News Press Service
URIAS TORRES ROMERO
MAGISTER EN DERECHO ADMINISTRATIVO
Los colombianos sentimos un poco de alivio, al saber la noticia del retiro de la reforma tributaria, anunciada por el presidente Iván Duque, pero con la idea de presentar una nueva propuesta de manera concertada.
Al gobierno le cayó como balde de agua fría, tener que dejar los caprichos y pensar en serio, frente a la reforma tributaria que echó para atrás, pues no solo tiene en el asador el golpe de opinión dado a través de las diversas manifestaciones de rechazo total, en todas las calles del país, los sectores de la economía y de su propio partido.
Las manifestaciones públicas, son un reflejo fiel de tanta ignominia, y, la reforma tributaria con la cual se pretende tapar el hueco fiscal o parte de él, a costa de la clase media y trabajadora, dejando los beneficios como exenciones y otras prebendas fiscales a los sectores que apoyan la gestión gubernamental.
Llama la atención que desde el comienzo del mandato Duque se propuso que no vendrían más impuestos, cosa que en boca de cualquier aspirante a la Casa de Nariño suena bien, pero más grave aún que el pueblo ‘come cuento’ de estas promesas veinte julieras y de lo primero que echa mano sin controlar el gasto, es pensar en nuevos impuestos, de espaldas al pueblo que lo eligió.
Lamentablemente los principios que orientan la tributación en Colombia, nunca han sido tenidos en cuenta al momento de propender por las reformas tributarias, pues estos principios han sido valorados por los gobernantes de turno de manera inversa, especialmente en lo relacionado con la equidad tributaria, amén de los principios doctrinarios vinculantes con la horizontalidad y proporcionalidad, ya que desde tiempos inmemoriales la carga fiscal siempre ha recaído sobre las personas naturales o jurídicas de menores recursos.
Producto de la presión social, el presidente Duque decidió retirar la propuesta de reforma tributaria, reconociendo su equivocación, no obstante, que el fin de la misma tenía un fondo de contendido económico, pero en verdad ese sistema que incluía ayudas sociales no le hacía bien al país; se debe propender más por dar educación a las personas que la requieren y otorgarles mejores garantías de trabajo.
Ahora, al presentar una nueva reforma tributaria, preocupan más los tiempos. Una reforma tributaria no es tan urgente proponerla. Lo que se debe hacer es pensar en una verdadera reforma estructural; hace varias décadas que se habla del tema, conformando comisiones de expertos y de ‘sabios’, luego la idea es que no se piense en si el tiempo alcanza o no. Lo lógico es presentar una reforma tributaria estructural, observando la aplicación de los principios constitucionales, sin incluir favores tributarios a los amigos de turno.
Se propone que una reforma tributaria no es aconsejable, toda vez, que la solución para tapar el hueco fiscal y para llevarle a las clases más necesitadas algunos recursos, está en manos del poder ejecutivo realizando una buena gestión: Propender disminuir el tamaño del Estado, reducir el gasto público, atacar la corrupción, acabar con tantas exenciones que favorecen a sectores poderosos de la economía, acometer frontalmente la evasión, entre otros aspectos. Si se direcciona la gestión hacia estos tópicos, lo más probable es que por algunas vigencias fiscales no se continúe con las cacareadas reformas tributarias, pues en últimas los recursos no se perciben como debieran verse, sino que terminan en los bolsillos de los ostentadores de turno