

News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Manida frase que en un principio resuelve el acertijo: «La libertad termina donde empieza el derecho de los demás «, pero que no resuelve en últimas la cuestión central de cuál su relevancia mayor y primacía, porque son conceptos diferentes, sólo que, en la búsqueda de la verdad, es inevitable, conocer sus diferencias y peculiaridades para así descifrar hasta dónde podríamos entendernos sin necesidad de pelear ni de irnos a la guerra.
Recordemos que se procuran soluciones y la paz es la primera.

Y no pretendemos posar de filósofos, porque no lo somos, y tampoco es el propósito de esta nota elaborar altas ondas de hondura conceptual, sino más bien poner sobre el tapete ideas que pueden incomodar algunos en beneficio de las dos palabras, leitmotiv, de esta crónica.
Empezaré hablando de mis experiencias de niño para ilustrar mejor lo que se pretende.
En la infancia se imita y también se depende de las ideas y comportamientos del círculo familiar donde los padres inciden de manera directa y para siempre en la vida de cada individuo como quiera que todo ser humano camina, siente, observa y pone en funcionamiento sus sentidos aplicando un sello o marca, lo que sus padres le trasmitieron: creencias, mitos, leyendas… después de todo somos producto de herencia y genes, que inscritos en la sangre, no podemos evadir y con los cuales se trasega para bien, o para mal, durante nuestra particular existencia.
LAGRIMAS Y PELÍCULA

En esa bella y recordada infancia un hecho marcó los posteriores años. Algún día, mis padres me llevaron, y creo que fue la primera vez, cuando asistí a una función matinal de cine donde se exhibía una película mejicana: «El niño y el toro». En blanco y negro.
Salí botando lágrimas del recinto lo mismo que mi madre. Un argumento devastador y tal vez premonitorio acerca de lo que se vive, actual, en el mundo. Un niño llora desconsolado porque después de innumerables piruetas el toro de sus amores es toreado, vapuleado, sacrificado y muerto en medio de una plaza atiborrada de espectadores, sedientos de sangre,
Quiero decir que, mudo de dolor asistí a mi primera función de cine.
Años posteriores presencié varias corridas de toros en mi Bogotá querida. Matadores de diversa talla y condición. Ortega Cano, Enrique Calvo «El Cali», Pepe Cáceres y el inolvidable Manuel Benítez «El Cordobés «.
Todos ellos marcaron mi afición por las corridas de toros. Ver hacer «el teléfono» a El Cordobés le pone los pelos de punta a cualquiera. Alguna vez vi efectuar unos bellos lances con el capote a Ortega Cano donde el torero prácticamente hipnotizó al astado. El valiente animal sometido por el engaño fue testigo de un arte que embelesó la retina y los sentidos de quienes asistimos a esta espectacular faena.

Como frase de cajón, eran otras épocas. Y me van a perdonar, sólo que la crueldad ¡para ese entonces! se teñía de “arte”.
EL GALLO DE ORO
Ya en mi época de adolescente y aplicado en mis estudios de Comunicación Social me fue necesario meterme de cabeza en el análisis y estudio del cine y fue ahí donde me topé con una inolvidable cinta, también de Méjico: «El gallo de oro».
Sorprendido de la capacidad interpretativa de Lucha Villa, la famosa Caponera. Sorprendido de la actuación del protagonista: Ignacio López Tarso. Y sorprendido también de las dotes histriónicas del antagonista: Lorenzo Benavides. Y sorprendido también, aún más, de dos de mis ídolos, los escritores Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes quienes fueron los guionistas de esta clásica y bella película, que tuvo como inspiración el cuento, del mismo nombre, del inolvidable maestro, Juan Rulfo.
Por esta cinta me afición a la riña de gallos. Y para completar, como empedernido lector que soy, después encontré un libro: «Raíces» que lo leí de cabo a rabo; el texto relata la esclavitud padecida por negros asentadas en el Brasil. En uno de sus capítulos, el protagonista, un joven africano, Kunta Kinte, relata los pormenores, secretos y truculencias de la riña de gallos. Y también por estos pequeños detalles, me aficioné, aún más, a la riña de gallos.
Fue tal mi amor por este «arte», que quise, dentro de mis gustos, pagar para que un pintor, o fotógrafo, dibujara, o pixelara (como se dice ahora), un cuadro donde un multicolor gallo fino, en pleno vuelo, aguijoneaba en el pescuezo a su víctima.
LEY DE LA NACIÓN
Regresando a la época actual, en este momento se acaba de aprobar en Colombia una ley por medio de la cual se da por finalizada una tradición que como bien lo dice Andrea Padilla, senadora y activista, una de las más conspicuas voces defensora de los derechos animalistas que, “las tradiciones también cambian”.
En otras palabras: ahora mismo es un delito promover y efectuar corridas de toros y riña de gallos, en el país.
Sin embargo, habrá que decir en beneficio de otros seres vivos que también se debe constituir en delito enjaular a aves y pájaros, pues si nacieron con alas, lo mínimo que podemos defender es que éstas aves puedan volar, no importa si son aves de corral o águilas. Privarlas de la libertad es atentar contra su derecho natural.

Pero, (el “pero” filosófico), es procurar la justicia. Y para ello se hace necesario procurar la protección de los derechos, puesto que preconizar la identidad terrenal, obliga, sólo que sobre el tintero queda, entre otras opciones o ¿barbaridades? la castración de gatos y perros, y otra serie de derechos, aunque animalistas, pero, al fin y al cabo, derechos; es acá dónde quisiéramos retomar las palabras iniciales de nuestra introducción sobre libertades y derechos…
Para no meternos en camisa de once varas, no sobra decir, para quedar en paz con la naturaleza, que cada quien es dueño de su libertad y hace con su existencia lo que se le antoje, siempre y cuando no atente contra el bienestar de los demás; y cómo se disfruta la vida y se ayuda a otros en beneficio de su propia felicidad, es apenas lícito, si apelamos – otra vez sobre la libertad-, que es necesario detener la proliferación de animales, puesto que, al no contar con elementales normas de protección, éstos animales merecen mejor destino y suerte; y para eso se prevee la castración e infertilidad…
Tal vez viene al caso, -otra vez la libertad; – una información actual que, por estos días, sustenta Joseph Ladapo, el Director General de Servicios Sanitarios de la Florida, USA; el funcionario se ha comprometido a suprimir las vacunas en el estado, incluso para niños. El burócrata desea eliminar cualquier plan conducente a la obligatoriedad de la medida y cuenta con aliados prominentes en los Estados Unidos, entre ellos Robert F. Kennedy Jr. El argumento central de estos líderes indica que revocar los requisitos “fortalecerá la soberanía de los pacientes”.
Qué pasará entonces sobre los contagios y la enorme posibilidad de que por unos pocos paguemos todos… ¿ideología? una vez más se atraviesan en el camino las dos palabras claves: libertad y derechos.
En síntesis, y para no alargar la nota que deseamos destacar en términos de lo que en el contexto se delata, ahí quedan estas disquisiciones para que cada lector reflexione un poco más sobre libertad y derechos, o sobre lo que fue primero: ¿si el huevo, o la gallina?
Hasta la próxima.