News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Durante mucho tiempo he considerado los programas de televisión poco influyentes en mi vida cotidiana hasta el punto tal que demuestro displicencia y pereza mental a la hora de estar frente a la “caja idiota”. No me gusta y hasta donde pueda diré que es mediocre, poco creativa y produce como los videojuegos, seres poco dados a la sociabilidad, esta última decisiva, pues sigue siendo una de las mejores opciones para salir del letargo y de la incomprensión, e inacción o la inercia, da lo mismo. Sin embargo, el pero filosófico nos dice que no todo puede ser malo, ni tampoco todo puede ser bueno. Lo ideal es el equilibrio en palabras de Aristóteles. Estuvimos hoy lunes a la hora del almuerzo en un restaurante cualquiera viendo los estertores de un programa que se llama “Buenos Días Colombia”, en RCN televisión, magazín que si estoy bien informado suele presentarse todos los días de lunes a viernes desde las 9:30 de la mañana hasta las 12:30 pasado meridiano. Gritos, alaridos, voces altisonantes, comentarios ridículos de los presentadores (las maromas que cada quien debe hacer para ganarse la sopa), respetable el oficio de todos, mientras no robemos al prójimo: todo bien, todo bien”, como lo dijera el Pibe Valderrama. Sin embargo, otra vez el pero filosófico, alguno de los “maestros de ceremonia” anunció que se pasaría durante el programa del día, apartes de la historia televisiva del programa; aparece en escena uno de los camarógrafos de aquellos años enseñando la batería enorme con la cual se grababa y también algunos elementos de antaño; seguidamente mostró la actual batería, objeto que no ocupa el tamaño de un celular. Cómo cambian los tiempos. Dos cosas llamaron poderosamente mi atención: la primera que todos los comensales se mostraron expectantes e interesados, incluyéndome, frente a la información que se desarrollaba frente a nuestros ojos; y la segunda que existe un marcado deseo de regresar en palabras de Marcel Proust: “En busca del tiempo perdido”; cómo nos alegra a los seres humanos, al menos eso lo creo yo, de evocar el pasado, o la infancia, por decir algo, o cuando éramos niños, o de esa época, la más feliz de la vida; mejor dicho: se pierden historias, remembranzas, reminiscencias, juegos, tradiciones, valores, en fin… porque faltan cerebros, ojos avizores, oídos y demás; qué nos enseñen cómo vivían nuestros padres, abuelos, tátara, etcétera, porque de esos temas e historias nos alimentamos, se nos motiva, adquirimos “vitaminas poderosas”, nos nutrimos… y entonces viene a la memoria “El precio de la historia”, y también recuerdo que alguna vez al llegar a mi casa encontré a punto de ser botado a la basura el radio con mueble que había sido de mi padre. ¡Erda! como dijera el costeño: ahí mismo lo llevé a un anticuario y me gané mi buena plata. Antes, mis familiares recibieron de parte mía un llamado de atención. Al fin de cuentas, cuál es el quid del asunto; señores de la televisión: No pueden decir que el mensaje no vende, o que es árido, o insulso. Pónganle los peros que ustedes quieran; pero sí evocamos la historia, o la enseñamos, o intentamos siquiera que muestren interés por ella las nuevas generaciones, pues sencillo: habrá más anunciantes e inversores. Y los jóvenes y niños sentirán profundo respeto e interés por su pasado. O, sino que lo diga el doctor Peláez y su partner De Francisco con su programa radial: “Fútbol y Algo Más”, que se inicia con una canción, por lo regular de aquellas épocas de antaño. Y venden los hombres como nunca porque de ahí hacia delante los radioescuchas quedan hipnotizados… (mensaje también para los rectores, profesores, filósofos y demás académicos y pensadores y periodistas de nuestra amada Colombia).
Lunes 10 de julio de 2023.