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Por Elías Prieto Rojas
Cuando un psiquiatra encuentra algún desajuste en el cerebro de “su paciente”, se le debe sugerir al esclarecido hombre de las ideas que, ante los últimos avances de la ciencia médica, y con información suministrada por una de las principales redes sociales: (paciente buscando ovnis versus profesional aguzando su oído porque no identifica algunas voces), es de justicia proponerle al galeno algún remedio para que le ayude apretar los tornillos al infortunado, y de paso se le debe aclarar también al matasanos, que pueden los dos beber de lo que encuentren por el camino, puesto que es un tiro al aire saber cuál es el más cuerdo; por eso habría que cazar una apuesta, aunque se supone que cada uno sustentaría, a su manera, sus requiebros creativos y emocionales como quiera que ambos defienden su propia, singular y noble profesión: –reflexión versus locura-, pero no sobra advertirle a la pareja que, si en algún momento se produce un empate, pues ninguno se saldría con la suya, puesto que, cualquiera creyéndose “manada”, escarbaría en las debilidades de su contrincante para cogerlo con los pantalones en la mano y así dejarlo como desprevenido pato echado en la carretera y entre decenas de carros circulando; y ¿qué diríamos?, pues “El genio”, pero ¿cuál? tendría fórmulas mágicas para convencer, al menos a sus colegas, mientras que el despreciado a la orilla misma de la demencia haría algo parecido a lo que hizo el Coronel Aureliano Buendía en su natal Macondo… y entonces en un desdoblamiento de su personalidad, al estilo “Ciro Peraloca”, el alienado desbarataría el mundo para producir su mejor invento, sólo que el peculiar creador en un raro intento de concentración alardearía que una voz del más allá, con zozobra y atortole, y despidiendo azufre por montones fue el mismo quien le gritó a las tres de la mañana -hora de los fantasmas-: “Todo mortal debe liberarse intentando botarse al acantilado para descubrir la verdad”; y puesto que al desquiciado, pero ¿cuál? le place desvariar sólo cuando observa la luna, al final de la jornada sólo podría decir “el iluminado”, que ya no hay queso, ni perro que le ladre al satélite, mientras que el intelectual seguirá buscando su claridad mental echando lengua como perro bebiendo leche, o de alguna manera intentará alimentar su “masa gris” sintiéndose así menos desdichado, porque como dijera el poeta: “La locura es lo más sublime de la inteligencia”… y ya para concluir y no sentirme perseguido, le cantaría a los dos la tabla y de paso obligaría al dúo a interpretar en coro esa tierna canción de Agustín Lara: “Arráncame la Vida”… y además y como dijeran los griegos hace miles de años les enfatizaría que la historia es cíclica, porque de ahí hacia delante todo tiende a repetirse. Por eso es inevitable que cada cual se conforme con lo suyo, y sin aspavientos, porque nadie reemplaza a nadie, pero eso sí, como dijera mi filósofo de cabecera mirando con fijeza la mesa de billar con sus respectivas tres bolas… “Este chico sino lo gano, lo pierdo”, y porque necesitamos confundir… a la misma hora, y en otra parte, mi abuelo Esculapio Virgen (el mismo de “El Gallo de Oro”), tuerce su boca y mece la cabeza de izquierda a derecha, y como un péndulo a diestra y siniestra, y luego de media hora, y en medio de un profundo silencio, mi pariente al ver acorralado a su rey y frente al tablero de ajedrez pronunció sus tres fatídicas palabras: “por ningún lado” … sobra decir que como el título de este artículo, debo seguir escribiendo para que mi psiquiatra me vaya ajustando la medicación, o sino, viene, ahora sí el jaque mate…
Diciembre 28 de 2021.
(Día de los inocentes).