News Press Service
Nicholas Dale
El País
Por estos días no se habla de mucho más. Con razón. Pocos temas tienen un impacto tan grande sobre la economía, ya tan golpeada en los últimos años, y por ende en todo lo demás. En realidad, se lleva hablando de esto desde hace meses, desde la campaña presidencial. En aquellos “buenos tiempos” cuando el dólar sí subía, pero poco, el fantasma del “dólar a 5.000” se lanzaba como advertencia y amenaza de lo que habría de venir con un Gobierno de Gustavo Petro. Parece que de tanto conjurarlo, está a punto de llegar. En la última semana el dólar ha roto varias veces su precio más alto en la historia y está tan cerca de romper el techo de los 5.000 pesos, que parece que la única pregunta que queda es cuándo. Pero más importante es por qué, por culpa de quién.
La respuesta a este importante interrogante depende de quien responde. Cada cual tiene su propio chivo expiatorio. Por un lado, desde el Gobierno hay una narrativa clara: las depreciaciones de las monedas frente al dólar son una tendencia global derivada de la guerra de Ucrania y de la galopante inflación mundial y las reacciones a ella -la libra esterlina está pasando por sus momentos más bajos y el euro está prácticamente nivelado con el dólar, recuerdan-. Todo esto es verdad, pero en Colombia la situación está peor. Los números no mienten. Entre los países de América Latina la depreciación durante este año es en promedio de 5,4%, mientras que aquí es del 12,8%. Solamente Argentina está por encima en esta infortunada lista.
Por lo tanto, señalan los analistas, es evidente que también hay un factor interno. De hecho, el ministro de Hacienda, que ha jugado el papel de tranquilizante para los mercados desde su nombramiento, también apunta en esa dirección al decir que más allá de los factores macroeconómicos e internacionales, la devaluación “es un tema de percepción de algunas declaraciones de algunos colegas, sobre todo el tema del petróleo”.
Por poner ejemplos, cuando a principios de este mes el presidente criticó la decisión del Banco de la República de subir las tasas de interés en un 1, el peso se devaluó más del 3% en pocas horas, rompiendo el récord histórico establecido en julio, antes de su posesión. Y en cuanto a los hidrocarburos, a pesar de que tanto el presidente como la ministra Vélez se pronunciaron con el objetivo de tranquilizar los mercados asegurando que se respetarían los contratos vigentes, no se han referido a los contratos nuevos.
Pero el daño ya estaba hecho. Al mercado no hay que asustarlo, recuerdan los expertos; es sensible, advierten. Y sí, las declaraciones de intenciones del Gobierno -en cuanto a su política monetaria, a sus planes de desarrollo, su reforma tributaria y, crucialmente, su política energética – han encendido las alarmas del mercado de capitales. Habría que añadir que la reacción a los comentarios del Gobierno han sido como añadir leña al fuego, porque buena parte de los actores de los mercados financieros desaprueban su gestión; y en algunos casos dejan la sensación de que ven la subida del dólar con una especie de satisfacción por saber que dentro de semanas, días u horas, podrán decirle al país: “¿le dije o no le dije?”.