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Por GERNEY RÍOS GONZÁLEZ
El interés geoeconómico-político demostrado con hechos internacionales preocupantes que sobre Nicaragua y Venezuela tienen China y Rusia, es indudable; el primero con sus promesas inversionistas para construir el canal interoceánico, Atlántico- Pacifico; el segundo, recobrar el prestigio de entonces que tuvo el imperio soviético, menguado por el poderío de Estados Unidos y la posición de primer lugar que tiene el país asiático como economía de gran influencia mundial. A raíz del Fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya que despojó a Colombia de 75 mil kilómetros de mar territorial en el Caribe y los entregó a Managua, el mapa cambiará, con las ambiciones sino-ruso, convertidos en aliados de Nicaragua y Venezuela.
Rusia hizo presencia militar con sus “cisnes blancos” en noviembre de 2013, cuando violaron el espacio aéreo de Colombia en el Caribe, sobre las costas de Santa Marta, tras despegar del aeropuerto de Managua con destino al aeropuerto de Maiquetía, Venezuela. Esos “cisnes” son dos poderosos aviones de combate rusos “tupolev”, supersónicos, cada uno con capacidad de llevar en sus vientres doce ojivas nucleares, en la práctica, la carga de muerte apocalíptica para millones de humanos. Este sobrevuelo del espacio aéreo nacional, no llegó a mayores; pero dos días antes, otro incidente similar había ocurrido.
Los Tupolev–Tu 160, o Black Jack, codificación de la OTAN, apagaron sus “Transponder” para no ser detectados por el radar de la Fuerza Aérea Colombiana. En el segundo caso, fueron avistados y aviones militares de la FAC los alcanzaron desde su partida de la Base de Palanquero. Los Kfir se hicieron a los costados de los gigantescos bombarderos y los obligaron a dejar los aires soberanos. Un Tupolev mide 54 metros de largo y la envergadura de sus alas es de 56 metros. Los Kfir de Colombia son mosquitos al lado de ese gigante de los cielos, miden 16 de largo por 8 metros de envergadura alada. Desigualdad notoria y amenazante.
Los reclamos colombianos fueron infantiles, con mensajes a través de la cancillería, pronunciamiento etéreo del gobierno Santos, trinos con ingenuas amenazas de algunos congresistas y todo volvió a la normalidad. Pero Nicaragua, no se puede ignorar, recibe protección militar de alta tecnología frente a la hipotética “agresión” de Colombia al país centroamericano en reacción por la pérdida de esa porción de mar territorial.
Los Tupolev rusos han repetido violaciones en otros países del Viejo Mundo. Los Black Jack sobrevolaron Noruega y fueron interceptados y obligados a dejar el espacio aéreo por dos cazas F-16. Japón también fue observado en 2013 por las mismas armas rusas. Abandonaron el lugar tan pronto avistaron dos cazas F2 nipones. En el caso colombiano, algunos analistas opinan que ese sobrevuelo fue una advertencia rusa: “no se metan con Nicaragua y Venezuela que no están solos”.
Sin embargo, Rusia en determinados casos, ha observado los protocolos para el tránsito de naves aéreas por el espacio colombiano y las relaciones diplomáticas entre ambas naciones son fluidas. En 2013, Rusia solicitó cinco permisos para el paso de naves comerciales en la ruta Managua – Caracas y viceversa. Poderosos cargueros Antonov – 125, con capacidad para transportar 140 toneladas de carga, fueron vistos “pasivamente” en cielos nacionales. No así frente a los terroríficos “cisnes blancos”, o Black Jack, Tupolev Tu 160 con cargas nucleares.
Las autoridades colombianas han sido tímidas en sus reclamos diplomáticos. No es la primera ocasión que ocurren incidentes. La opinión pública recibe someras explicaciones sobre estos acontecimientos y la normalidad vuelve al dominio de la realidad diaria. Rusia ha puesto los ojos y sus ambiciones en centro y sur de américa, avisada sobre aconteceres como el fallo de la Corte Internacional de Justicia, o las pretensiones de Nicaragua de construir por intermedio de una empresa china y ayudas económicas del gigante asiático el Canal Interoceánico sin importar los irreparables daños al ecosistema regional.
Rusia no había vuelto su interés en América a partir del Río Grande hacia el sur continental, desde 1991 cuando el gobierno de Mijaíl Gorbachov desmembró la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), aceptando la terminación de la llamada “Guerra Fría”. En 2008 y 2013, los rusos efectuaron demostraciones de poderío militar en aguas adyacentes a Nicaragua y Venezuela. Exhibieron entonces lo mejor de su arsenal y mostraron al mundo sus modernas flotas de aviones de combate y barcos de guerra, dos bombarderos Tupolev y tropas encargadas de su manejo. Se recuerda que el gobierno del presidente Vladimir Putin desplazó en aguas suramericanas el crucero militar “Pedro El Grande”, y su buque insignia “Moscú”, en el Mar Negro. Su influencia militar, sinónima de amenazas o prevenciones es global e inocultable a la opinión de analistas internacionales.
De hecho, los intercambios comerciales en armas están a la orden del día. El jugoso negocio favorece las finanzas rusas y refuerza la seguridad de Nicaragua y sus aliados. En 2012 el gobierno de Hugo Rafael Chávez Frías solicitó una adición al presupuesto bélico de Venezuela, compró a Rusia cuatro mil millones de dólares en un “convenio técnico militar”. Por la época navegaba en aguas suramericanas “Pedro El Grande”, crucero disuasivo. Para esos días, Nicaragua adquirió a Rusia dos lanchas lanzamisiles a 45 millones de dólares cada una y cuatro más de patrullaje marino, marca Mirage.
Las naves militares tocaron puertos “nicas” y venezolanos, considerada la política de Putin de retomar para Rusia el calificativo de potencia en el escenario global del siglo XXI. China y Rusia valoraron a través de declaraciones oficiales la importancia que tendrá en el futuro comercial, para Europa y América en conjunto, la construcción del Canal Interoceánico de Nicaragua. Además, la influencia política de los dos neo-imperios en la subregión, de no surgir otras fuerzas transnacionales que estorben estas pretensiones de dominio.
El tigre asiático y el oso moscovita, cada cual, por su lado, están inmersos en la “ayuda” a Nicaragua y Venezuela. La estrategia involucra la política y economía andinas. El canal interoceánico, el botín. De allí el interés de extender las garras del tigre y el abrazo del oso al Mar Caribe para afianzar dominio y posición de potencias orbitales, sueño de Vladimir Putín rubricado en sus movimientos de piezas en el ajedrez global en la década de 2012 a 2022. Todo para enjaular al águila y al cóndor.
Las relaciones “china-nicas” son tan buenas que la misma compañía que construirá el Canal ya ejecutó un proyecto de telecomunicaciones en la nación centroamericana. No existe la menor sospecha: Gobierno de Ortega, aliado estratégico de Rusia y China en el Caribe.