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IPS
NACIONES UNIDAS – Cuando algunos de los líderes de Medio Oriente y Asia son destronados y conducidos al exilio, los cínicos se preguntan bromeando: ¿Está políticamente muerto o está muerto y enterrado?
La distinción entre ambas parece significativa porque las fluctuantes fortunas políticas de algunos líderes -y su voluntad de sobrevivir contra viento y marea- siempre han desafiado la lógica occidental.
En una época pasada, dos de los líderes autoritarios de esa región -el iraquí Sadam Husein y el libio Muamar el Gadafi- fueron perseguidos antes de ser ejecutados.
Sadam fue condenado a morir en la horca tras ser declarado culpable de crímenes contra la humanidad por un Tribunal Especial iraquí, mientras que Gadafi recibió una severa paliza de las fuerzas rebeldes antes de morir fusilado.
No obstante, algunos gobernantes árabes que fueron depuestos pero sobrevivieron fueron Zine el Abidine Ben Ali, de Túnez, en 2011; Hosni Mubarak, de Egipto, en 2011, y Ali Abdullah Saleh, de Yemen, en 2012.
Pero hubo una rara excepción en Asia.
El presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, se vio obligado a exiliarse, primero en las Maldivas, luego en Singapur y finalmente en Tailandia. Cuando se le acabaron los refugios seguros, o eso dice la historia, regresó a su país natal, pero no a su presidencia perdida.
En Asia hubo otros líderes políticos que fueron expulsados del poder y se exiliaron, como Nawaz Sharif, Pervez Musharraf y Benazir Bhutto de Pakistán, Ashraf Ghani de Afganistán, Yingluck Shinawatra de Tailandia y, en agosto de este mismo año, Sheikh Hasina de Bangladés.
Cuando los talibanes tomaron el poder en 1996, uno de sus primeros actos políticos fue ahorcar al derrocado presidente afgano Mohammed Najibullah en la plaza Ariana de Kabul.
Y, cuando asumió el poder por segunda vez, derrocó al gobierno respaldado por Estados Unidos de Ashraf Ghani, un antiguo funcionario del Banco Mundial, armado con un doctorado en antropología por la prestigiosa Universidad de Columbia, en Estados Unidos.
En una publicación de Facebook, Ghani dijo que había huido a los Emiratos Árabes Unidos en busca de refugio seguro porque «iba a ser ahorcado» por los talibanes.
Si eso hubiera ocurrido, los talibanes se habrían ganado el dudoso honor de ser el único gobierno del mundo que ha ahorcado a dos presidentes. Pero, afortunadamente, no fue así.
Antes del 8 de diciembre, cuando el presidente sirio Bashar al Assad perdió su batalla por la supervivencia tras una guerra civil de 14 años en su país, se exilió en Rusia, uno de sus aliados políticos y militares más fuertes.
En una conferencia de prensa celebrada el 10 de diciembre, el alto comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Volker Türk, declaró: «Hemos visto (en Siria) a un régimen expulsado del poder tras décadas de brutal represión y tras casi 14 años de implacable conflicto».
En este tiempo se perdieron cientos de miles de vidas, desaparecieron más de 100 000 personas y unos 14 millones fueron expulsados de sus hogares, a menudo en las circunstancias más atroces, afirmó.
«Me he reunido con muchos de ellos a lo largo de los años, he sido testigo de su desesperación y trauma al dar testimonio de las más graves violaciones de derechos humanos cometidas contra ellos, incluidas torturas y el uso de armas químicas», dijo Turk.
Pero no se espera que Assad, ahora bajo protección rusa, pague por ninguno de sus crímenes contra la humanidad.
Contando su experiencia personal, Jennings, presidente de Conscience International y director ejecutivo de la Acadaemia para la Paz de Estados Unidos, dijo a IPS: «Me reuní con Bashar al Assad sslo una vez, en su gran palacio de Damasco antes de la guerra, como jefe de una delegación de la Academia».
Y añadió: «Pensamos que el joven Bashar, educado en Occidente y de modales impecables, podría alejar a Siria de la cruel represión de su padre», Hazef al Assad, en el poder entre 1971 y su muerte en el año 2000.
Assad, al igual que el israelí Benjamin Netanyahu, ya acusado por la Corte Penal Internacional (CPI), es responsable de la conducción de la guerra y podría ser razonablemente juzgado por crímenes contra la humanidad.
Eso serviría sin duda a los intereses de la justicia, y podría ayudar a frenar parte del último medio siglo de derramamiento de sangre sin fin en todo Medio Oriente, consideró Jennings.
Pero la realidad es que las instituciones internacionales, inventadas en gran medida después de la Segunda Guerra Mundial, tienen muy poca capacidad para aplicar las sentencias, incluso si un individuo es declarado culpable.
Para Jennings, en el sistema vigente de gobiernos nacionales existe cierta impunidad para el jefe de un gobierno que actúa por «razones de Estado».
A su juicio, los rebeldes no tienen esa protección hasta que se convierten en gobierno. La coalición de Idlib que ahora controla Damasco está encabezada por islamistas. A estas alturas, ni por asomoAssad y su partido Baaz pueden recuperar el poder. «En cualquier caso, es poco probable que Rusia, donde se ha refugiado Assad, lo entregue», afirmó.
