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Banco de la República
Por Mario Aguilera Peña
A finales de la década del cuarenta las investigaciones judiciales demostraron la culpabilidad del «Doctor Mata» en la muerte del comerciante Alfredo Forero Vanegas. No sólo hubo claridad sobre el método criminal del asesino sino también certeza extraprocesal sobre su culpabilidad en otros desconocidos casos que habían ocurrido años atrás.
Fue entonces cuando la prensa y los abogados de aquella década comenzaron a hablar del surgimiento en Colombia de un nuevo tipo de delincuente caracterizado por sus actuaciones despiadadas, de inusual cinismo y desprecio por la vida, y que aplicaba un método delictivo contra sus víctimas y para eludir la acción de la justicia. Desde el apodado «hombre fiera», aquel famoso criminal de la primera década del siglo XX, acusado de asesinar a 35 personas, ningún otro asesino en serie había impresionado tanto a la sociedad colombiana como el «Doctor Mata», quien fue comparado con Henri Landrú y con Jack el Destripador.
UN NIÑO ABANDONADO
Según una partida de bautismo, Buenaventura Nepomuceno Matallana nació en Chiquinquirá en septiembre de 1891, hijo de madre soltera que le dio su apellido. Otra versión indica que realmente nació en la vecina población de Caldas, Boyacá, donde fue hallado recién nacido en un zarzal, envuelto en una ruana de lana y en un traje femenino de seda. El expósito fue encontrado por una niña de diez años, hija de una de las principales familias de la población, quien lo ocultó por algún tiempo, hasta que fue descubierta por sus padres. La niña les pidió que se lo dejasen y con el correr del tiempo se convirtió en su madre adoptiva. Posteriormente ella se casó y a los treinta años le fue diagnosticada lepra, una enfermedad que también padecía una de sus hermanas mayores. En 1913, cuando Nepomuceno tenía 22 años, su madre por adopción ingresó al lazareto de Agua de Dios, en donde murió en 1944. Nepomuceno nunca la olvidó, y aunque poco la visitaba, de cuando en cuando le enviaba algún dinero. Nunca la olvidó, pero de ella rechazó que lo tratara como un hijo. En una de las últimas cartas que aquella mujer recibió en Agua de Dios, Matallana le pediría: «No me dé más el tratamiento de hijo. Usted allá en su destierro, con su enfermedad, y yo aquí atendiendo mis ocupaciones. En cuando pueda, le mandaré lo que necesita, pero no me llamé más hijo».
Casi al tiempo que su madre adoptiva partió para Agua de Dios, Nepomuceno Matallana contrajo matrimonio con Gregoria Sarmiento, una mujer que tenía más del doble de su edad pero que poseía algunos bienes de fortuna. Gregoria fue abandonada a los pocos años de la boda y alcanzó más de ochenta años de edad. Durante mucho tiempo dependió de los pequeños auxilios económicos que le entregaba Matallana, conoció a algunas de sus amantes, y aceptó con la mayor naturalidad la convivencia de su esposo con ellas. De las amantes de Matallana, la más fiel fue Lucy, quien le perdonó todo, hasta que mantuviera amoríos con su ex secretaria, la «mona Cecilia», con la que hizo amistad en la cárcel cuando eran investigadas por los crímenes que había cometido su compañero. Lucy estuvo por más de una década pendiente de la suerte de Nepomuceno en el presidio y se encargó de su entierro.
MATALLANA, JEFE DE CUADRILLA
Matallana empezó a infringir el código penal en el municipio de Caldas en la década de 1920. Allí, como secretario de la Alcaldía, alcanzó conocimiento de códigos y leyes, y en poco tiempo se convirtió en tinterillo y gamonal. Se cuenta que en este lugar defendía criminales y que los escondía en su casa, que se apropiaba de pertenencias dejadas a su custodia, y que se adueñó de los bienes de una mujer campesina aparentemente involucrada en la muerte de su esposo, prometiéndole que la libraría de problemas judiciales a condición de que le escriturara su propiedades. En aquella población también fue acusado de haber estafado al sacerdote del lugar cuando fue nombrado rematador de diezmos y primicias de dos veredas de la población, y de haber atentado contra el mismo con una bomba de dinamita.
