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Por Elías Prieto Rojas
Corría el año de 1992, época de cambios diversos porque una nueva Constitución política venía imponiéndose buscando remediar males endémicos de nuestra nación, mientras que otros sucesos germinaban en el planeta; Suráfrica, por ejemplo, enfrentaba transformaciones radicales, pues los blancos procuraban desmontar el racismo, y las Olimpiadas en Barcelona, España, mostraban al mundo que el deporte podía ayudar a la paz mundial; y en medio de esa amalgama de celebraciones, barrio Quinta Paredes, Bogotá, Colombia, la conocí.
Alta, para el promedio de las mujeres, casi que rubia, ojos azules, piernas que, sin ser gordas, sí lograban mantener erguidos y bien balanceados sus 60 kilos; deseable, como cualquier mujer que desfilaba por la capital sin pretensión alguna, apenas con la ambición de ganar plática para su perfume y acicalarse y comer y cuidarse y seguir haciendo sufrir, con su belleza, a más de uno sobre la tierra.
Vivía sola. Pagaba arriendo. Y bebía aguardiente, con moderación, jamás al extremo de hacer realidad las palabras de Facundo Cabral quien afirmaba por aquel entonces que «vamos a beber poquito, no más hasta caernos».
Ella era conferencista de un programa exitoso: «Escuela de Padres», donde se viajaba por todo el país haciendo presencia en los colegios llevando el mensaje a las familias, y se intentaba que hubiese consciencia de ciertos deberes y responsabilidades con los hijos, y la ternura y el amor, y el tiempo y el juego, que son, con otras acciones, conductas valiosas y sabias para todo lo que se llame hogar:
El santuario de la vida que hoy todavía queremos y deseamos defender.
Y después del discurso, porque éramos un equipo, vendíamos toneladas de libros y de enciclopedias que padres y madres compraban de contado y a crédito, y para beneficio de sus inteligentes y ponderados herederos.
Y se repetía la prédica por latitudes todas de nuestra patria, al sol y al agua, “y ofrézcale cariño y ternura, y construya autoestima y felicite y destaque cualidades y haga sentir importante al chico y no lo compare, ni lo grite, ni lo amenace, porque a veces… si no te tomas la sopa no te quiero… o te voy regalar al loquito o al coco»…
Y en una de esas amenas charlas, ante una asistencia de ciento trece personas, colegio dedo parado de Bogotá, uno de sus acudientes, que no el padre, blandió su lengua en contra de mi conferencista:
«Usted que cree, que nosotros somos cavernarios, que torturamos a nuestros hijos y que somos individuos asquerosos y que no merecemos haber nacido en este planeta»… y me tocó salir en defensa de mi compañera de trabajo, no sin antes exigir que me anunciarán como el gerente nacional de ventas de la editorial, y con mi lengua aceitada y educada -tan chicanero este man- le expliqué al «revolucionario» con mesura, y logré que entrara en razón el energúmeno.
Y vaya que me costó trabajo.
No se vendió ni un libro, ni siquiera una hoja. Salimos derrotados. Mi colega no lloró, pero al mirarla sentí que su alma se había roto en mil pedazos. Sólo atiné a decirle que la quería y la abracé y sentí que su corazón latía de nuevo y terminamos riendo, como nunca, de lo difícil que es ganarse el pan en este país.
De las maromas que debemos realizar. Porque nos toca a diario convertirnos en malabaristas, magos, contorsionistas, payasos, ilusionistas, culebreros, trapecistas, y sin red ni protección…
“Señores y señoras: en este instante damos comienzo a la función; rogamos al respetable público, silencio: cuatro hombres ingresarán al «globo de la muerte»… instantes de pánico podrán vivir los espectadores, pero, nuestros artistas confiando sólo en su habilidad y pericia intentarán una vez más desafiar a la mortecina invitada” …
No sobra advertir que ella fue durante muchos años mi conferencista de cabecera, e hicimos una alianza, al cumplir con los presupuestos de la editorial, que nos reportó ir de turismo por varios países de Centro América disfrutando de hoteles cinco estrellas, y con otros colegas, degustando “del todo incluido”: lo que cada uno se bebiera y se comiera…
Gracias al aporte y entereza de Clara Inés González, y a su valiosa ayuda, este noble corazón enamorado fue en el año 1997 campeón nacional en Ventas, superando a más de 200 bravos toros de la profesión más lucrativa del mundo, en la editorial con la que trabajaba por aquellos días, lo que me reportó varios millones de pesos con lo cual mi situación económica mejoró y de qué manera…
Pero, amigos lectores, debo ser honesto.
