Por Elías Prieto Rojas
A estas alturas del partido es bueno dosificar las fuerzas porque el cuerpo quiere jugar los noventa minutos reglamentarios, pero, y como son pocos los tiros que nos quedan en la cartuchera, se hace necesario e inevitable apuntar bien, sin prisa, y con la premisa de acertar y meter el gol.
“El palo no está para hacer cucharas”, dicen por ahí y sólo basta reflexionar un poco para entender que, o cambiamos de hábitos para mejorar la salud, o nos veremos expuestos a un artero ataque al corazón, o líbranos Dios, a un derrame cerebral, o a la diabetes, o a cualquier otro mal que nos dejaría en una cama, o en una silla de ruedas…
Y si más adelante vamos a depender de alguien, o a ser carga para un hijo, o de una enfermera, también una gran filósofa que me susurra al oído en las madrugadas, y que además me gusta, entre sus almohadas ella a diario me sigue recitando:
“Mejore sus hábitos alimenticios, intente adelgazar, no se exponga”.
Por lo anterior, decidí ir donde la nutricionista para que me hiciera un profesional examen acerca de mi estado de salud, y específico, sobre mi obesidad. Y también para que me recomendara una rigurosa dieta.
Claro está que, y debido al nutrido grupo de admiradoras que poseo en las diversas redes sociales y que de continuo se interesan por mis actividades, a ellas debo darles una magnífica noticia, según la cual, he venido bajando de peso: ya son diez kilos que he perdido y eso es, para mí y para ellas, motivo de celebración.
Mientras esperaba mi turno, en medio del silencio de la tarde, y como eran pocos los pacientes que desfilaban por la IPS, y sin nada diferente a ver pasar el tiempo, recordaba esas añoradas épocas de muchacho: una cerveza, algunos amigos del mejor equipo del mundo, Millonarios, y para tener alientos y gritar sus goles, antes la cita era en el palacio del colesterol…
Ya dentro de El Campin empezábamos a eructar la exquisita fritanga: chicharrón carnudo, lomito de cerdo, huesos de marrano, longaniza, papa criolla, guacamole…
La para con el pecho Marino Klinger amaga a la izquierda el lateral se come el engaño disparo apretado al segundo palo y un brutal golpe de cabeza de “Maravilla” Gamboa; el cancerbero se queda quieto… gol del azul, gol, gol, y entonces de la emoción saltábamos y en el aire un perfume de triunfo y que viva también la indigestión de aquel instante.
Hoy me toca decirle a quienes leen estas líneas que debo olvidarme de ciertos placeres porque en verdad está en riesgo mi salud, pues y como se canta en el premonitorio mensaje de Daniel Santos… “Adiós muchachos compañeros de mi vida /barra querida de aquellos tiempos… debo alejarme” …
No puedo consumir embutidos, ni bebidas dulces, ni pan, ni postres, y en lo posible, huirle al azúcar; ese grito de batalla de la Guarachera de América: “¡Azúcar!”, ya no es para este noble corazón enamorado.
Y entonces mi cuerpo se eriza cuando la nutricionista muestra el veneno mortal que significa el consumo de gaseosas. Una coca cola de 350 mililitros contiene 8 paqueticos de azúcar de los que entregan en una panadería cualquiera al degustar un pequeño pocillo de café.
La médica me aclara que al consumir azúcar la ansiedad aumenta y también el apetito: el organismo exige comer más lo cual en exceso es perjudicial para la salud.
Para bajar de peso, productos de panadería, cero, postres de ninguno, panela nunca, sopas no, chocolate tradicional tampoco, y los embutidos verlos y apreciarlos, pero no consumirlos jamás.
Se hace necesario olvidarnos de los productos de paquete, o comida chatarra, puesto que se aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares porque al contener demasiadas calorías éstas no ayudan a mantener un peso ideal.
Por el contrario, para evitar el sobrepeso y tener una vida saludable la Organización Mundial de la salud recomienda comer pequeñas cantidades y cinco veces al día: (desayuno, medias nueves, almuerzo, onces y comida).
Una sola harina, una proteína y ojalá que el plato rebose en colores. Entre más “arco iris”, mejor para una vida sana. Los vegetales verdes ayudan a disminuir los niveles de azúcar y las verduras rojas y amarillas combaten el colesterol, remata la nutricionista.
A partir de ahora, en sólo una cosa seguiré a Popeye. Porque, aclaro, y que no quepan dudas de ninguna especie: éste por no ser tierno con Oliva, que fue el amor de toda su vida, no merece mi apoyo. El marino la maltrataba a diario y le hacía la vida imposible. Entonces por esos “pequeños detalles” no recomiendo las aventuras de este personaje.
Sólo una de sus conductas me parece saludable: consumir espinacas, porque ayuda, no solo a combatir el azúcar, sino que también propone en los catanos recuperar su masa muscular que se va perdiendo con el paso de los años…
Dos porciones de frutas en el día y tres de verduras diarias. Se destaca que las leguminosas son fuente de proteína vegetal y altas en fibra. En su orden: frijol, lenteja, arveja seca, garbanzo. Acompañarlas siempre con un cereal: arroz, papa, pasta, plátano.
Atrevernos a probar alimentos nuevos como las nueces, almendras, frutos secos, semillas de linaza, chía, calabaza.
Mucha agua, un litro diario como mínimo, pero en pequeños sorbos porque si se bebe en grandes cantidades produce distensión estomacal. Los jugos no se recomiendan, ni la pulpa. Es mejor consumir la fruta entera porque aporta fibra. Y la leche entera, no la deslactosada, porque esta última es más dulce.
Un complemento ideal para llevar una vida sana tiene que ver con el ejercicio diario. Bailar, montar en bicicleta, saltar. Treinta minutos de actividad y los achaques propios de la edad disminuirán, aunque para todos nos llegará algún día el momento inevitable…
Es bueno dejar constancia de mi obsesiva afición por el deporte.
Seguiré preparándome con todas las energías que aún me quedan para competir en la maratón de Boston, o mínimo en la de Bogotá. Y no es por romper marcas, sino porque debo adquirir mayor flexibilidad y elevar mi autoestima. Y puede ser posible que gane, si me lo propongo, porque quiero ser un consumado velocista… sólo que soñar, como una sonrisa, no cuesta nada.
Cuando salí de la consulta con la nutricionista, me sentí un poco triste y bajado de nota, pero quién no; ya en la calle alcé la vista a las nubes y en medio de mi desencanto alcance a divisar al gran Vicente Fernández quien cantaba desde una de las esquinas de la bóveda celeste:
Ayer me dijeron viejo por un momento me estremecí después me miré al espejo… por qué llorar, por qué sufrir si en cada arruga y en cada cana dejé una historia de mi vivir…
Y los violines y las trompetas de los charros rasgaron la tarde y unos inusuales latidos de mi corazón me forzaron a evocar esas épocas gloriosas donde nada importaba porque la juventud seguía con nosotros…
Pero, entonces, y porque los hombres también lloramos al no aceptar la realidad… sólo que, y sin advertirlo, una voz emergió del fondo de mi alma que no la pude atajar…
Pero quedan hijas e hijos míos y ahí se los dejo…
Junio 3 de 2022.