Washington. News Press Service. Todos los países tienen oportunidades para reducir las emisiones a un costo muy bajo. Con la caída en el precio de las energías renovables y el ahorro que se obtiene con una mayor eficiencia energética, a menudo es incluso posible reducir las emisiones a un costo negativo. A primera vista, parece sensato centrarse en estas oportunidades y dejar otras intervenciones, más complicadas o más costosas, para más adelante. Pero posponer las medidas más complejas conlleva riesgos significativos. Si es difícil y costoso adaptar los edificios o modificar los traslados urbanos, resulta tentador retrasar las intervenciones en estos ámbitos hasta 2030 o 2040. Sin embargo, de este modo un país puede encontrarse luego con un enorme conjunto de edificios ineficientes y ciudades que dependen completamente de los automóviles individuales, y con solo 20 o 30 años para descarbonizarlas. Para entonces, con menos tiempo por delante, la tarea parecerá aún más abrumadora. No haber actuado antes —y más gradualmente— en sectores difíciles de descarbonizar bien puede significar una oportunidad perdida.
Las estrategias a largo plazo —en las que se recorre el camino inverso partiendo de 2050 para determinar las decisiones e inversiones que deben implementarse hoy en día— pueden ayudar a los países a tomar estas decisiones difíciles. El Acuerdo de París exige este tipo de estrategias, y ya muchos países (tanto desarrollados como en desarrollo, con niveles altos y bajos de emisiones de carbono) han comenzado a trabajar para elaborarlas. En la práctica, se extienden más allá del horizonte temporal de las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN). Con una perspectiva temporal de (al menos) 30 años, las estrategias a largo plazo son una señal elocuente del rumbo que se seguirá, lo que ayuda a las empresas y a los hogares a tomar y coordinar sus propias decisiones.
En muchas de estas estrategias, como las de Costa Rica y Fiji, se vinculan las medidas climáticas con objetivos de desarrollo más amplios para asegurarse de que lo que el país busca lograr en relación con el crecimiento, el empleo y la reducción de la pobreza esté alineado con sus metas climáticas. El proceso de elaboración de una estrategia a largo plazo puede ayudar a generar consensos reuniendo a todas las partes del Gobierno y diferentes sectores de la sociedad para discutir los objetivos a largo plazo y los diversos caminos que se pueden seguir a fin de alcanzarlos. Los resultados de este proceso pueden integrarse en la legislación para cristalizar el compromiso.
Las estrategias a largo plazo también constituyen guías fundamentales que ayudan a los países a identificar qué deben priorizar en las versiones actualizadas de las CDN que presentan cada cinco años y en los planes nacionales de desarrollo y los planes sectoriales. Por ejemplo, las estrategias a largo plazo suelen traducirse en metas sectoriales a mediano plazo fijadas para 2025 o 2030, como la proporción de energías renovables en la generación de electricidad, la cuota ideal de modos de transporte público y de medios no motorizados, el número de edificios de alta eficiencia que se construyen o el nivel del impuesto al carbono. Estas metas sectoriales pueden ser entonces implementadas por el ministerio u organismo pertinente, por ejemplo, tras incorporarlas en el mandato del ministerio de energía o transporte, lo que garantiza la coherencia y la coordinación entre los organismos gubernamentales.
El Banco Mundial está trabajando para apoyar a los países en sus esfuerzos por desarrollar y poner en práctica estas estrategias, tomando como base diversos trabajos operacionales y analíticos (PDF, en inglés) referidos a diferentes sectores. Las preguntas que orientan nuestra labor se centran en los riesgos a los que se enfrentan los países si no se descarbonizan y en las oportunidades que se generan cuando emprenden esta tarea. Entre los riesgos pueden figurar la pérdida del acceso a los mercados y de ingresos de exportación debido a que los principales mercados de consumo se inclinan hacia las economías con cero emisiones, mientras que las oportunidades pueden incluir los empleos en sectores de crecimiento verde, la disminución de los montos destinados a importar energía, y fuentes de agua y aire más limpios. La adaptación se ubica claramente en el centro de los programas de muchos países, y esto también puede incluirse en muchas estrategias a largo plazo.
«El Banco Mundial está trabajando para apoyar a los países en sus esfuerzos por desarrollar y poner en práctica estas estrategias, tomando como base diversos trabajos operacionales y analíticos referidos a diferentes sectores».
Nuestro apoyo se basa en la importante función que pueden desempeñar los ministerios de finanzas, economía y planificación para hacer realidad la política climática. La Coalición de Ministros de Finanzas para la Acción Climática, integrada hoy por representantes de más de 50 países, ha dado prioridad a las estrategias a largo plazo consagrándolas como el primero de sus seis principios rectores (i). Cada estrategia a largo plazo debe basarse en rigurosos modelos macroeconómicos, análisis sectoriales exhaustivos y una evaluación estructurada de las interacciones entre sectores. Nuestro enfoque también prioriza la gestión de los impactos distributivos del cambio climático en los sectores pobres y vulnerables, y las políticas necesarias para apoyar una transición justa (i), por ejemplo mediante consultas sostenidas y un presupuesto y una planificación adecuados para mitigar los impactos económicos en los grupos afectados.
Pensar a largo plazo no es fácil: también nos obliga a quienes trabajamos en el Banco Mundial a pensar más allá de los horizontes temporales de nuestros proyectos, que van de tres a cinco años. Pero si los países solo se centran en objetivos a corto o mediano plazo, la descarbonización les resultará más costosa, más lenta y más difícil. Por este motivo, es necesario implementar ahora estrategias climáticas a largo plazo, que proporcionen una base para un desarrollo climáticamente inteligente que ayude a nuestros clientes a emprender un camino de desarrollo más resiliente con bajas emisiones de carbono, en beneficio de las generaciones actuales y futuras.