
News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Hace poco asistimos a uno de los varios cócteles que se ofrecen en la capital y luego de los canapés, bebidas azucaradas y licores que se degustaron nos vimos comprometidos, al azar, en una de las muchas conversaciones. Para ilustrar el caso, un doctor en economía, y gerente de banco multinacional, nos dejó sorprendidos con su pensamiento algo radical, por no decir que extremista. Quien escribe narró acerca de una entrevista fortuita que se le realizó en la calle a Martín (nombre ficticio), joven de dieciocho años. El muchacho con deseos de ser poeta, hablaba con propiedad sobre Neruda, Benedetti, Borges y otros vates clásicos. Después de su soliloquio el adolescente concluyó que en Colombia era muy difícil destacarse en el mundo de las letras, porque nadie leía y las editoriales tampoco ayudaban, a lo cual, como escritor, asentí. Y cuando decidí profundizar en sus labores el joven me confesó que no conocía a su padre y que a su progenitora no la frecuentaba, porque de continuo ella viajaba por el país; mejor dicho, que él vivía solo y pagaba arriendo y trabajaba obsesivo para subsistir y que nadie le colaboraba y que su meta era destacarse en cualquier campo, aunque le gustaba la poesía. Le regalé uno de mis libros y seguí en mi travesía zigzagueando por los almacenes de Suba. Al tener cerca al economista y a su pareja, una prestante abogada de nuestra patria, les comenté de las exigencias diarias que el país les ofrecía a demasiados seres humanos, pero que sin duda alguna, su mayor dificultad la tenían los jóvenes, por cuanto, muchos de ellos, apenas empezaban a vivir, y que sin invitación para ser parte de una cruel existencia, los aprendices de la vida (perdón), no alcanzaban a disfrutar de su adolescencia, por las exigencias económicas y que debido a éstas sus penurias comenzaban desde tierna edad, y con tan abultada carga cualquiera se podría arrepentir pronto de su juventud.

La abogada aprobó mi comentario y estuvo de acuerdo conmigo, porque y para sustentar mi crítica, ya impulsado, me explayé al sustentar que los muchachos necesitaban motivación, así como los ancianos; pero que los jóvenes merecían mayor atención, prudencia e incentivos en la búsqueda de un sentido hacia la existencia, puesto que apenas empezaban su aventura de vida y ya con semejantes responsabilidades al enfrentarse solos ante un mundo exigente y en cierta medida inclemente, lo que vale decir con la espada de Damocles sobre su cabeza y sin posibilidad de queja o lamento… Y este cronista concluía con una pregunta: ¿qué se hizo ese padre al dejar botada su sangre y qué se hizo esa madre al no buscar propiciar un mínimo de «vamos hacia delante», al niño, o joven, o al ser humano? acaso la vida misma no enseña que un padre es para toda la vida y que una madre es hasta que se muera… y fue cuando el economista ripostó qué no estaba de acuerdo con mi disertación; qué él consideraba labor más titánica la de un anciano, porque faltándole las fuerzas a éste, ya en sus últimos años… la abogada no le dejó terminar la frase: «bueno, el viejo ya tuvo su oportunidad en la vida y si no supo aprovechar, entonces la culpa es sólo de él»… Y entonces aproveché la ocasión y volví a la carga: que no debía atiborrarse de malas noticias el cerebro de un muchacho y menos dejar que gente tóxica le irradiara “malas energías” y que las noticias llenas de necropsias y de infortunios y que la traición y el dolor y la enfermedad y la corrupción y la violencia y que el desánimo también a la hora del almuerzo y etcétera, etcétera… que no debíamos propagar la extinción de la especie por hacernos los interesantes y seguí argumentando
que para mí un muchacho, aparte de su vitalidad, es la obra perfecta de la creación porque su impulso y su coraje y su deseo (racional) de triunfo significaba la génesis de la elaboración y el ímpetu de la creatividad y que la fuerza desmedida de la juventud producía revoluciones y cataclismos y que ya Jean Paul Sartre hablaba que “el hombre es actuar y hacer y haciendo hacerse y no ser más que lo que él se ha hecho”… pero que, y sin lugar a dudas, la batuta era propiedad y privilegio de la juventud, por otra y miles razones. El economista mojó su lengua en champan… y era obligado escucharlo: -Mire, mi estimado señor y querida esposa: demasiados ancianos, en este momento, no tienen qué comer y son abandonados hasta por sus propios hijos. Dedicaron toda una vida de esfuerzos y sacrificios para educar, orientar y dirigir a una familia. Y hoy, por no ser previsivos, en algún momento, pero también por culpa de empresas poco éticas, y del Estado que no vigila ni sanciona, los viejos no tienen una posibilidad, siquiera remota, de pensionarse. Y les tocará trabajar, hasta que se mueran. Y no es que los ancianos hayan desperdiciado las oportunidades que les ofreció la vida. De ninguna manera. Cuál seguridad social han tenido, si las trabas y componendas, incluso en el suministro de medicamentos les dificultan sus habilidades; y qué opciones de estudio, si en nuestro país es de élite la educación, puesto que, si tuvieron para la matrícula, no contaron para el transporte urbano; y ni empleo formal porque la inmensa mayoría, a diario, establece el diálogo del rebusque; y para completar no tienen una residencia, ni casa digna porque el sólo hecho de saber que se paga arriendo, significa que la moral se le baja pronto a cualquiera y eso le impide ir tras la elemental meta de tener su rancho propio, porque el dinero del ahorro se ha refundido en el pago de la renta; lo mínimo que le puede ofrecer cualquier sociedad al individuo -siguió hablando el condenado banquero-, es empleo formal y bien pagado, seguridad social, pensión, oportunidades para viajar cada fin de año en plan turismo… pero eso, acá no se puede, porque no hay inversión social y como los recursos públicos son propiedad de políticos corruptos y entre ellos se tapan, entonces, de verdad, es una odisea cabalgar sanos en medio de tantos escombros… bebía yo con la paciencia propia del recluso ante los veredictos de la ley, sólo que deseaba soltar mi lengua para ensayar un soliloquio, al cual tenía derecho sobre los bancos y sus intereses y la codicia de los ricos, pero mejor me retiré de la charla argumentando que debía salir pronto de la reunión porque la inseguridad en Bogotá había crecido y que por eso debía estar pronto en mi maison. Llovía en Bogotá a cántaros. Recordé que debía llegar rápido porque el último trasmilenio de Las Aguas salía sobre las once de la noche. Me salvó que ocupaban la estación casi una doble docena de estudiantes de una de las universidades que por allí pululan y el jolgorio y el carnaval que los jóvenes armaron me hizo rejuvenecer y olvidarme un poco de la situación del país…
Viernes, abril 4 de 2025