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Por Alfred López
Durante gran parte de la historia, debido al desconocimiento del método científico de gran parte de la población, ante la llegada de una pandemia se tuvo el convencimiento que dicha enfermedad epidémica se había producido a través de algún castigo divino(ante la creencia de que Dios enviaba las plagas para mantener a raya a los seres humanos) o bien porque el aire transportaba de vez en cuando algunas enfermedades contagiosas que provenían de otros lugares (algo que era conocido como ‘miasma’).
Este convencimiento hacía que, siglos atrás, dos fuesen las principales maneras en las que se tratara de poner remedio y combatir una pandemia: una era mediante oraciones religiosas y la otra cambiando de lugar de residencia, trasladándose a vivir a otro lugar en el que se tenía el convencimiento de que el aire no estaría infectado por enfermedad alguna (de esta costumbre nació la famosa expresión ‘Cambiar de aires’). Esto último era un método contraproducente, ya que provocaba que el traslado de personas que ya hubiesen estado infectadas provocaría que la enfermedad llegase a otros puntos y se extendiera.
Curiosamente, en el año 1655, en un momento en el que este tipo de creencias y convencimientos estaban muy arraigados, hubo una pequeña aldea llamada Eyam (en el centro de Inglaterra) en la que se obró de una manera totalmente distinta a como se había hecho hasta entonces y se logró frenar un brote de peste bubónica que había llegado desde Londres, aunque aquel método de contención supuso que la enfermedad acabase con la vida del 75 por ciento de los habitantes de aquel lugar.
La peste bubónica llegó a Eyam a través de un sastre local, llamado George Vicars, que llevó hasta la aldea un fardo de telas, la cuales iban llenas de pulgas infectadas por la enfermedad y en los siguientes días se fue extendiendo por la población.
El primero en caer fue el propio sastre, el 7 de septiembre de 1655, pero éste ya había propagado la enfermedad, debido a que una de las primeras cosas que hizo George Vicars, tras llegar a Eyam con el fardo de telas, fue colocarlo junto a una chimenea para que estas perdiesen la humedad que había cogido durante el viaje desde la capital inglesa. El calor provocó que las pulgas salieran de aquel paquete de ropa y se desperdigasen por toda la población.
No fue hasta dos semanas después cuando, ya de manera imparable, empezaron a enfermar y fallecer numerosos vecinos de Eyam y a lo largo de los siguientes catorce meses tres cuartas partes de la población murió.
Pero el hecho de que fallecieran tantas personas de una misma población (lo normal en otros lugares es que el porcentaje de muertos por peste bubónica estuviese muy por debajo de la mitad, entre el 20 y el 35 por ciento), se debió a que los mismo habitantes de Eyam tomaron la decisión de mantener la aldea aislada y sus habitantes en cuarentena y que nadie de allí se marchara a otro lugar (cambiase de aires).
Esto provocó que la enfermedad estuviese muy controlada y no se dispersara hacia otros pueblos de los alrededores.
Según consta en el registro parroquial de Eyam, el último fallecimiento por peste bubónica en la población se produjo el 1 de noviembre de 1666, siendo un total de 273 personas quienes perdieron la vida en un censo de 350 habitantes que había en la aldea.
Aparte de haber aislado la población y no permitir que los habitantes de Eyam se trasladaran a otros lugares, se realizó una serie de cosas que ayudaron a contener y no propagar la enfermedad. Una de ellas fue la celebración de las misas al aire libre y manteniendo la distancia entre los asistentes.
Debemos tener en cuenta que, en pleno siglo XVII, era de obligado cumplimiento el asistir a los oficios religiosos (algo que estaba muy por encima del razonamiento de si había una pandemia o no), pero el hacerlo en el exterior y no dentro de la iglesia, a pesar de lo contraproducente que era realizar misas, ayudó a que aquella distancias interpersonales no ayudaran a propagar más la peste.
También se puso en práctica otra cosa que, a pesar de ser sorprendente, fue determinante para frenar el contagio y esto fue el hecho de que cada familia debía de encargarse de dar sepultura a sus fallecidos, convirtiéndose un importante número de vecinos Eyam en improvisados enterradores particulares.
El dar entierro rápidamente a quienes iban falleciendo y hacerlo dentro de un mismo núcleo familiar, ayudó en gran medida a frenar los contagios y erradicar la pandemia.