News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Mi relación con el futbol, nació de improviso, sin nada qué pensar, sin nada qué elaborar, sin nada que me arrepienta, porque nunca te dejaré de amar.
Pues, mi relación con el fútbol es visceral, de adentro; hasta los tuétanos, desde siempre.
Cuando este domingo, 20 de junio, se juega la final del fútbol colombiano, y sintiéndome ofendido hasta el alma porque alguien dijo –un periodista-, que Nacional era el mejor equipo de la historia futbolera de mi Colombia, pues me salí de la ropa; y para reivindicar un nombre, por mi equipo amado, van estas líneas.
Millonarios en la época de El Dorado fue elegido el mejor equipo del mundo por encima del Real Madrid, del Barcelona y del Manchester United. Tuvimos a la Saeta Rubia –Alfredo Diestéfano, que en paz descanse-; su filigrana, su hábil y escurridizo talento se paseó incólume por las canchas de mi tierra, y por todos los campos del planeta.
Para seguir contando sus hazañas, nadie ha igualado en torneos largos a mi equipo; entre todos los títulos, van 15 estrellas. Y saber que produce pena ajena destacar que el verde tiene un campeonato más, pero habiendo ganado casi la mitad de éstos en torneos cortos… ja, que fastidio, como dijera mi hijo Nicolás.
Me acuerdo de mi infancia –recuerdos frescos-, cuando nos tocaba arriesgar la vida, yo siendo un niño de siete años. Caminábamos, sobre un tubo de hierro, con otros cuatro convencidos hinchas del Ballet Azul, de veinte metros de largo, por dos de diámetro. Abajo, nos amenazaba, el río Juan Amarillo, que unía inmensos potreros con el barrio Minuto de Dios, allí donde quedaban los campos de entrenamiento de mi glorioso azul y blanco.
Todavía no comprendo cómo, y con tan corta edad, este mestizo del altiplano cundiboyacense, seguía a un equipo de fútbol; sería por su misterio, o la magia, o su hechizo, o por su exquisito juego: –hoy muchos de sus jugadores son bastante jóvenes, de la cantera-, seres con la casaca azul que nos llenan la retina de alegría, coraje y admiración…
Rubén Pizarro, Oscar Jamardo, Maravilla Gamboa, el morocho Marino Klinger y un cancerbero –lo recuerdo vestido de negro, como cierta araña viuda azabache, debajo de esos tres palos-: Senén Mosquera.
Qué historia.
Esplendentes seres que le dieron brillo y honor al conjunto que vive entre mis venas: Los Millonarios.
Con esa pura ilusión de adolescentes nos íbamos rumbo al Nemesio Camacho El Campín, pero antes se comía y se bebía en el palacio del colesterol, y no importaba que nos acompañaran hinchas rojos o verdes, pues los respetábamos; y nadie se pasaba de revoluciones, porque entre todos amábamos el mejor espectáculo del mundo.
Y entrábamos al estadio con dos o tres “polas” en la cabeza. Y nos las bebíamos, no porque quisiéramos emborracharnos, sino porque el orgullo de pertenecer al Azul era una marca, un sello, una distinción, una moda, algo así como descubrir al arquitecto de las pirámides.
Eran otras épocas.
Consumíamos licor, y escaso, sólo para seguir soñando con el equipo amado.
Tal vez usted nunca lo entienda, amigo, pero con todo respeto: si usted es Hincha Azul, y así esté triste, o no tenga dinero, o haya peleado con su señora, o no se quiera, o poco ánimo tenga para seguir caminando por la vida… nada pasa, porque usted siempre será un ganador, como Millonarios que es el equipo de mayor tradición en Colombia, el que más se quiere en todo el planeta.
Millonarios juega cualquier día, y si gana el quince veces campeón, por favor… todo y por arte de magia se perdona. Todo se convierte en felicidad, en alegría, en parranda y de la buena; en paz y dulzura (aunque hoy el palo no está para hacer cucharas) …
Yo le aconsejo a todas las mujeres del planeta, amantes del mejor fútbol que ha producido Macondo, que si usted, dulce trino, quiere, de su Hincha Azul, algún favor, un dinerito extra, un cariñito, un besito, un regalo, un traje, o lo que usted necesite, por favor: asegúrese que Millitos ganó, o que goleó al rival…
Celebre, bella dama y pida lo que quiera, lo que le provoque, lo que le plazca, hasta cerveza, si lo desea, porque si gana el Azul, hay que brindar por el triunfo, y si pierde, también, porque el Buen Hincha quiere al equipo, en las buenas y en las malas.
