El Espectador
News Press
Por: Augusto Trujillo Muñoz
El 16 de marzo de 1781, es decir, hace 250 años, Manuela Beltrán rompió los edictos sobre nuevos impuestos, en medio de fuerte protesta de los vecinos. Ese día se inició el alzamiento comunero que, probablemente, ha sido la más importante movilización social de la historia colombiana, desde la conquista ibérica hasta hoy.
Criollos e indígenas neogranadinos sabían de otros alzamientos comuneros en Paraguay, Argentina, Perú, pero también de la rebelión de los Comuneros de Castilla contra el rey Carlos v, en 1520, para defender tanto sus derechos como las autonomías locales. En abril de 1520, cuando aún no había nacido ninguno de los pensadores modernos, salvo Maquiavelo, los Comuneros de Castilla decidieron reclamar la sujeción de la autoridad al derecho y el mantenimiento de los fueros territoriales.
Hace 500 años los municipios castellanos se levantaron contra el creciente poder de un rey que apenas sí hablaba español, con fuerte acento extranjero. Decidieron elegir Juntas de Gobierno proclives a la idea de una monarquía parlamentaria, como lo hubiera querido la Carta Magna Leonesa de 1188. Los Comuneros de Castilla usaron la palabra Comunidad para poner al pueblo por delante del rey.
Tales sucesos son desestimados por la historia oficial de la Modernidad, como se desestima en la nuestra la importancia del movimiento comunero de 1781. La historiografía oficial colombiana ha construido una visión heroica, bélica, patriótica de nuestro proceso independentista que, por lo demás, se agota en Bolívar y Santander. Por eso no repara suficientemente en la importancia de sucesos como el “Juntismo”, la Real Expedición Botánica o la presencia activa de los Cabildos abiertos del 20 de julio, expresada en distintas movilizaciones de carácter civil y local.
Mientras avanzaba hacia la capital, cada pueblo reforzaba aquella marcha victoriosa y tumultuaria. En Zipaquirá, se precipitó un encuentro con los delegados del virrey. Los Comuneros, anota el maestro Germán Arciniegas, no son como otros revolucionarios que entran a saco por campos y ciudades para henchir el morral: Tienen una ética de la honradez que les impide obrar como salteadores. Mientras tanto los delegados del virrey utilizan su habilidad y su felonía para inducir una transacción.
Pero las capitulaciones de Zipaquirá no fueron un tratado formal sino un memorial de agravios. Denuncian la naturaleza opresiva de las cargas fiscales y piden igualdad de europeos y americanos ante la Corona. Incluso acuerdan preservar las milicias armadas como garantía del cumplimiento del tratado. Según el maestro Antonio García, ni la fidelidad de los jefes comuneros al rey, ni la intención de las autoridades de desconocer el pacto, invalidan la enorme trascendencia política de las Capitulaciones: Por el contrario, expresaron ideas autónomas de raíz ibérica, pero aclimatadas en estas tierras desde antes de que el liberalismo moldeara el pensamiento de nuestros libertadores.