Negra, porosa, sin suelo y casi sin nutrientes. La lava recién enfriada parece el último lugar donde buscar vida. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que un equipo de investigadores ha visto en Islandia: bacterias y otros microorganismos estableciéndose sobre coladas volcánicas que llevaban apenas horas frías. No es una anécdota exótica. Es un patrón que empieza a poder medirse y, con él, a entenderse.

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News Press Service
El trabajo lo lidera un equipo de la Universidad de Arizona y se publicó en diciembre de 2025 en Communications Biology, la revista del grupo Nature. Su escenario es la península de Reykjanes, en Islandia, un laboratorio natural donde la Tierra decidió repetir el experimento varias veces seguidas.
Un “experimento” que la naturaleza repitió tres veces

El volcán Fagradalsfjall entró en erupción entre marzo y septiembre de 2021. Volvió a hacerlo en agosto de 2022 (zona de Meradalir) y repitió en julio y agosto de 2023 (Litli Hrútur). Tres coladas jóvenes, condiciones ambientales muy similares y una oportunidad rara en ecología: observar cómo empieza la vida microscópica desde prácticamente cero… tres veces.
La lava emerge a temperaturas cercanas a los 1.150 °C, completamente estéril. Pero en cuanto se solidifica y se enfría, el entorno deja de ser químicamente hostil y se abre una rendija diminuta para la colonización biológica. El equipo siguió ese proceso casi en tiempo real
Dos fases muy claras de colonización

El primer resultado sorprende por lo rápido. La colonización ocurre en dos etapas. Una inicial, rápida y caótica, y una segunda más estable tras el primer invierno.
En los primeros días y semanas, los microbios llegan desde fuera. No nacen allí: caen. Viento, polvo y bioaerosoles depositan bacterias y otros microorganismos sobre la roca desnuda. Para cuantificarlo, el equipo combinó recuentos celulares y secuenciación genética.
Los datos muestran un crecimiento sostenido de la biomasa con la edad de la lava: una pendiente media de 182 células por gramo de roca y por día durante los dos primeros años. En las coladas más jóvenes, apenas unos miles de células por gramo. En las más antiguas del estudio, hasta 220.000 células por gramo.
El invierno lo cambia todo
El segundo giro llega tras el primer invierno islandés. A partir de ese momento, la lluvia pasa a dominar el proceso de colonización. Según los modelos del estudio, hasta un 98 % de los nuevos microorganismos que se incorporan al sistema después del invierno llegan con la precipitación.
No es un detalle menor. La lluvia no es biológicamente neutra: transporta vida atmosférica y la deposita donde cae. En una lava que retiene mal la humedad, cada episodio de agua se convierte en una ventana breve pero decisiva. Algunos linajes prosperan. Otros desaparecen. El conjunto empieza a parecerse, lentamente, a un ecosistema.
La propia coautora Solange Duhamel lo resume con una comparación extrema: estas coladas están entre los entornos de menor biomasa del planeta, comparables a la Antártida o al desierto de Atacama. Y aun así, la vida encuentra la forma de entrar.
Por qué esto importa más allá de Islandia

El estudio no sugiere vida en otros planetas. Es mucho más prudente. Pero sí afina el mapa mental sobre dónde mirar y qué esperar si alguna vez existieron comunidades microbianas en terrenos volcánicos antiguos.
Aquí aparece Marte. Su superficie es en gran parte basáltica. El vulcanismo marciano está hoy casi apagado, pero en el pasado pudo aportar calor, gases y episodios transitorios de agua. En un escenario así, las huellas de vida no serían fósiles evidentes, sino patrones: señales químicas, distribuciones estacionales, microfracturas mineralizadas.
Saber que, en la Tierra, la colonización empieza por el aire y se reorganiza con el invierno permite formular hipótesis más finas. También ayuda a no confundir ruido con señal cuando se analizan rocas que, a simple vista, parecen completamente muertas.
Convertir un paisaje extremo en una cronología
El valor del trabajo está ahí. La lava deja de ser solo un símbolo de destrucción para convertirse en un reloj biológico. Si se entiende cuándo llegan los primeros colonizadores, qué los trae y qué condiciones los estabilizan, el registro geológico empieza a hablar con más claridad.
La conclusión no es épica, pero sí profunda: incluso en los paisajes más recientes y hostiles del planeta, la vida no espera a que el entorno sea cómodo. Aprovecha el primer resquicio disponible. Y lo hace tan rápido que, si no se mira a tiempo, parece magia cuando en realidad es biología siguiendo reglas muy precisas.