Por eso, este fin de semana, día del padre, vamos a celebrar por los Embajadores, sabiendo que este nuevo título, como todos, significa elegancia, distinción, pasión y enjundia, fiesta, y toda vestida de azul.
Fernando Aréan, Finot Castaño, El Pipo Rossi, Juan José Irigoyen, Vivalda; Alejandro Brand, Arnoldo Iguarán, Jaime Morón, El “Pocillo López”; Arturo Segovia, Pimentel; Uribe, Arango, Pereira, Ruiz, Salazar, Vargas… estos son nuestros ídolos.
“Millonarios será campeón, se lo puedo asegurar… con Segrera, Chonto y González” … hasta la inolvidable Billos Caracas Boys, se ocupó del onceno albiceleste.
Y nadie podrá contradecir mis palabras. Me refiero a que, si usted está devorando un exquisito churrasco, o un trozo grande de chicharrón carnudo, pero si escucha gritar por la tele, o la radio, un gol de su equipo amado, ahí no hay nada qué hacer: con el corazón acelerado, usted sale como un cohete, disparado a celebrar, y así le toque subir cuatro pisos en diez segundos: no importa dejar tirados, y en la mesa, a los invitados.
Que nos perdonen nuestra falta de cortesía. A lo sumo usted bajará sobándose la panza y de chicanero dirá: Ayayay papá, otro gol de mi amado equipo…
Y entonces cabalga con la redonda en sus pies, y con la cabeza arriba, Miguel Ángel Converti: no le perdono que se haya cambiado de color -el rojo- porque fue un golpe aleve y cochino, más cruel que cuando mataron a mi perra, la alegre y casquivana Parranda…
Pero sí, lo perdono, porque nosotros los hinchas de Millos, somos educados, así digan nuestros rivales que valemos –qué agresivos- una pichurria.
También perdono setenta veces siete a Mayer Candelo, jugador ilustre, cuando en medio de un clásico Millonarios versus Santafé, el diez de los azules, y de pura piedra, arrojó la Gloriosa Casaca Azul, al césped.
Me duele también que mi hija Yéssica, cuando necesita saber el resultado de los partidos de los sábados o domingos, siempre me atormenta adrede, al decirme:
¿Cómo quedaron los pichonarios?
Algo similar a lo sucedido en esos intensos cotejos que protagonizamos con Prolibros, cuando siendo su capitán, y al llegar a casa, mi hijo mayor me ladraba:
“¿Cuánto perdieron?”.
Y me dolerá más, con llaga gigante y fétida, como la muerte de Abel Antonio, aquel nefasto día cuando fuimos goleados, vapuleados, mortalmente asesinados, con ese cruel 8–0 que nos propinó el equipo merengue en el Santiago Bernabeu.
Aún no alcanzó a comprender tamaña falta de planeación de mi equipo, al caer como chorizo santarrosano en las demoledoras garras de semejante lobo hambriento. Mala cosa. Nunca ha debido suceder.
Morumbí Zapata paró la pelota y la cosió al botín derecho y se fue como un avión hacia el pórtico del Sao Pablo lanzando al portero dentro de su arco, con todo y balón, para ganarle 1-0 y soñar con la primera copa internacional de los últimos tiempos…
Pero me duele también lo que hizo Mario Vanemerak, (en su época, estoico gladiador azul y brillante hombre del mediocampo), y quien con esos güevos bien puestos, y siendo director técnico del Ballet Azul, le dio por agarrar a chuties una de las puertas del camerino de El Campín tirándose con su conducta una de las mejores gestas del Equipo Azul: llegar a ser semifinalista de la prestigiosa Copa Suramericana.
Ese día, fue tal la osadía de mi equipo, que Jorge Barraza, brillante cronista argentino, escribía en El Tiempo, que ver jugar a Millonarios significaba pasión, elegancia y exquisitez con la redonda.
