News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
En esas épocas gloriosas del fútbol, donde antes de atletas, gozábamos con las cabriolas, y las florituras de verdaderos artistas con las pelotas, recordamos ahora a esos excelsos conductores, que para impresionar al entrenador, soltaban perlas de naturaleza exquisita, al asegurar por ejemplo, que eran virtuosos en el disparo letal, y por eso fácilmente le decían al estratega que le «pego con ambas», y entonces el pobre director técnico quedaba entre tonto y bobo, al querer descifrar la sutileza y verdad de un elástico y desconcertante equilibrista, dueño y señor del triple salto mortal. Y cuando el narrador gritaba pleno de emoción, y se «infla la red» para enloquecer las tribunas con su paroxismo y peculiar manera de cantar un gol, entonces el fútbol tiene su magia y su hechizo. Porque inflar una red, ni el mismo Pedro lo podría hacer, y ni con tanta pesca milagrosa que parece abundar por nuestra tierra. Y el amague y el quiebre, y adornar la número cinco, y el túnel y el sombrero, y el caño, y un disparo apretado al segundo palo, y pasó lamiendo el paral… y se estrelló en toda la cruceta… no queda más remedio que implorar al creador, para entender que la sazón y la picardía, es cantera inagotable de todo amante de la esférica, y por ende, de esos buenos fanáticos del fútbol, que no se rompen la facha a botella limpia, ni matan a nadie. Es el balompié invento de los ingleses, y por eso debemos guardar cordura. Juego limpio, señores. Alguna vez en mi barrio, y cuando era un mocoso, andaba por los potreros y canchas de mi sector, un personaje a quien apodaban «el burro». Y un día domingo de mañana, sol apenas tibio, y se inició el cotejo, y mi hombre destapado y a punto de meter su gol, cuando «el burro» le soltó tremenda patada voladora y de puras vainas solo descalabró a mi goleador… artera y cochina patada culpable de siete puntos para mí asustado y escurridizo bombardero. Nunca jamás volvió a pisar una cancha «el burro». Y ahora, por estos días mi goleador anda destapado, pero sólo en su casa, porque con esta pandemia toca salir a la calle con tapabocas, y eso sí, no dar papaya, porque con tanto burro suelto, y si no cuidamos nuestra salud, se viene un rebrote que amenaza matar a cualquiera; futbolistas, hinchas, periodistas e hinchas en general… «Y acaban de escuchar un minuto de silencio», alcanzó a trinar un eximio periodista y narrador deportivo, «El Patico» Ríos, en un choque futbolero realizado, años atrás, en El Campín, templo sagrado del fútbol nacional. «Y no me esperen en la casa», ladraba William Vinasco Ch, cuando se paseaba victoriosa nuestra selección de la mano y los pies del Pibe y su corte. Eran otros tiempos. Metidas de pata, porque el balón se debe amarrar al botín como lo hace Messi, o el mismísimo James que llega peligroso a jugar con nuestra selección. Atento, vigilante, creador, atrevido; ese es James, el mejor jugador por estos días de la tierra de grandes ciclistas, escritores, poetas… (pero no veo a ningún político, por estos lados); Y aunque es poco hábil con la lengua, James es de lejos la gloria actual del fútbol colombiano. Y con Falcao y su banda vamos a clasificar al mundial de Catar 2022… Hip, hip, hurra; hip, hip, hurra.