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Además de la gran calamidad sangrienta y arbitraria que fue el descubrimiento y conquista de los territorios del norte, centro y sur de América, las enfermedades y el alcoholismo hicieron sus estragos en los indígenas.
Las tierras eran vendidas a menor precio a comerciantes y colonos inescrupulosos que aprovechaban la inferioridad de la raza perseguida. Cambiaban propiedades por cachivaches, armas y licor, con lo que engañaban a tribus empobrecidas, famélicas, desnudas, afectadas por epidemias, sarampión, tosferina, paperas y tuberculosis, que al contacto con los “carapálidas” éstos transmitían.
Los blancos alegando ser “asistidos por la providencia” repartían ron a los indios para someterlos a leoninas negociaciones de tierras, cultivos y ganados. Ebrios, los endémicos cedían terrenos a los oscuros granjeros de la época.
En esta forma los “carapálidas” quitaron a los cheroquis 139 millones de acres en Misisipi. Franklin Pierce bien lo dijo en sus escritos biográficos, “si era el designio de la providencia extirpar aquellos “salvajes” y dejar sitio para los cultivadores de la tierra, no parece improbable que el ron haya sido el medio indicado. Ya ha aniquilado a todas las tribus que antiguamente habitaban el litoral”.
Los europeos presentaban el contrato de compra acompañado de una o dos botellas de rústico ron con el cual enloquecían a los nativos. El presidente Andrew Jackson había prestado la protección a las diezmadas comunidades desterradas al oeste del Misisipi: “El hermano blanco no los molestaría en esas reservaciones, no tendrá derecho sobre vuestras tierras; allá podréis vivir vosotros y vuestros hijos, en medio de la paz y la abundancia, por tanto tiempo como crezca la hierba y discurran los arroyos: os pertenecerán para siempre”.
Demagogia barata, esas promesas. Allí llegaron los “carapálidas” para quitarles la tierra, sus cosechas, sus bienes materiales, los animales que constituían el sustento y violar a sus mujeres. En 1878 los “Búfalos Bills” mataron a cinco millones de estos animales salvajes y correspondió al gobierno mantener a las tribus con asignaciones de dinero al año y provisiones. Pero los indígenas utilizaban la plata en juegos y la gastaban en ron con los cuales se embrutecían.
Demagogia barata, esas promesas. Allí llegaron los “carapálidas” para quitarles la tierra, sus cosechas, sus bienes materiales, los animales que constituían el sustento y violar a sus mujeres. En 1878 los “Búfalos Bills” mataron a cinco millones de estos animales salvajes y correspondió al gobierno mantener a las tribus con asignaciones de dinero al año y provisiones. Pero los indígenas utilizaban la plata en juegos y la gastaban en ron con los cuales se embrutecían.
El dos veces presidente Grover Cleveland en 1885 lo decía: “Ebrios y ladrones son los indios porque así los hicimos; pues tendremos que pedirles perdón por haberlos hecho ebrios y ladrones y en vez de explotarlos y renegarlos, démosle trabajo en sus tierras y estímulos que los muevan a vivir, que ellos son buenos, aun cuando les hemos dado derecho a no serlo”.
En 1885 apenas quedaban 300 mil indígenas de diversas tribus; a la llegada de los europeos contabilizaban un millón; en 1900 sumaban 230 mil; para 1970 censados 343 mil; lo que indica el peor genocidio en tierras norte americanas conquistadas por el hombre blanco.
Tribus con Derechos
No son pequeñas las atrocidades y genocidios cometidos por los conquistadores españoles en tierras de centro y sur de América. La toma de México por Hernán Cortés y sus marinos está signada por la sangre de miles de indígenas cazados como animales por perros adiestrados; eran desmembrados, cegados, quemados en grandes piras, amarrados de pies y manos.
El exterminio en la Gran Colombia y sur de América no fue menos cruel: en busca de los tesoros en oro, los invasores no tuvieron escrúpulos para aniquilar la raza. Se llegó a preguntar si los indígenas tenían alma y la consulta llegó a la Santa Sede en Roma. En esta invasión conquistadora las tribus cayeron exterminadas a plomo de mosquetes y puntas de espadas y lanzas.
Las piras ardían en la noche con miles de víctimas maniatadas. Los perros devoraban niños e indoamericanos adultos. Muchos sacerdotes elevaron la voz angustiada a los reyes de España, pero las distancias no frenaron jamás el genocidio histórico.
La iglesia católica frente al genocidio originario fijó su posición a través de la Bula Sublimis Deus del Papa Paulo III (Alejandro Farnesio), publicada el 2 de junio de 1537, sobre el reconocimiento de los indígenas como seres humanos, que no fueran reducidos a la esclavitud.
De análoga manera en Inmensa Pastorum del Papa Benedicto XIV, revelada el 20 de diciembre de 1741, respecto a la libertad e indemnidad de los originarios de las provincias del Paraguay, Brasil y Rio de la Plata y los entornos cercanos e intermedios; igualmente In Supremo Apostolatus del Papa Gregorio XVI, difundida el 3 de diciembre de 1839, relacionada con los derechos de los negros.