
News Press Service
CUERPOMENTE
Las primeras preguntas realmente filosóficas se hicieron en una localidad de Asia Menor. Pese al tiempo transcurrido, hoy nos interpelan igual que entonces. ¿Qué ganas al envilecer a los otros?
Los orígenes de la filosofía occidental están en una ciudad portuaria de Anatolia del siglo VI a. C., llena de barcos mercantes, templos y rumores de guerra: Mileto. Y allí, según la tradición, vivió Tales, el hombre al que muchos consideran el primer filósofo de la historia.
Se le señala el padre de la filosofía porque es el primero en ofrecer una visión del mundo explicado a través de la razón y las causas naturales, y no siguiendo la tradición de un mundo de mitos y dioses. Con él pasamos de los relatos transmitidos de generación en generación a un pensamiento argumentado, basado en la lógica.
Tales no fue la caricatura del filósofo que nos hacemos ahora, sentado todo el día cavilando. Fue un hombre de negocios y asesor político, pero también un erudito pleno de curiosidad, que se interesó por la astronomía y la matemática entre otros temas. Fue el primero de los llamados Siete Sabios de Grecia.
Las primeras grandes preguntas
Del pensamiento de Tales no tenemos ningún escrito directo. Por otros documentos podemos deducir que murió alrededor del 545 a.C. y que tuvo varios discípulos que transmitieron sus enseñanzas. No fue hasta siglos después que aparece referenciado por Heródoto, Aristóteles y Diógenes Laercio. Por eso es difícil saber qué dijo realmente y que se le atribuyó después.

Su pensamiento más compartido es que todo procede del agua, fuente de vida y de cambio. Pero aquí traemos una idea igualmente poderosa. Tales, y sus compañeros de Mileto, se plantean quién es uno mismo.
“La cosa más difícil en la vida es conocerse a uno mismo; la más fácil, hablar mal de los demás”, aseguran que dijo. Algunos estudiosos atribuyen la frase no a Tales, sino a proverbios populares.
Mileto, en aquella época, era un floreciente centro de económico y cultura. No hemos de pensar en un pueblo de pescadores. Estaba en la desembocadura del río Meandro, en la actual Turquía, y comerciaba mucho, sobre todo con lana. Tenía una red de colonias, casi un centenar, distribuidas por el Mediterráneo y el mar Negro.
Allí griegos, fenicios y otros pueblos orientales intercambiaban opiniones y tradiciones. Salió la que hoy se conoce como escuela milesia. Además de Tales, otros pensadores como Anaximandro y Anaxímenes se preguntaron de qué está hecho el mundo, cómo se mueven los astros y qué nos acerca al bienestar.
Conócete a ti mismo
La frase, si no es exactamente de Tales, al menos refleja bien las ideas sobre las que giraba ese primer pensamiento filosófico presocrático. La primera parte de la frase nos lleva al lema más famoso de la antigüedad: el “conócete a ti mismo” que aparece inscrito en el tempo de Apolo en Delfos.
Ya fuera de Tales, de otro de los Siete Sabios o un proverbio de la época, el mensaje siguió transmitiéndose entre pensadores hasta que Sócrates lo convirtió en el centro de su vida. Recordemos que él dijo “una vida sin examen no merece la pena ser vivida”.
Platón, su discípulo, desarrolló la idea. Para él conocerse es entender las distintas partes de nuestra “alma”: razón, deseos e impulsos. Y aprender a ordenarlas. Todavía hoy la autoconciencia es un tema central de la filosofía.
La segunda parte de la frase, que hay dudas de que no sea un añadido muy posterior, nos intenta situar en la cotidianidad. Nos dice algo simple e incómodo a la vez. Nos resulta facilísimo opinar sobre los otros y muchísimo más complicado mirar hacia dentro con honestidad.
El recurso fácil de la crítica
En la Grecia clásica la calumnia y el chismorreo ya eran un problema político y moral. Textos sobre Atenas hablan de pleitos por difamación y de cómo la fama de una persona podía hundirse solo por lo que se decía de ella en la plaza pública.
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, subraya que la verdadera amistad se caracteriza, entre otras cosas, porque es resistente a las malas lenguas: no es fácil creer a una persona que habla mal de alguien a quien conocemos como justo y fiable.
Cotillear no es malo. Los humanos, como seres sociales, lo hemos hecho siempre. El cotilleo por curiosidad estrecha lazos, aúna a las personas. Es el cotilleo malicioso, el que pretende hacer daño, el que hay que controlar. Tan fácil de decir y tanto mal que puede hacer.
Hoy como ayer, sigue siendo uno de los grandes problemas de la sociedad. Quizá por eso, pese a las dudas sobre su autenticidad, la frase de Mileto ha recorrido los siglos y sigue circulando con éxito entre nosotros.
La lección que todos deberíamos aplicarnos es que, en lugar de hablar mal de otros, sean políticos, colegas o familiares, probemos a observar qué nos pasa a nosotros cuando lo hacemos. Qué nos impulsa a ello. Quizá descubramos que el problema es nuestro.