Recuerdo al “Búfalo” de San Luis, Juan Gilberto Funes, a quien vi debutar con la Casaca Azul, y luego en otro juego, anotar tres goles en sus primeras apariciones con el Equipo Embajador.
Y aunque hemos tenido dirigentes azules, poco inteligentes, rescatamos ahora a Don Alfonso Senior, presidente de Millonarios en sus primeras épocas. Él solito logró la sede, para Colombia, del mundial defútbol de 1986… que no se hizo porque Belisario Betancurt, que en paz descanse, mandaba en todo, pero si que le hicieron falta güevos en lo del Palacio de Justicia.
Antes ingresaban los hinchas a las gradas, llevando sus papas chorreadas, con ají; la yuca, el pollo asado, o la carne tiernita sudada en casa, que hasta se chupaba uno los dedos; ahora no, porque es necesario vigilar a los matones.
Alguna vez ingresé al estadio, orondo, filipichín, pues había comprado “Rayuela” de Julio Cortazar. Nuevecitico. Me senté encima de él, y luego, como ciudadano, bien parado, y con la mano al pecho, cantaba el himno nacional… no me demoré más de cinco segundos, y cuando miré hacia atrás, en el frío cemento, nada: había desaparecido mi libro. Se lo comió la tierra. Solo observé las caras impasibles de mis vecinos, los muy cabrones. Va la madre. Jamás había odiado tanto como en ese momento.
Sucesos desafortunados: invito a mí dama, ella embarazada, teniendo en su barriguita a mi último retoño, el popular Nicolás David.
Millonarios versus Santafé. El clásico.
Terminó el partido, como finalizan los cotejos, bien disputados: 0–0. Estirando los músculos dispuestos a salir del Nemesio, cuando en la gramilla observo que sale humo. Y no faltó el energúmeno que de manera atropellada confirma que La Guardia Roja lanzó gases lacrimógenos.
Bajamos las gradas en pura, y cuando llegamos a la puerta de occidental un tacón de la dama se enredó en no sé qué putas o punta, y casi mi señora se va de bruces. Dios mío ese día, la vi bien negra…
Otro de los recuerdos desastrosos de mi paso por el Nemesio. Compro boletas de occidental para ver a mi amado equipo. Por si no lo recuerdan se llama Millonarios, el mejor equipo del mundo. Juega contra el Unión Magdalena. Dirige nuestro onceno el famosísimo Francisco “Pacho” Maturana. Otro partido de envergadura, pero no fue vistoso.
Y para variar, terminó empatado.
Ese día vi volar al arquero samario, y la verdad, qué importante contar con un excelente guardapiola; al verlo atajar, me acordé de Tarzán: ese felino voló de palo a palo. El hombre caucho no le embolaba los zapatos…
Tanda de penales.
Y otra vez, y siguiendo la rutina, una vez más, perdió Millitos. Va la madre. Y todo por culpa de ese gigante de los tres palos. Y después, cuando los jugadores van ingresando a los camerinos, el pobre Pacho escuchó de todo, hasta de qué se iba a morir.
Mis castos oídos, y los de mis hijos, y los de mi señora… nunca volvieron al estadio por eso. Sí, por eso. Muchos desabrochados de lengua. Y ese ruido ensordecedor. Y los narradores que ayudan…
Real Madrid tiene su himno “Hala Madrid”. Pero Millonarios, también tiene himno y cánticos superiores:
Señores yo soy comando; yo soy azul y azul seré hasta que me muera; el cielo es azul y mi pañuelo blanco; delirio azul locura que pocos conocen…
Muchachos, en esta pandemia, y estando tristes, vamos aceptar la realidad. Hace muchos años que no visito El Campin. Y no hago presencia por culpa de la violencia. Esta vez las graderías estarán vacías por culpa de la pandemia. Pero, afuera millones de hinchas harán fuerza por su equipo amado. Y yo seré uno de ellos…
Junio, domingo 20 del 2021. Millonarios juega a las tres de la tarde, en Bogotá, con Deportes Tolima por la final del fútbol profesional colombiano.
Hoy tengo la certeza que mi equipo amado triunfará porque está de regreso para seguir venciendo.
Vamos Millonarios. Vamos Millitos. Mi Millitos del alma: Colombia entera se alegrará con tu victoria.
Salud, campeones.
Junio 20 de 2021.