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Por Elías Prieto Rojas
Cuando viajo en transporte público observo a quienes se acomodan cerca de mí sin ninguna pretensión, sólo que al reflexionar sobre la actualidad es ahí donde cunde el desconcierto cuando vemos la afición en demasía de las nuevas generaciones al celular. Nueve de la mañana, traslado de norte a sur, por la avenida Caracas, catorce seres humanos absortos quemando pupila, inmersos, ya no ante la cámara idiota (la TV), sino prisioneros de las redes sociales. Interesados y hambrientos de información, sólo que y sin ningún control, ellos los cibernautas no se detienen, ni un instante se paran a preguntar: ¿para qué me sirve, ¿qué aprendo, progreso o estoy deteniéndome? Recuerdo ahora mismo cierto tipo de sueños donde en medio del susto comenzamos a patinar porque en ese momento nadie avanza por más que lo intente. Entonces y por comparación podemos deducir, sin que se tengan ocho dedos de frente que se pierde tiempo precioso al frecuentar en exceso las redes sociales. Tiempo vital que se podría aprovechar en beneficio de alguna actividad que de verdad nos produzca réditos. Y no queremos satanizar dichas plataformas pues disfrutamos de un meme de humor, o de ciertas frases, o leyendas, o historias que nos ayudan a precisar información, o verdad, sobre algún tema específico. Por ahora, ese no es el propósito del artículo que nos ocupa; nos interesa, más bien dejar constancia para que los lectores reflexionen sobre los conocimientos, o el progreso que podemos obtener, si no alejáramos un poco del antojo que significa la visita o frecuencia excesiva a las redes que en este caso podríamos llamar antisociales; y ¿por qué? Pues y por la sencilla razón que atentan contra la sociabilidad; por estos días vi a dos de mis atractivas vecinas sentadas en un resquicio del andén comunal dialogando sin ningún afán acompañadas sólo con el aroma de nuestro café (claro que una de ellas expulsaba humo producto del cilindro asesino de ocho centímetros que de continuo se chupaba), y entonces (a ratos me distraigo), qué bueno recuperar el placer de dar a conocer nuestra opinión; charlar sobre los diversos sucesos, o divertirnos cuando el buen humor se hace presente; en definitiva, como seres sociales necesitamos con urgencia hablar, comunicarnos, etcétera… frecuentar las redes sociales en exceso nos priva del diálogo como que esta virtud rescata un placer fundamental. Más charla y menos redes sociales. Comunicación, comunicación. Y qué tal procurar formarnos el buen hábito de la lectura. Por estos días hablaba con un panita y buscaba convencerlo de las bondades de la lectura. Después de todo y como escritor defendía mi trabajo. Arranqué: siete razones por las cuales se debe leer. Primera, salud mental. Segunda, sociabilidad: el lector habitual posee vocabulario superior para expresarse mejor. Tercera, la comunicación es más fluida, se interactúa con mayor propiedad; cuarta, se tiene criterio para aprobar o discrepar. Quinta, la sensibilidad aflora por la comprensión; sexta, el desarrollo de la inteligencia se acrecienta: séptima, se tienen mejores opciones para enamorar porque la mujer se cautiva inicialmente del buen trato que se dispensa cuando la ternura encanta y para eso el conocimiento del idioma ocupa un primer lugar… Qué sirven las redes sociales para distraernos, nadie lo duda, pero debe existir siempre la moderación. Mejores hábitos formarnos. El deporte, la meditación o introspección. También la oración nos ayuda, o simplemente dormir por el placer de obtener descanso. Alejarnos de los malos hábitos es el desafío. Y que mejor ocupar la mente en cuestiones productivas. Y aprender a pensar es el reto de las nuevas generaciones, pues el planeta necesita seres más creativos, no tan ocupados en banalidades. Empecemos por solucionar los problemas que nos producen las adicciones a las redes sociales.
Miércoles 12 de junio, 2024.