Sin embargo, la acusación mas seria que se le hizo fue la de conformar una cuadrilla criminal que azoló la región con asaltos entre 1916 y 1924. Esta cuadrilla fue sindicada de la matanza ocurrida en Caldas en una Semana Santa, a la salida del sermón de las «siete palabras». Fidel Perilla Barreto, juez primero del circuito de Chiquinquirá por estos años, y que conoció por algún tiempo del caso, contaría que Matallana se fugó de la cárcel y que desvió la investigación realizando varias maniobras, incriminando a inocentes y fabricando un expediente falso. Sin embargo, en 1925, Matallana fue declarado absuelto por el Juzgado Segundo Superior de Tunja, por falta de pruebas. Igual suerte tuvo en otros tres expedientes criminales en su contra, abiertos en esos años por varios delitos cometidos en Chiquinquirá y Caldas. En otro proceso más, iniciado en Bogotá en 1928 por denuncia presentada por el Banco Hipotecario de Colombia, por los delitos de falsedad y estafa, tampoco fue condenado.
UNA CLIENTELA QUE DESAPARECE
Desde mediados de los años treinta y por más de quince años, Nepomuceno Matallana ejerció como abogado. Matallana tuvo su última oficina en el Edificio Restrepo del centro de la capital; decía ser egresado de la Universidad Republicana y repartía tarjetas profesionales con la leyenda: «abogado titulado e inscrito». Se cuenta también que Matallana era notablemente zalamero con su clientela y con los empleados de los juzgados, que llevaba un archivo extremadamente ordenado donde guardaba copia de toda su correspondencia judicial y personal, y que tenía la obsesión de citar de memoria y por escrito artículos, incisos o parágrafos de los códigos vigentes. Otro detalle con el que impresionaba a sus conocidos era la exhibición de falsas tarjetas impresas y manuscritas con expresiones de confianza de ministros del despacho.
Durante el tiempo que duró litigando, Matallana desapareció a algunos de sus clientes y con embustes mantuvo a sus familiares a la expectativa de su regreso. La prensa calculó en unos treinta los asesinatos perpetrados por el falso abogado. Sin embargo, tan sólo en un caso se tuvieron pruebas para demostrar su culpabilidad; en otros cinco homicidios apenas se contó con indicios que lo incriminaban. Después de diez años de un accidentado proceso judicial, Matallana recibió sentencia condenatoria por la muerte del comerciante Alfredo Forero Vanegas, un anciano comerciante adinerado y separado de su mujer.
El homicidio del comerciante Forero Vanegas, conocido por la prensa como el «crimen del páramo de Calderitas», ocurrió en agosto de 1947, en el mencionado lugar de la jurisdicción de Chipaque, luego que el tinterillo lograra interesar a la víctima para que visitara unas tierras que estaban siendo vendidas a bajo precio. Forero fue muerto por el acompañante de Matallana, Hipólito Herrera, cuando sacó su revolver para defenderse ante la amenaza de matarlo si no firmaba unos cheques. Herrera, quien llevó a las autoridades al lugar donde se hallaba el cadáver, también confesaría que Matallana le cortó un dedo a la víctima para sacarle un valioso anillo que llevaba puesto.
Matallana siempre negó la autoría intelectual del homicidio, indicando que se había suscitado una discusión entre los dos por sus negocios y que cuando Forero quiso agredirlo, Herrera lo había defendido causándole la muerte, y que no había denunciado el hecho por lealtad con su criado. De no ser por la insistencia de la concubina de Forero por conocer su paradero, el crimen hubiera quedado impune, pues el tinterillo respondía a las averiguaciones indicando que Forero había cancelado la cita para conocer las tierras ofrecidas en venta y que había salido en un viaje inesperado a arreglar «un lío que tenía con una muchacha». Varios cheques aparentemente firmados por Forero fueron cobrados en el banco, mientras Matallana trataba de confundir a sus pocos allegados contraponiéndolos unos a otros y engañándolos con presuntas citas y mensajes de la víctima.
La confesión de Herrera y el cubrimiento periodístico al caso les mostró a los familiares de otros clientes desaparecidos del tinterillo que sus seres queridos tal vez habían corrido igual suerte. Otro cliente de Matallana fue Alberto Ramírez Posada, desaparecido desde el 20 de agosto de 1936, luego de cobrar un cheque por quince mil pesos y de haber almorzado con el falso abogado en el Hotel Granada. La familia del desaparecido recibió varios telegramas firmados por «Alberto» y de boca de Matallana el mensaje según el cual se había metido en un enojoso lío judicial y la recomendación de no hacer nada, «porque lo podrían perjudicar». Cuando la familia Ramirez se cansaba de preguntarle a Matallana por Alberto, entonces era aquél quien periódicamente los llamaba para saber de su paradero.