
Lima. Noviembre. News Press Service. En medio de la tensión por el título, miles de familias vivieron en las tribunas algo más grande que un partido: padres e hijos compartiendo por primera vez el sueño de estar juntos en una final histórica entre Flamengo y Palmeiras, una de esas que se sienten más con el corazón que con los ojos.
De acuerdo con el diario el Comercio de Lima, su cronista relata: “Cuando pasen los años, podré decir que fui testigo. Que esta ha sido una historia de fútbol que contaré en primera persona. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»
Cuando la agitación se empiece a desvanecer, podré confesar que sufrí y gocé desde la tribuna de Oriente con cada ataque y defensa, con el único gol de este duelo entre brasileños, cada acierto, cada yerro. Y testimoniaré que eso de hincha neutral será siempre una piadosa mentira.

Y más afortunado aun: podré atestar que lo he hecho acompañado por mis hijos César y André. Un disfrute anticipado de Navidad con un momento que nos unirá siempre, incluso cuando lleguen las ausencias. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»
Pero hoy, a esta hora, todavía salto al ritmo de esos cánticos ajenos que adoptamos como nuestros en un improvisado portuñol. Aún veo los celulares que multiplican los ojos de forma exponencial, los bailes y abrazos, los fuegos artificiales, los colores multiplicados sobre el verde césped. Y las camisetas, símbolo ecuménico de la fuerza del fútbol. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»
Hemos llegado antes del mediodía, antes de que se abran los portones, y nos hemos cruzado desde el óvalo Huarochirí hasta ese monumento de estadio con gente proveniente de Argentina, México, Colombia, Escocia, Paraguay, Chile y más. De clubes varios, que han llegado a esta fiesta inolvidable. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»

Decidir qué camiseta íbamos a llevar no fue difícil. Eran dos las opciones: la del Universitario que nos marca a fuego desde que éramos chiquititos o la bicolor de nuestra bienamada selección. Y aunque sabíamos que éramos el club anfitrión -allí estuvo la imagen icónica de Lolo para decirle al mundo dónde era la algarabía-, optamos por la piel que visten todos los peruanos… con la crema debajo. Una camiseta para cada tiempo de juego.
Atrás quedó la aventura de conseguir los tickets para el encuentro, una mezcla de ansiedad y hecatombe tecnológica. Con decenas de miles y más de personas, todas a la vez y en la misma página web, buscando ser partícipes, y apenas una tecla, un índice, una ráfaga de suerte marcaron la diferencia.
Pero aquí estamos, aquí estuvimos. Con las sonrisas cómplices y los guiños invisibles entre los hinchas peruanos que se cruzan, incluso los que vestían la blanquiazul del clásico rival. Porque en medio de esa invasión llegada desde Río de Janeiro y Sao Paulo, frente a ese farallón rojinegro y ese macizo verde, también brilló la peruanidad.

En la previa del partido, camisetas fungiendo de improvisadas gorras para paliar el calor, colas interminables en los stands de comidas y bebidas, hinchas descansando al pie de los murales de cruzados cremas de otras épocas, así como activaciones varias para captar imágenes de los jóvenes que serán los cracks del futuro, las parejas que se mostraban abierto cariño y los bailes más cadenciosos. Y claro, algunos cruces de barra a barra con mensajes poco amables e impasibilidad al conocerse la postergación de 15 minutos para el inicio del encuentro.
Llegado el calentamiento de los jugadores, predominaron los amagos de tensión y las miradas de reojo entre vecinos; la amistad de hacía poco empezó a dar paso a la seriedad. Y aunque hubo más fotos y videos de espaldas al césped, acaso se sentía ya el peso de los rezos disimulados entre la barahúnda. Y sazonado todo con algunas palabras altisonantes gritadas a todo pulmón, más fuertes que el ruido de los aviones de exhibición.
Después, llegó el partido. Y con él, la sucesión interminable de demostraciones pasionales en la tribuna que quizá no coincidió siempre con el espectáculo visto en la cancha. La sensación era que Flamengo jugaba de local, con su tribuna Norte repleta ante la Sur de Palmeiras con bastantes claros, aunque por bastantes momentos estos lograban aplacar a los cariocas.
Gran parte del partido lo vimos de pie, porque cada ataque era una invitación a dejar los asientos libres y así podía uno sentirse más cerca del duelo. Y una preocupación: hinchas ocupando las escalinatas que desoían los pedidos de la policía para desalojar el camino. Y al mismo tiempo, parejas y familias con colores divididos que vibraban unos y luego los otros. Y la sensación inequívoca de que fiestas así valen la pena. Aunque todos sepamos que al final, unos debían festejar a rabiar y otros ver que la copa se la bebían otros.
Tras el silbatazo definitivo del árbitro argentino, se desató la euforia del Mengao. Y todo fueron cánticos al unísono, abrazos, risas y bailes. Y el recuerdo del 2019, aquella vez ante River, en esta misma Lima, en este mismo Monumental, con la misma ‘taza’. Y la sensación de que empieza una leyenda.
Que no nos engañen los pinchaglobos. Esta alegría inmensa también ha sido nuestra. Un motivo de justificado orgullo nacional. Y miles de corazones peruanos, como el de este escribidor, palpitarán fuerte por mucho tiempo con este recuerdo hasta que la memoria lo permita.
El Comercio