No lo juro, sólo créanme: ella era, y sigue siendo una mujer atractiva. Nunca la irrespeté, nunca me sobrepasé, nunca le hice una propuesta indecente, y casi todos los días le recordaba:
“Nuestro amor sigue siendo puro” …
Lo que ahora queremos destacar es el valor de la amistad. Porque antes de compañeros de trabajo y de colegas fuimos con Clara Inés González, amigos, esa es la verdad. Al menos, siempre lo he creído y lo creeré, así.
En cierta ocasión un profesor de sociales sentenció que el Chavo no hubiese logrado la fama ni el dinero de no haber sido por el permanente apoyo de Quico. Los dos hicieron una pareja de cómicos, para sí imprescindibles, y como actores fueron vitales y decisivos para el imaginario colectivo de los latinoamericanos y su épica se consolidó porque se buscaban para continuar con sus travesuras infantiles.
Pero, antes de todo, fueron amigos…
Ahora mismo se conoce que individuos miserables publican y hacen alharaca de las divisiones de Chespirito y de su colega y se empecinan en priorizar ya no de su amistad, sino de sus imperfecciones como humanos, y es ahí donde «la mala leche» aflora para «amargar» a millones de seguidores del Chavito y de su partner.
Y es acá, donde también se podría afirmar que, si los dos actores se hubiesen separado, quizás la fama no estaría hoy de la misma manera influyendo con sus personajes.
Otra más puede ser el enorme amor que sintió la «Guarachera de América», por su amado Pedro Knight, y por eso, en el mundo, al conocer de su romance, las canciones de Celia Cruz se escuchan más limpias y tienen una mayor resonancia en los corazones humanos.
Claro que no podemos desconocer el enorme impacto de la reverente y sagrada amistad de Jesús y Pedro. Este último estuvo atento hasta el final de los dolores del Nazareno, sólo que cuando sintió que su adhesión a la causa le podía significar la muerte, ahí mismo lo negó y entonces el gallo de la historia sigue cantando.
Habrá que involucrar el perdón…
Para que nos perdonen, porque también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden…
A todos quienes leen estas líneas les debemos recordar que cada uno de nosotros tiene un amigo. Ve y búscalo. Agradécele de todo corazón, todo cuanto ha hecho por ti. Y sigue con la vida, porque ella continua, sólo que este “valle de lágrimas” nos va dejando como el tren que algún día partirá sin nosotros. Es inexorable y por eso saldemos las deudas que hemos contraído con algún amigo…
En el fondo del corazón, esa buena persona, ahora mismo, sigue tocando a tu puerta. Ábrala de par en par, no coma cuento, ni se deje impresionar por las habladurías… si es preciso llámalo y dile con el alma que…
“Gracias por todo cuanto has hecho por mí” …
Y entonces aparecerá la esposa, o la compañera de trabajo, o el espontáneo que al caer la tarde te sonrió… nunca será tarde para agradecer, pero es ahora…
Es necesario que nos quitemos ataduras y romper paradigmas debe ser la constante desde que nacimos.
El deseo de ayudar a construir un mundo mejor se impondrá…
Son las ocho de la noche de un día cualquiera. Estoy sólo en mi estudio. Silencio. Miro hacia la calle y veo oscuridad. En la casa contigua mi vecino, un profesor de inglés tatarea una canción. Beirut, el gato negro y blanco con sus peculiares movimientos se lanza de su gimnasio con su amigo Odín, el otro gato de la casa; ambos bajan las escaleras y juegan… y en medio de su alegría se abrazan…
En el aire sigue sonando José Luis Rodríguez “El Puma”. Su canción y su mensaje es preciso: “los amigos así… al final los amigos no se olvidan de sus amigos” …
Hasta luego, amigo…
Febrero 15, martes de 2022.