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IPS
ROMA – No se vio venir. Tras una guerra larga y cruenta en Siria, se dio por hecho que se habían estabilizado los frentes y que ya no se verían más que combates puntuales y aislados, o incluso negociaciones entre las partes.
¿Siria? ¿Había realmente algo que contar? La respuesta resultó ensordecedora el pasado 27 de noviembre.
Mientras el mundo miraba hacia otro lado, una coalición yihadista tutelada por Turquía lanzaba una ofensiva sobre Alepo, la segunda ciudad del país. Damasco caería 10 días más tarde.
“Siria se ha convertido en el epicentro de una Tercera Guerra Mundial: los rusos, la Coalición Internacional, Irán… todos los grandes poderes están luchando aquí”: Salih Muslim.
La sorpresiva asonada de la Organización para la Liberación del Levante (HTS) -designado como una “organización terrorista” por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Estados Unidos, Rusia y Turquía- recordaba a la del Estado Islámico en Mosul, la segunda ciudad de Iraq, en 2014, o a la de los talibanes en Kabul en 2021.
Como resultado, en Siria, se pasa página a cinco décadas de la dictadura dinástica de los Assad. Pero el capítulo por escribir está cargado de incertidumbres.
De dónde venimos
La guerra en Siria estalló en 2011, en el marco de la llamada “primavera árabe”, una cadena de revueltas, muchas de las cuales desembocaron en guerras, que se extendió por la región del Medio Oriente y Norte de África.
El hastío hacia un gobierno represivo y monolítico como el de los Assad (la familia en el poder desde 1971) cristalizó en protestas multitudinarias que Damasco reprimió con una violencia extrema.
El siguiente paso de la oposición fue la creación de un contingente armado, el Ejército Libre Sirio (ELS), que se convirtió en un movimiento “paraguas” para una amalgama de grupos opositores que también incluía a rigoristas religiosos islámicos.
Fueron estos últimos los que, con el respaldo logístico, militar y económico de la vecina Turquía, fagocitaron la insurrección haciéndose fuertes en la región de Idlib, en el noroeste del país.
Pero había un tercer actor. Con un programa propio entroncado en el respeto a los derechos humanos y un modelo de sociedad igualitario horizontal, los kurdos se desmarcaron tanto de la oposición islamista como de un régimen que les trató como ciudadanos de segunda durante décadas.
Con el apoyo de la Coalición Internacional, los kurdos derrotaron al Estado Islámico (EI). Tras extenderse por un territorio del tamaño de Reino Unido entre Siria e Iraq, el último bastión del Estado Islámico cayó en la primavera de 2019.
Desde entonces, Siria quedaba dividida en tres partes: los yihadistas respaldados por Turquía en el noroeste y otras zonas fronterizas; los kurdos al noreste —en un territorio en el que había presencia estadounidense— y el régimen de los Assad, apuntalado por Rusia e Irán, en el resto del país.
Aquel precario equilibrio de fuerzas se desmoronó el pasado 27 de noviembre. El mapa de Siria ya ha cambiado.
No fue una elaborada operación yihadista la que hizo colapsar a las tropas de Assad. Han sido 13 años de guerra para un ejército armado con vetusto material soviético y manejado por reclutas que, a menudo, calzaban zapatillas de deporte. La moral estaba por los suelos.
Luego está el paso de un baile diplomático siniestro. La caída de Alepo coincidió con la entrada en vigor del frágil alto el fuego en Líbano tras dos meses en los que Hezbolá, uno de los puntales del régimen sirio y “joya de la corona” iraní en la región, quedaba descabezada por los ataques israelíes.
Rusia poco podía hacer cuando está a punto de entrar en el cuarto año de una guerra que se había previsto que durara dos semanas. Hoy se enfrenta al lanzamiento de misiles de medio alcance de la Otan, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, contra objetivos en su propio suelo.
No obstante, es Turquía la que tiene las llaves de Siria. Pesó el intento fallido de Ankara de normalizar relaciones con Damasco y, por supuesto, el reciente anuncio de Donald Trump, presidente electo estadounidense, de que retiraría las tropas estadounidenses de Siria.