Stephen Zunes, profesor de Política y director de Estudios sobre Medio Oriente de la estadounidense Universidad de San Francisco, dijo a IPS que, sin duda, Assad y otros altos cargos sirios serían responsables de crímenes de guerra y contra la humanidad.
Parte de la demora en incoarle esos cargos, dijo, ha sido la dificultad para acceder a las pruebas necesarias, pero eso debería ser mucho más fácil ahora.
«Apenas hubo batallas reales en esos últimos días. Sin el apoyo terrestre de (la milicia libanesa) Hezbolá ni el apoyo aéreo ruso, Assad tuvo que recurrir a reclutas poco dispuestos que no estaban dispuestos a luchar y morir para mantenerlo en el poder», dijo Zunes.
A su juicio, «no fue una derrota militar. Fue un colapso político. Un gobierno es tan fuerte como la voluntad de su pueblo de reconocer su legitimidad».
Sobre si Assad debe rendir cuentas por sus crímenes, el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, dijo: «Creo que las violaciones de derechos humanos en Siria han sido bien documentadas por varias comisiones independientes. Cualquiera que esté implicado en la comisión de estas violaciones debe rendir cuentas, sin duda alguna».
En una declaración hecha pública el 10 de diciembre, la organización Human Rights Watch (HRW) señaló: «El gobierno de Assad cometió innumerables atrocidades, crímenes contra la humanidad y otros abusos durante sus 24 años de presidencia».
Estos incluyen detenciones arbitrarias generalizadas y sistemáticas, tortura, desapariciones forzadas y muertes durante la detención, el uso de armas químicas, el hambre como arma de guerra, y los ataques indiscriminados y deliberados contra civiles y objetos civiles.
Los grupos armados ajenos al Estado que operan en Siria, entre ellos Hay’et Tahrir al Sham (HTS) y facciones del Ejército Nacional Sirio que lanzaron la ofensiva el 27 de noviembre, también son responsables de violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra.
Lama Fakih, director para Medio Oriente de HRW, ha declarado: «La caída del gobierno de Bashar al Assad ofrece a los sirios una oportunidad sin precedentes para trazar un nuevo futuro basado en la justicia, la rendición de cuentas y el respeto de los derechos humanos».
Para los sirios dispersos por todo el mundo, el sueño de rendir cuentas por años de crímenes y brutalidad está más cerca de hacerse realidad.
Sea quien sea el nuevo dirigente sirio, debe romper total y decididamente con la represión y la impunidad del pasado y establecer un sistema que respete los derechos humanos y la dignidad de todos los sirios, con independencia de su procedencia u opiniones políticas.
«Deben actuar con rapidez para preservar y proteger las pruebas de los crímenes y abusos cometidos por el anterior gobierno y garantizar una justicia justa e imparcial en el futuro», dijo Fakih.
En su criterio, «los grupos armados de la oposición deben enviar un mensaje firme e inequívoco a las facciones y combatientes de que no se tolerarán los ataques ilegítimos, incluidos los dirigidos contra personas por sus presuntos vínculos con el anterior gobierno».
«Deben comprometerse a garantizar un trato humano a todas las personas, incluidos los ex funcionarios y soldados del gobierno, los combatientes afiliados y los leales», remarcó Fakih.
Jennings añadió que las acusaciones contra Assad son merecidas, pero que los rebeldes también tienen la culpa. «¿Dónde estaban todos los gritos de indignación cuando la guerra en Siria se cobraba su largo e increíblemente sangriento tributo mes tras mes, año tras año, durante casi 14 años?», inquirió.
¿Dónde y cuándo tendrán que rendir cuentas los gobiernos interpuestos que suministraron armas, dinero y combatientes para esta guerra infernal? ¿No se debería acusar también de crímenes de guerra a los patrocinadores de la guerra?, siguió preguntando.
«¿Quién financió la guerra? Rusia, Turquía e Irán. ¿Quién ha estado bombardeando lugares en Siria con impunidad durante años? Estados Unidos e Israel. ¿Quién carga con mareas interminables y desesperadas de refugiados? Líbano, Turquía, Grecia, Jordania y la Unión Europea», siguió planteando Jennings.
Y una pregunta, a su juicio,involucra a todos los participantes directa o indirectamente en la larga guerra civil: «¿Por qué no han hecho más para ayudar a los desplazados internos y refugiados, que en total suman 13,2 millones?».
Una de las respuestas es que, al tratarse de una guerra por poderes, con muchos países e intereses en juego en el campo de batalla, ninguno de los participantes quería realmente que terminara, o al menos se conformaban con dejar que continuara, argumentó.
«Que Bashar ordenara -o permitiera- la campaña de represión contra los manifestantes en 2011 -parte de las protestas de la ‘Primavera Árabe’ al comienzo de la guerra- fue en sí mismo imperdonable», consideró.
Para Jennnings, «matar y torturar a jóvenes por escribir pintadas, encarcelar a gente por miles y tirar la llave es algo tan inhumano que no se puede blanquear, y apenas imaginar».
Tomando prestada una frase de la anterior diplomacia de Medio Oriente, Assad hijo «nunca dejó pasar una oportunidad».
«En repetidas ocasiones en los últimos 25 años se le instó a cambiar de rumbo, a vislumbrar un resultado diferente al de aferrarse al poder por su propio bien. No pudo hacerlo -o prefirió no hacerlo-, lo que viene a ser lo mismo», dijo Jennings.
T: MF / ED: EG