El autor de ‘Un mundo feliz’ fue más que un novelista. También fue filósofo, crítico de su tiempo y un obsesivo del lenguaje. Sabía que puede moldear nuestros pensamientos.

News Press Service
El poder del lenguaje es inmenso. No es necesario ser escritor o conferenciante para saberlo. Un simple ejemplo basta. Piensa en qué sensación tienes cuando recibes un insulto, por ejemplo, mientras conduces.
Una sola palabra hiere, te deja con mal cuerpo, y ni siquiera tiene que ser de un conocido, de alguien que aprecies.
Aldous Huxley era escritor y plenamente consciente de ese poder. Lo vio, lo sufrió y lo analizó. Su época es la de la primera mitad del siglo XX, la del advenimiento de la propaganda política, la del boom de la radio y la publicidad. Las frases estaban moviendo masas.
Analista de su tiempo, Huxley es autor de uno de los libros que más vigencia mantiene, pese a tratarse de ciencia ficción: Un mundo feliz. Esa vigencia está también en la capacidad de su autor para no quedarse en un mero narrador. Su curiosidad era infinita.
Estudió ciencia, filosofía, psicología y, por supuesto, literatura. Todo lo asimiló para poder convertirse en una de las grandes voces críticas de su época.

El mundo que no era tan feliz
Huxley (1894-1963) se crio en el seno de una familia intelectual británica. Cuando escribió Un mundo feliz, en 1931, Europa aún estaba marcada por la Primera Guerra Mundial, pero también por un enorme entusiasmo tecnológico: coches, fábricas en serie, avances médicos, psicología, ingeniería social… Parecía que la ciencia lo iba a arreglar todo.
Huxley no se lo creyó del todo. En su novela imagina una sociedad del futuro, aparentemente perfecta, donde la gente no sufre, no se queja y siempre está entretenida.
Pero ese “mundo feliz” está construido a base de manipulación psicológica: drogas y un uso muy calculado del lenguaje y de la información.
En un momento de la novela, uno de sus personajes, Helmholtz Watson, un escritor oficialmente exitoso, pero íntimamente frustrado, habla con su amigo Bernard Marx.
Se lamenta por los temas vacíos que le obligan a escribir, textos propagandísticos. Y suelta: “Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean adecuadamente atraviesan cualquier cosa.”
Huxley está hablando de una realidad que ya estaba palpando. El poder de los grandes líderes, como Lenin en Moscú, y Hitler despuntando en Alemania y desplegando toda una maquinaria propagandística, con un tipo de discursos diferentes, que apelaban a sentimientos primarios. Llenos de frases exaltadas pero que adormecen el pensamiento crítico.
Los pensadores de la palabra
Sin desmerecer a Huxley, hay que decir que no estaba solo en sus hallazgos. Toda una generación de escritores estaba analizando el poder y la fuerza de las palabras, ya sea escrita o radiada.
El primero y obvio que nos puede venir a la cabeza es George Orwell. Orwell es el autor de 1984, otra distopia sobre las palabras y la manipulación. En su novela inventa el “neolenguaje”, una forma de hablar diseñada para que la gente no piense críticamente.
En 1946 Orwell escribió un ensayo titulado La política y el idioma inglés, donde criticaba que el lenguaje político y diplomático de su época podía ser vago, impreciso y manipulador. Podemos, con razón, preguntarnos: ¿solo de su época? “El lenguaje político puede hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable”, señalaba. No parece que se dijera hace ochenta años.
Otro coetáneo de estos escritores, el filósofo J. L. Austin, mostró que hay frases que no solo dicen, sino que llevan a actuar. Por eso iba más allá y apuntaba que las palabras son más que sonidos, son actos.

Hoy la discusión sigue viva en investigaciones y nuevos ensayos. Qué sutil pero gran diferencia decir “mientes” que “faltas a la verdad” o “realidad alternativa”. Cómo podemos dar la vuelta hasta retorcer el concepto. No oiremos a un político decir “me he equivocado” si existe la expresión “lo podemos hacer mejor”.
Una frase que sigue vigente
Volvamos a Huxley. Cuando escribió su novela estaba pensando en radios, periódicos y un cine incipiente. Sin embargo, su metáfora de rayos X que traspasa nos sirve en un doble sentido igualmente actual. Puede utilizarse para decir sin decir nada. Aburrir hasta no escuchar. O puede utilizarse para remover lo más íntimo de nuestro ser.
Esta frase que nos ocupa encaja igual de bien con los titulares atrapa lectores (clickbait) de la prensa digital, con los hilos virales, con las stories o con los discursos políticos de hoy. Un titular malicioso puede convertir a una persona o un colectivo en un chivo expiatorio.
Un eslogan pegadizo puede mover masas o blanquear decisiones muy duras. Quién no quiere volver a ser grande. Quién no se rebela ante el grito de que nos roban. Quién no se estremece ante la palabra genocidio.
Y al mismo tiempo, un discurso adormecedor nos puede hacer olvidar lo importante. ¿Acaso te has leído alguna vez las interminables condiciones de contrato que apruebas con cada nueva aplicación o servicio que utilizas?
Qué nos recomienda Huxley
Huxley nos lanza, desde 1931, una triple invitación muy actual:
-Como lectores y oyentes, desconfiar de las palabras que sólo adormecen o entretienen y buscar aquellas que de verdad dicen algo, aunque incomode.
-Ser consciente del poder emocional que tienen y escucharlas críticamente.
-Como hablantes y escritores, intentar que lo que decimos no sea “hablar de la nada”, sino algo que, al menos a veces, merezca atravesar a quien nos escucha.
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