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News Press Service
No es Elon Musk. Tampoco Sam Altman. Ni mucho menos Donald Trump. No aparece en tertulias ni protagoniza tuits virales en X. Pero puede que Alexandr Wang sea la persona más poderosa —y más peligrosa— del presente digital.
Porque, con tan solo 27 años, el fundador de Scale AI ha encontrado la manera de cambiar el futuro de la Inteligencia Artificial: no construyendo modelos de lenguaje, sino controlando los datos que los alimentan.
En una industria en la que el poder se mide tanto por la calidad como por la cantidad de información que se posee, este joven genio ha logrado marcar las reglas del juego.
Su empresa, Scale AI, es la encargada de transformar enormes cantidades de datos en bruto —imágenes, texto, audio, vídeo, mapas o registros sensibles— en conjuntos de entrenamiento perfectamente etiquetados y organizados, optimizados para que las máquinas puedan aprender con precisión.
Este trabajo, que podría parecer técnico o secundario, es en realidad la base sobre la que se construyen todos los sistemas de IA contemporáneos. Sin datos bien estructurados, ningún modelo puede entrenarse con eficacia.
Así que Scale AI se ha especializado en este eslabón crucial de la cadena, desarrollando herramientas que combinan automatización y trabajo humano para etiquetar millones de datos cada día. Wang es, en definitiva, de quien depende tanto Musk como Altman o Zuckerberg para seguir adelante en la carrera por la IA.

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Alexandr Wang
Toda una vida pegado a la física
Alexandr Wang nació en Los Álamos, Nuevo México, lugar que décadas antes vio nacer la bomba atómica. Sus padres eran físicos que trabajaban en laboratorios militares, así que creció rodeado de ecuaciones y secretos de Estado.
Lejos de alejarse del trabajo de sus progenitores, se comenzó a interesar tanto en ello que se convirtió en un pequeño genio. Y, a los 17 años, ya competía en las Olimpiadas de Física de EE.UU. Se saltó los dos últimos años de instituto para comenzar matemáticas en el MIT, donde comenzó a desarrollar su perfil.
Sin embargo, allí duró poco. En 2016, abandonó la universidad para fundar Scale AI. Tenía tan solo 19 años. La idea era sencilla, pero brutalmente efectiva: mejorar el etiquetado de datos para modelos de aprendizaje automático.
En un ecosistema obsesionado con la velocidad, Wang entendió que la clave no estaba en correr más rápido, sino en alimentar mejor a la máquina.
“La IA no es mágica. Es tan buena como los datos que le das”, dijo en una entrevista con Forbes. Y así es, precisamente, cómo enfocó su trabajo: ya que las Big Tech necesitaban clasificar sus datos lo mejor posible, él se lo pondría en bandeja para, en realidad, poder manipularlas a su antojo.
Desde sus inicios, Scale AI se convirtió en una infraestructura necesaria. Proporciona datos refinados para entrenar modelos de empresas como OpenAI, Meta, Google, NVIDIA y muchas otras.
Además, también trabaja con el Departamento de Defensa de EE.UU., al que ayuda a integrar inteligencia artificial en operaciones de inteligencia, vigilancia y guerra electrónica.
Entre sus contratos públicos se cuentan proyectos con el U.S. Army Intelligence Command y la U.S. Air Force, incluyendo simulaciones de combate y entrenamiento de drones
autónomos. Y, en 2023, Scale obtuvo un contrato de 250 millones de dólares con el Pentágono dentro del programa Data-Centric AI. ¿El objetivo? “Que EE.UU. no pierda la carrera de la IA frente a China”, como afirmó Wang en una comparecencia ante el Congreso. Su misión no es, precisamente, algo nimio.

Terceros
Dependencia digital
Scale AI tiene a las Big Techs bien amarradas
Hace apenas unas semanas, se filtró que Scale AI almacenaba datos sensibles de Meta y de xAI (la empresa de Elon Musk) en documentos públicos accesibles en Google Drive.
Y, aunque la compañía actuó con rapidez, el incidente desveló algo inquietante: la central de datos del mundo no es infalible, y un solo error puede comprometer a medio Silicon Valley.
Aún más significativo fue lo que ocurrió poco después: Meta adquirió un 49 % de Scale AI por 14.300 millones de dólares y colocó a Wang al frente de su nueva división de superinteligencia, encargada de diseñar los futuros modelos de IA general que competirán con OpenAI y Anthropic.
En otras palabras: Wang ya no solo pule los datos, ahora decide hacia dónde se dirige el futuro de la IA.
Pero, a diferencia de otros líderes tecnológicos, Wang evita el protagonismo mediático. No tiene cuenta pública en X. No escribe manifiestos ni da charlas TED.
Pero quienes le conocen lo describen como un obseso del detalle. Según The Information, revisa personalmente los sets de datos más sensibles que salen de su empresa. Y ha rechazado múltiples ofertas de adquisición para mantener su control.
“No quiero hijos hasta que la interfaz cerebro-computadora esté lista”, dijo recientemente, según se recogió en Wired. “No tiene sentido traer vida a un mundo que aún no hemos terminado de construir”.
Esta cita solo deja claro cómo es Wang: un hombre obsesionado con el perfeccionamiento humano a través de la tecnología.
En un mundo donde los algoritmos deciden precios de vivienda, diagnósticos médicos, sentencias judiciales o estrategias militares, los datos no son solo materia prima: son el nuevo petróleo, la nueva pólvora, el nuevo oro.
Y Wang es quien refina esa materia. Puede que no construya armas, pero alimenta a quienes las fabrican.
Mataró, Barcelona
La Vanguardia