Por Elías Prieto Rojas
News Press Service
Todos los días en presencia de la creación los árboles se levantan serenos, agradecidos, humildes y sonrientes con el padre de los cielos; y visten orgullosos cambiando de follaje, cuando lo consideran necesario; sus diversos cuerpos bailan celebrando uno de los sublimes acontecimientos de la vida, y hasta permiten refugio a quienes necesitan de su abrigo; tal vez por eso llenan la creación y son fuertes porque se entregan sin reserva; los hay milenarios, jóvenes y majestuosos; débiles también existen, y son aquellos que adoptan las curvas impuestas por el viento; y se hablan entre ellos como dos amigos a quienes poco les interesa el dinero, pero sí la amistad, como norma suprema de la convivencia. Cómo quisiera ser uno de ellos para dar sombra y descanso en medio de tanta incomprensión y hastío; es posible que el roble centenario me invite a uno de sus aposentos, allí donde los pájaros cantan con el jolgorio propio de las mejores orquestas; es posible que alguno de los que habitan por acá en mi barrio, me permita escuchar su música, porque su brisa y su aliento en medio de la noche, son un cálido mensaje que desnuda hasta sus propias y tenues sombras; cerca de mí un exquisito aroma: es el caballero de la noche que me susurra de nuevo, con un leve rumor de olas que no se debe perder la esperanza, porque pronto llegará la aurora.
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