News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Todos los días las personas se enfrentan a situaciones en donde, y de acuerdo con diversas circunstancias, se hace inevitable agradecer o rechazar, depende de cómo le vaya a cada quien en la fiesta; pues bien, ahora mismo se destaca el óptimo servicio de algunas entidades que no escatiman esfuerzo alguno en generar, o cautivar, cuando se refiere a fidelizar clientes, por llamarlos de alguna manera.
Le pasó hace varios meses a un anónimo paciente. Y tiene que ver con su atención hospitalaria. Durante 45 días el enfermo estuvo moribundo, sólo que la diligencia oportuna y explícita de la Clínica Shaio, de Bogotá, permitió que nuestro personaje saliera vivo, recuperado de la cirugía a la que fue sometido. Durante todo el tiempo se le trató bien: médicos, enfermeras, psicólogos, psiquiatras, y por, sobre todo, la ciencia y la tecnología y la ética hicieron perfecto su trabajo.
Al salir de allí y cada vez que asiste a los controles clínicos nuestro amigo *Vicente* se desvive en elogios por los beneficios de la Shaio, y con su corazón y cerebro y emoción siempre se desparrama con frases de alegría y de felicitación para los médicos y el personal administrativo de la entidad, la misma que hizo posible su regreso a la normalidad.
Por eso es que ahora, en este momento, el individuo le confiesa a todo el mundo:
“Estoy enamorado de la Shaio”.
Y Vicente afirma que seguirá haciendo y repitiendo a diario su agradecimiento, porque en verdad, y según sus palabras, vale la alegría, no la pena, celebrar.
En la misma dirección escuchamos a otro entrevistado a quien le preguntamos si en verdad podría recordar algún suceso similar al respecto.
Y esto nos dijo el amigo *Carlos*:
“Hace varios meses me consignaron un dinero a mi cuenta. Por avatares propios del poco uso dado a mi tarjeta débito, ésta se me bloqueó. Sin embargo, y gracias a la decidida colaboración de uno de los funcionarios de la Caja Social, con rapidez, y evitando demasiada tramitomanía, pronto se me solucionó el problema”.
Y finaliza el agradecido hombre: “Logré retirar de afán mi dinero, el cual me sirvió para solucionar algunos problemas que me traían ahorcado”.
Y remata el cuentahabiente como ese goleador que celebra su gol número mil:
“Lo fundamental del funcionario es que entendió mis circunstancias, y pronto y diligente, me solucionó; y entonces –sigue el cliente del banco- de pura emoción, ante mal contados veinte usuarios, que en ese instante realizaban algún tipo de gestión con la entidad bancaria, felicité en público al hombre de la Caja Social destacando que me había comprendido y ayudado, dentro de las circunstancias posibles, y que por eso yo era un hombre feliz y agradecido por el gesto y compromiso del empleado”.
Y este cronista al saber que Carlos terminaba con su perorata también le comenté que valió la alegría, no la pena, su ayuda y de ahí la felicitación en público; antes le precisé, sí había sentido alguna incomodidad al respecto.
Y esto contó quien oficiaba de goleador: “El buen samaritano no puso objeción alguna, de ahí que mi felicitación me salió del alma, con sinceridad; y fue bien recibida por los presentes”.
Cabe anotar –le señalé- que algunas personas al momento de felicitarlas, se sienten incómodas por el halago, aún destacando que cuando éste se lanza al aire, es claro señalarlo como un acto de justicia, de ninguna manera, adulación” …
Y como dice la canción de un compositor de salsa:
“Ahora vengo yo”.
Este cronista se dirigió a conocer el estado de una gestión donde reclamaba unos dineros que se le debían consignar por una incapacidad a la cual tenía derecho como cotizante.
Al llegar a la recepción de la entidad fui claro:
“Como estoy en la mejor EPS que tiene el país, pues me alegra mucho estar por acá; vengo en plan de recibir informes sobre una plata que se me debe consignar, de una incapacidad”.
“La funcionaria que me atiende, abrió los ojos como dos platos, entre escéptica y crédula. Cuando me entrega el papel con un número (turno), que se le da al usuario, una señora de la tercera edad, al otro lado de la ventanilla, me sacó la lengua haciendo el gesto de lamer” …
Le entendí que me decía (esto es imaginación mía): “Hay que ser lambón y de paso mediocre (así me sentí), para que atiendan y hagan bien su trabajo”.
Pero, acto seguido le ladré algunas frases que valen la alegría, no la pena, que las recordemos:
“No es de buen recibo que me trate usted de lambón. Yo sólo quiero reconocer el enorme beneficio de la EPS a la cual pertenezco. Según mi criterio, y es un acto de justicia, ésta viene haciendo un trabajo excelente como quiera que las dos últimas cirugías, que a mí me han hecho, tienen un costo real de 130 millones de pesos. Y eso es dinero en cualquier parte del mundo. Y le cuento, además que me siento bien y plenamente recuperado”.
Y seguí, -la señora en cuestión no salía de su asombro-: “Es de personas sinceras y bien puestas sobre la tierra, agradecer por los servicios prestados. Es así la vida cuando se quiere reconocer un buen trabajo; y no hay que buscar culpables río arriba, por el contrario, a quien haga bien su labor hay que felicitarlo” …
En este momento recuerdo al gerente y dueño de una editorial. Cumple la empresa 50 años de servicio a la sociedad. El propietario me pide –yo soy uno de sus correctores-, que escriba algunas palabras sobre el suceso. Y lo hice con amor porque creí que ese era mi deber: agradecer a quien me brindaba la oportunidad, como quiera que mi salario provenía de la empresa a la cual yo debía lealtad y compromiso. Además, hacía un trabajo que a mí me gustaba, y sí me pagaban por ello, y si me elegía el empresario para que leyera “mis” palabras, en beneficio de la profesión y empresa, pues bienvenida la elección; no veía nada malo en ello.
Al otro día el dueño y sus hijos vinieron hacía mí; me los encontré en su continuo deambular por una de las sedes de la empresa. Pararon su recorrido. Se acompañaban del gerente de producción. El padre, al verme, y con toda humildad, me felicitó por mis palabras, ante los presentes. Sin embargo, en un descuido el hombre de producción me sacó la lengua. Sin decirlo, pero con su gesto me trató de lambón.
No dije nada, pero la revancha ya la había pensado.
Al otro día pedí una cita con el propietario:
Ya en su oficina eché al agua al mediocre funcionario.
Después del incidente no volví a ver al gerente de producción…
En definitiva: no es de lambones felicitar a quien hace bien su trabajo. Y tampoco es de seres conflictivos reclamar cuando alguien efectúa una labor con desgano y mediocridad.
Feliz día.
*(Los nombres han sido cambiados por expresa voluntad de los entrevistados).
Martes 10 de diciembre, 2024.