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Por: Miguel Cabezas Gómez
Escribir sobre la obra pictórica y escultórica de Chinchilla (1970), y salir sin las manos veteadas de tierra e historia es insensato. Más allá del carácter orgánico que compone su creación artística, el pintor problematiza profundamente las consideraciones estéticas impuestas desde los órganos del poder. Su entropía, lejos de ser un barullo de conceptos bailoteando en el vacío, se constituye en el eje central de su expresión plástica. Es el modo en que dialoga con su obra, y esta a su vez, reordena el caos.
La irreverencia que transmite el artista en su producción, es el resultado del universo cultural que lo rodea. Su necesidad por reivindicar la actitud sincera de quien se nutre del arte, apoyado en experiencias cotidianas y rebeldías al sistema establecido, hacen de Chinchilla un artista conscientemente caprichoso y atrevido. Como él mismo indica: despojémonos de tantos formalismos prejuiciosos que adormecen la razón, produciendo larvas amnésicas, obstáculo para una evolución. No le teman a los cambios, seamos fieras y devoremos nuestros caducos cánones esteticistas de la mal formada conciencia de la plástica.
Javier se inicia en el dibujo, y aunque sus brotes artísticos son específicamente figurativos, el desarrollo y evolución de su obra ha encontrado su espacio en la abstracción, ese espejismo natural donde se condensan las ideas, los conceptos y vacilaciones del alma del artista: Su sensorium. Desde esa trinchera propone desbaratar el mundo, para entenderlo y captar su esencia. Trazos fuertes, colores vivos y materiales no convencionales; grandes formatos que invitan al espectador a un diálogo metafísico: encontrarse a sí mismo en la obra. En el momento histórico que vivimos, -el caos, la violencia, la falta de espíritu fraterno y el desamor- la producción artística de Chinchilla es el cable a tierra de una audiencia alienada por el establishment. Son el poder del arte y la razón de la estética, los argumentos que blande Javier para fulminar el tiempo aciago que vive la cultura en su departamento.
El aporte mayor radica en su escultura. Diversidad de materiales, madera, acero, pigmentos, amalgamados en la obra, construyen el universo de la entropía, un trabajo honesto y comprometido, donde el caos articula el concepto, e invita al espectador a la reflexión sobre su realidad, desde el estadio metafísico de la abstracción. El éxtasis de su producción, la expresión tridimensional a través de la codificación personal, y la búsqueda permanente, construyen su tótem. Es el caos hecho arte. Y el alma del artista hecha materia.