Analistas coinciden en que Recep Tayip Erdoğan, el presidente turco, podría estar buscando aumentar el número de cartas a intercambiar sobre una futura mesa de negociación con Washington.
En marzo de 2019, fue un anuncio de retirada similar el que llevó a la ocupación del distrito kurdosirio de Serekaniye a manos de fuerzas islamistas respaldadas por Turquía, miembro clave de la Otan. Un año antes, el mismo contingente se había hecho con otro enclave kurdosirio, Afrin, a 300 kilómetros al norte de Damasco.
Desde entonces, Ankara dirige una campaña de limpieza étnica sobre los kurdos al sur de su frontera: desde bombardeos continuos que también apuntan a infraestructuras civiles hasta asentamientos para decenas de miles de colonos árabes en las tierras robadas a los kurdos.
Y ahora, ¿qué?
“Siria se ha convertido en el epicentro de una Tercera Guerra Mundial: los rusos, la Coalición Internacional, Irán… todos los grandes poderes están luchando aquí”, recuerda a IPS, vía telefónica y desde Qamishli (Siria), Salih Muslim. Es miembro del comité presidencial del Partido de la Unión Democrática, el dominante en el noreste de Siria.
Este antiguo preso político convertido en uno de los rostros más visibles entre los kurdos del país insiste en la necesidad de que lo sirios vivan juntos “independientemente de su etnia, credo o ideología”.
Para sorpresa de muchos, las últimas declaraciones del líder de la ofensiva yihadista, Abu Mohamed al Jolani, van en la misma línea, pero es difícil poner la mano en el fuego tratándose del comandante que lideró la filial de Al Qaeda en Siria.
Un informe titulado “Cuando el yihadismo aprende a sonreír” publicado por el Rojava Information Center -una plataforma de periodistas en el noreste de Siria- asegura que Al Jolani ha hecho “grandes esfuerzos en construirse una fachada cuidadosamente elaborada”.
“La separación entre el EI y HTS es definitiva. Sin embargo, persiste el debate sobre la naturaleza y la fuerza de los vínculos que aún podrían existir entre HTS y Al Qaeda,” concluye el informe.
Manuel Martorell, periodista y analista español especializado en Medio Oriente, no se muestra optimista si HTS se hace finalmente con el poder en Siria.
“Cuando llegan al poder, los islamistas siempre prometen respetar las minorías y no imponer el islam fundamentalista. Por lo general, suele existir una agenda oculta, se produce una progresiva islamización de la sociedad que lleva a las minorías a darse por vencidas y abandonar el país”, explica Martorell a IPS vía telefónica y desde la ciudad española de Pamplona.
El experto apunta a “una operación estratégica de Erdogan para imponer su propia ‘solución´ para Siria”, que pasaría por “acabar con la autonomía kurda y la limpieza étnica de kurdos a lo largo de toda la frontera entre Siria y Turquía”.
“Resulta inconcebible que tanto los grupos islamistas pro-turcos como los sucesores de Al Qaeda hayan lanzado esta ofensiva sin el consentimiento y respaldo de Turquía”, acota el experto.
Ante la incertidumbre, el alto mando kurdo-sirio ha hecho un llamamiento a la movilización general para hacer frente al avance del combinado yihadista. También han recordado que es a través de esos vacíos de poder por los que se cuela el Estado Islámico.
Por el momento, ya se ha registrado actividad del EI en zonas desérticas, así como en los precarios campos que albergan a sus familias y allegados. Simultáneamente, los combates entre yihadistas con cobertura aérea turca y fuerzas kurdas se recrudecen en lugares como Manbij, a 370 kilómetros al noreste de Damasco.
El 5 de diciembre, el secretario general de la ONU, António Guterres, lamentaba que la escalada en Siria derivara de “años de fracaso crónico colectivo”.
Hoy, miles de desplazados de larga duración que vuelven a Siria desde Turquía se cruzan en su camino con los que huyen de un futuro que ya está aquí. Un nuevo éxodo humano por un país que lleva más de una década en ruinas.
ED: EG