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Por Alfred López
News Press Service
Desde hace varias décadas tenemos múltiples métodos para saber con exactitud qué hora es, pero siglos atrás el poder conocerla no era algo fácil ni estaba al alcance de todas las personas.
Desde que en 1833 se determinó que el horario oficial de Inglaterra seria marcado por el Real Observatorio de Greenwich (en Londres), anunciándose por el resto del país a través de la línea telegráfica.
Esto provocaba que, dependiendo del lugar y momento en el que se recibía el mensaje con la hora, hubiese algún tipo de desfase horario entre distintos lugares.
Incluso en el propio Londres y las poblaciones del alrededor de la capital inglesa existía tal desfase y tan solo aquellos que se encontraban cercanos al Real Observatorio podían acercarse para poner en hora sus relojes, pero quienes no vivían en las cercanías lo tenían más complicado.
Estamos hablando de un tiempo en el que a un reloj se le debía de dar cuerda diariamente y que, según el movimiento de quien lo portaba (ya que solían ser relojes de bolsillo), pues podía atrasarse o adelantarse respecto a la hora real.
Por tal motivo, un avispado emprendedor llamado John Henry Belville tuvo una genial idea para montar un negocio que le reportó buenos beneficios: vender la hora exacta a domicilio.
En 1836, el señor Belville adquirió un reloj de gran calidad fabricado por el prestigioso relojero John Arnold y que había sido inicialmente del duque de Sussex, y cada mañana se acercaba hasta el Real Observatorio de Greenwich, donde lo ponía con la hora exacta e iniciaba un recorrido en coche de caballos que duraba varias horas y que lo llevaba a visitar a 200 clientes que habían contratado su servicio diario de poner sus relojes en hora (entre ellos estamentos oficiales, estaciones de ferrocarril
A lo largo de dos décadas John Henry Belville realizó este trabajo a diario, hasta que en 1856 falleció, quedando su viuda, Maria Elizabeth, al cargo del negocio que había iniciado su malogrado esposo y que les había permitido vivir holgadamente todos aquellos años.
Maria Elizabeth Belville continuó con el negocio de vender la hora (cada vez a más clientes satisfechos con la exactitud y eficiencia del servicio) hasta que decidió jubilarse en 1892, cuando ya era octogenaria, por lo que decidió traspasarle el negocio a su hija Elizabeth Ruth (que en aquellos momentos tenía 38 años de edad y llegaría a ser conocida como ‘Greenwich Time Lady’) y que al igual que sus progenitores realizó a lo largo de las siguientes décadas la minuciosa tarea de consultar la hora exacta del Real Observatorio de Greenwich y servírsela a sus numerosos clientes a través del recorrido que realizaba.
Es curioso observar cómo este fue un negocio que dio unos considerables beneficios a la familia Belville y que esta mantuvo en exclusiva el mencionado servicio de la venta de la hora exacta.
Pero todo cambió cuando en 1908 John Wynne, gerente de la ‘Standard Time Company’ (compañía dedicada a trasmitir la hora telegráficamente), acusó públicamente a Elizabeth Ruth Belville de competencia desleal y de ‘utilizar su feminidad’ para mantenerse en el negocio y obtener clientes. Unas declaraciones que fueron recogidas por el periódico The Times y que supusieron una publicidad negativa para el negocio de Greenwich Time Lady, quien vio como a partir de entonces sus clientela iba descendiendo (no debemos olvidar que en aquella época la sociedad británica era sumamente machista).
A pesar de este revés, Elizabeth Ruth Belville se mantuvo en el negocio de vender la hora exacta hasta 1940, con 86 años de edad, en el que decidió jubilarse. Falleció el 7 de diciembre de 1943 en Surrey, Inglaterra. El reloj utilizado para el negocio fue el mismo a lo largo de todo aquel siglo y tras la muerte de la Greenwich Time Lady fue a parar a manos de la ‘Worshipful Company of Clockmakers’ (Venerable Compañía de Relojeros) de Londres