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Por Elías Prieto Rojas
Feo, palabra siniestra en una sociedad que supervalora la belleza; la de afuera, claro está. Porque si alguien habla de belleza interior, acá en Colombia se dice “parece que está orinando fuera del tiesto”. Sin embargo, los feítos tenemos miles de posibilidades de salirnos con las nuestras, no con las suyas, pues de todas maneras cada quien habla de cómo le fue en la fiesta. Y para tranquilidad de todos, creo que a mí me ha ido bien. No me puedo quejar. Al menos tengo una lengua, aceitada, larga, gruesa y además viperina, es decir, se defiende, sola. Hace ya varios años atrás, uno de los conductores que debía recogerme a diario para ir a trabajar, cuando de madrugada iniciaba el día, y empezaba este pecho a soltar la “sin huesos”, en su carro, el piloto me miraba cual languidez mortecina y de afán precisaba: “eh, este hombre ya empezó a desenrollar esa lengua” y abría esa bocaza pletórica de risas y de alegrías que parecía un garoto en pleno carnaval de río. Y yo le hacía la segunda, porque siempre me ha gustado reír, y también hablar. Nací para mover la lengua en sus distintas formas. Y así me gano la vida. Pero es necesario saber. Y leer. Y ser sociable. Y también hacerle al ridículo, y es por eso que también uno es buen comediante, y cuenta chistes y demás. A las mujeres les gusta que se les hable. A ellas se les conquista con la lengua, y a uno lo enamoran con el paladar. Es decir, la buena comida y sazón y las ensaladas y la carne sudada y poco frita, casi cruda, para coger fuerzas. Sobra advertir que la sensualidad pasa por ser un buen conversador, y la ternura se escucha mejor cuando se destacan los afectos, y como un ser enamorado se le da el lugar que se merece a cualquier mujer; sea fea o linda, después de todo y como dice el adagio: “no hay bonita sin su pero, y fea sin su gracia”. Procuremos pues, ser atractivos, y rindamos respeto profundo a la elocuencia, y al uso, y manejo de las palabras, porque también alguien ya dijo que «el arte de hablar es el arte de persuadir», y como estamos a toda hora intentando convencer, no queda alternativa, sino la de ofrecer excusas si he metido las de caminar, al escribir demasiado sobre un tema que puede alterar conciencias: mover la lengua para ganar aplausos. Ese no es mi propósito, el mío es buscar que ustedes sonrían en medio de la pandemia…