacional, sin crédito.
Cambio de modelo económico -apuntalado por una economía social de mercado-, que recobró el crecimiento sostenido de la economía, la confianza inversionista, como a la Banca internacional, recuperó la financiación, desterró la devaluación y la hiperinflación, restableció la seguridad jurídica, apoyada en el artículo 51: “La Constitución prevalece sobre toda norma legal…”, cimiento del edificio constitucional construido, Modelo-milagro respetado por todos los gobiernos posteriores, reconocido, aplaudido por tirios y troyanos.
‘Charta’ que, a pesar del poco auspicioso, censurado origen -aceptado en gracia de discusión-, marcó un antes y un después, gracias al positivismo de Alberto Fujimori (85 años), titán que salvó al Perú quien en el ámbito político tiene -a pesar de ello-, un sinnúmero de detractores y malquerientes, pero no quien, con un dedo de frente, de razonabilidad, desconozca que sentó las bases del ininterrumpido crecimiento, desarrollo, progreso de los últimos años.
Fujimori sumó apoyos, consensos que inequívocamente permitieron resurgir al Perú, entre las cenizas, como el Ave Fénix, alcanzar igualmente la paz, la prosperidad y, por sobre todo, derrotar el terrorismo. Inocultable realidad presente al finalizar el gobierno. Alejandro Toledo -detenido hoy por corrupto- subyugado por el odio, la envidia, lo llevaron -con los afines ideológicos- a borrar -por decreto- del texto constitucional, la firma del presidente Fujimori. Qué mezquino.
Del libro: ‘LA PALABRA DEL CHINO. EL INTRUSO’ -narración personal y detallada de los pormenores que llevaron a Fujimori a cambiar la historia peruana, entresaco estas verdades (sin precedentes): “Todo esto es historia vivida, pero ocultada, negada, soslayada, tergiversada, manipulada por una suma de intereses subalternos”; “…están grabados los toques de queda, los coche bomba, los apagones”. “…mi gobierno, que aparece como una sangrienta dictadura antipopular, logró bajar la inflación de 7,650 % de 1990 a un 3 % en el 2000, permitiendo que la inenarrable pobreza retrocediera. Paralelamente se acabó con una devastadora violencia terrorista, derrotando a Sendero Luminoso y al MRTA”.
El defenestrado, inmaduro ágrafo, Pedro Castillo (2021-2022) -aprendiz de dictador-, prometió en campaña emprender el incierto camino de una Asamblea Constituyente, esperpento abocado a expedir una nueva ‘Ley de Leyes’ a cambio de la cumpleañera entronizada en el Imperio incaico o Tahuantinsuyo, cambio intentado contra el querer mayoritario de los fieles connacionales que desmentimos la fraguada urgencia, despreciamos, rechazamos el impredecible engendro constituyente