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Por Gerney Ríos González, tomado del libro de su autoría la Economía Subterránea.
La labranza de la flora medicinal hace parte de la llamada “economía informal”, debido a varios factores, entre ellos la falta de una planificada estructura catastral, que afecta, no solo a Colombia sino a la mayoría de las naciones suramericanas. Para citar un ejemplo, en la Argentina se comprobó con estadísticas que el 50% de las construcciones en la capital no existía. En cuanto a los elaborados agrarios, distintos productos salen al mercado “informalmente” y se pagan en las fronteras con dineros de otros estados.
Un aspecto de “economía informal” se da en zonas de mercadeo agropecuario donde los intermediarios compran las cosechas al campesino para ganar más; el labriego cultivador se evita los pagos del transporte; el producto se encarece en las ciudades consumidoras.
¿Puede ser una “economía informal” el sembrado de las plantas medicinales? En el momento sí; pero se convertirá en la industria agrícola del futuro, reemplazante de los cultivos ilícitos a la par de los productos de la canasta familiar que provienen del campo. Colombia tiene los climas necesarios y la mejor luminosidad para la labranza de hierbas, arbustos, árboles y flora con propiedades terapéuticas que se conocen desde tiempos inmemoriales pero que no han logrado un posicionamiento que se transformen en el decurso de los próximos lustros en fuente de importancia de nuestra economía.
Las “ayudas” económicas de Estados Unidos y la Unión Europea a las naciones suramericanas, suceden año tras año. Sin embargo, el ejército de los desocupados y, por ende, pobres en extremo, aumenta día tras día. Por eso la recuperación de las tierras en poder de la economía subterránea obliga a utilizarse igualmente para los cultivos de plantas medicinales empleando para ello la mano de obra que se genere de los mismos campos o ser “exportada” de las grandes ciudades, previa selección de las familias que regresen a sus parcelas de donde brotaron desterradas por la violencia y la inseguridad.
Emprendimiento es la mejor herramienta para canalizar la producción de materias primas necesarias a la botica universal, cuando la industria científica avanza en el tratamiento de enfermedades otrora insanables y que gracias a los descubrimientos de propiedades curativas de su cáscara, arbustos, plantas y flores de jardín colocan a la humanidad en la puerta de la salud completa para el ciclo de vida normal en los países del Tercer Mundo.
Se genera “autoempleo” con la labranza de plantas con propiedades terapéuticas. El estímulo oficial se traduce en préstamo para familias que posean terrenos aptos para estas plantaciones, o que el Estado pueda adjudicarles espacios confiscados a los narcotraficantes; es decir, que la ayuda económica estatal se vierta sobre contingentes de escasos recursos que destinen sus energías a la novísima industria del cultivo y procesamiento de materias primas para la industria farmacéutica originando un nuevo factor de exportación aunado a los tradicionales renglones que tributan los mercados mundiales.
Autoempleo, palabra que suena en las naciones en desarrollo y que vale ser estimulado este aspecto humano por el Estado, ya que se trata de una población digna de consideración, de apoyo, de crédito para sus empresas entre las cuales la microindustria en el procesamiento de plantas medicinales, una fortaleza, en zonas rurales o urbanas con la vigilancia oficial y la colaboración tecnológica hacia su perfeccionamiento.
Una política de crédito bien dirigida y mejor aplicada al sector productivo rural cambiará las costumbres en zonas de violencia. Y lo que se propone al terciar sobre la viabilidad de los cultivos de la flora medicinal con fines industriales es la masificación de esta elaboración agraria que entrará a formar parte de la vasta cadena de autofinanciación del conglomerado trabajador colombiano y el Estado.
Todo está dado en el país: buenas tierras, si se rescatan hacia la agricultura, créditos, programas rurales, carreteras y caminos, facilidades de comercio, venta y compra de productos del campo, excelentes climas, diversidad de tiempos de cosecha, vivienda, educación en el agro y, estímulos para que las gentes vuelvan a pensar seriamente en el sector primario de la economía como fuente de bienestar y salud para la comunidad.
Increíble, el campesino colombiano de pequeñas parcelas para cultivar depende del trabajo propio y el de su familia, soportado en el azadón, el machete y dinero conseguido con préstamos “gota a gota” para adquirir las semillas, fertilizantes e insumos, exponiéndose a la pérdida de sus cosechas, puestas en calidad de garantía, pues el Estado brilla por su ausencia. Es aquí donde los pequeños finqueros deben recibir ayuda del gobierno en la creación de cooperativas agrícolas campesinas, donde opere la cadena Geologística- almacenamiento, cadenas de abastecimiento, distribución, maniobras de crossdocking- con el fin de vender los productos de la tierra a precios justos y encontrar apoyo financiero con bajos intereses para seguir prestándole un servicio a la humanidad.
En contravía, vemos la composición de Colombia con territorios azotados por la narcoguerrilla, afectados por el sembrado de coca y amapola; las amenazas sociales que pesan sobre comunidades indígenas y colonos; el éxodo generado por las presiones que han convertido a las ciudades en refugios y asentamiento de progenies de raigambre campesina. Estos aspectos negativos cambiarán en pocos años si la voluntad política de los gobernantes centra su atención inmediata en la aplicación de programas involucrando en los mismos cultivos sanos, que sirvan de acicate por los estímulos crediticios que se den a familias de extracción rural, forzadas al hábitat difícil de las urbes y que regresarán a sus lares con esperanzas en su realización social y humana.
La vinculación de organismos de crédito internacional a los programas trazados en Colombia es el mejor estímulo para el cultivo de diversas especies productivas para la alimentación, la industria y la medicina.