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Por GERNEY RÍOS GONZÁLEZ
Campesinos e indígenas, habitantes de vastas regiones productoras de café y comida, por siglos han sido los arúspices del tiempo para la siembra y la cosecha. Los primeros doce días de enero, según sus pronósticos serán los determinantes de los doce meses del año. Buen tiempo, lluvias benéficas para los cultivos, días soleados para la recolección de los frutos de los campos pródigos, en principal serie de presagios copiados de añadas que sirven al hombre agricultor para mejorar la producción de las eras, abundancia, calidad, aroma de frutos que, como el café, yuca, plátano, papa, trigo, cebolla y los infaltables elementos de la huerta casera comprenden cebollas, tomates, habas, habichuelas, gubias, pepinos, cilantros, pimentones y toda la riqueza que la tierra ofrece a quienes ejercen el bello oficio de orar los campos para la buena comida en la mesa de los mortales.
“Las cabañuelas” decían nuestros abuelos y padres, no fallaban en los acertados pronósticos verbales y a decir verdad, eran también las determinantes de la economía rural y hogareña, la venta de las cosechas, la madurez de los frutos, los días de la recolección, el transporte en hombros o en los lomos de los mejores campesinos y aliados del hombre campesino, el caballo, el burro, el buey, la mula, ésta, fatigante de las trochas y los caminos “de herradura”, fundadora al lado de las colonizadores, de pueblos y ciudades en el inmenso pasaje montañoso de Colombia.
AMAZONÍA
El protagonismo indígena ha crecido en los últimos años, al reclamar las comunidades aborígenes sus legítimos derechos conculcados en los siglos antecedentes; sin que falten en estas “salidas de la historia” de los amerindios, la protesta violenta en busca de mejor vida, específicamente en los antiguos territorios nacionales, hoy departamentos al oriente, sur y occidente del país.
Concretando, los indígenas amazónicos conservan y aplican su agenda de viejos ancestros inmediatamente se inicia el año; esa resumida “minuta”, les señala el tiempo de la siembra, los días de la cosecha, los momentos de despejar las malas energías en sus poblados y viviendas; pasan la temperatura de los días que originaron cambios en la selva de Arandú y armonizan los días grises con los de buen sol o altos grados de calor, benéficos a los sembrados. Son 670 millones de hectáreas de manigua, pocos cultivables, donde las variaciones climáticas establecen el equilibrio para la producción de la comida agrícola, “maroquiña di cairoza”, vacuna o de aves de corral.
La temperatura en la Amazonia fluctúa entre 22 y 24 grados centígrados en junio, julio y agosto. Lo llaman “friaje”. Es el inicio del año de trabajo agrícola, cuando las heladas brasileñas llegan con el viento y transforman la selva. Hablan los aborígenes de una época de entrega y recarga de energías, aconsejar, parlar, hacer dieta, curar las enfermedades de la comunidad. Se harían en los ríos ancestrales a las tres de la madrugada durante dos horas para sacar los males del cuerpo.
Mitos que recuerdan a la danta o tapir, un género de mamíferos perisodáctilos de la familia tapiridae, que es fuerte pues se baña tranquilo; “el oso hormiguero solo metió sus manos en el agua y se echó un poco en la cara, casi lo coronan las pirañas, por eso le creció la nariz y las uñas”. Y los niños reciben así estos consejos. A taolamba, el entrañable amigo de Arandú, famosos en 1970, el caitolé, le chupó la sangre, tipo gama-5, difícil de encontrar.
Para la siembra son los meses entre marzo y junio cuando la inmensa selva se inunda. Los fuertes y prolongados aguaceros recuperan a la naturaleza. Y los indígenas hacen sus “chagras” para sembrar sus productos y sus posteriores cosechas, no sin antes “pedir permiso al bosque” para estas faenas. Talan árboles, no como depredadores sino para poder sembrar el plátano, yuca, maíz, la uva y el chontaduro.
Entre creencias que ejecutan en su calendario productor tras el “friaje”, los naturales afrontan el tiempo de gusano en septiembre y octubre. “Es una fase peligrosa, dicen, para la selva pues aparece la maldad, la enfermedad, la guerra y todo lo malo creado en la naturaleza, con sus caldos de canfínfora y sustancia de cochornis. En agosto se revienta la olla en la manigua y los gusanos reparten su mala energía, aparecían las plagas”.
Entre noviembre y febrero los ríos merman sus aguas, la temperatura aumenta, charcos y pozos se secan; se reproducen los animales. Y hacen quemas para que el humo atraiga las lluvias. Los indígenas no son destructores. Obedecen así a sus ancestros. Cultura milenaria, donde damos cuenta que estas afloraron hace cientos de añadas generando borbotones de conocimientos, saberes y costumbres, como los ríos corren, estrellando enfurecidos, aguas agujereadas y de burbujas de diferentes colores y olores, que han constituido la base fundamental para el avance geosocioeconómico al que hemos llegado en tiempo presente, considerado acelerado en comparación con épocas pasadas. El destino es como el viento, no se sabe a dónde va…