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BBC MUNDO
Medio siglo después, donde antes había zocos y carpas como casas, hay ciudades erizadas de rascacielos y autopistas de diseños galácticos.
Donde se recogían dátiles, se buscaban perlas y se criaban camellos para sobrevivir, hay ahora una sucursal del museo del Louvre de París y campus satélite de las universidades de Nueva York y la Sorbona.
Tienen, además, el edificio más alto del mundo, el hotel más lujoso (de 7 estrellas), han pagado la mayor suma de dinero por un cuadro (el Salvator Mundi, atribuido a Leonardo) y el que hasta hace poco fue el centro comercial más grande del mundo.
Y por si fuera poco, han estado entre los pocos países que han enviado misiones al espacio y fueron los pioneros en establecer oficialmente una semana laboral de cuatro días y medio.
Emiratos Árabes Unidos (EAU) se ha vuelto con los años una puerta entre Oriente y Occidente, una combinación de modernidad, tecnología y extravagancia impulsada por sus ricos yacimientos de petróleo.
Pero también un poderoso actor global, un aliado clave de potencias occidentales en la zona del Golfo Pérsico y una de las autocracias más controvertidas del planeta.
Y detrás de esa transformación que sacudió al país en menos de medio siglo, los expertos en Oriente Medio no dudan en señalar al hombre que gobernó la confederación de emiratos desde inicios de este siglo hasta su muerte este mes: el jeque Jalifa bin Zayed bin Sultan Al Nahayan.
Considerado uno de los hombres más ricos del mundo, el también emir y gobernante de Abu Dabi fue el segundo presidente de EAU en su historia y la polémica figura que ubicó a su país más allá del mapa del desarrollo regional.
Había estado lejano del ojo público desde 2014 tras un derrame cerebral, pero era una presencia cotidiana: sus fotografías estaban en todas partes, adornando vestíbulo de hotel, oficinas del gobierno e incluso tiendas y restaurantes.
Para sustituirlo en el cargo, fue anunciado, sin mucha sorpresa, el nombre de su medio hermano: Mohamed bin Zayed bin Sultan Al Nahayan, quien se cree que ha sido la cabeza pensante de la política exterior emiratí en la última década.
Pero ¿cómo esta dinastía de jeques lograron transformar su país de un reino tribal en una de las nuevas potencias de Medio Oriente?
Para finales de la década de 1960, Reino Unido había prácticamente renunciado a mantener sus colonias en la Península Arábiga.
Habían llegado allí casi un siglo antes, para tomar el control de unas tribus combativas que se dedicaban al saqueo de los barcos mercantes que pasaban por sus costas.
Pero aunque hacía poco se había descubierto petróleo, los británicos veían más peligros que potenciales beneficios quedándose allí.
Fue entonces cuando los jeques de seis emiratos del área (Abu Dhabi, Dubai, Sharjah, Ajman, Umm Al Quwain y Fujairah) decidieron formar un consejo para coordinar los asuntos entre ellos.
Y en diciembre de 1971 anunciaron que se unirían para formar un nuevo país: Emiratos Árabes Unidos, una confederación de reinos semiautónomos.
Poco después se le uniría otro emirato, Ras al Khaimah, para dar forma al actual mapa de la nación del Golfo.
El entonces emir de Abu Dabi, Zayed bin Sultan al-Nahyan (el padre de Jalifa y Mohamed) fue elegido su primer presidente y, gracias al petróleo descubierto poco antes, comenzó un extravagante proceso de crecimiento económico, poblacional y de riqueza interna.
El crecimiento
Fue un proceso similar al que siguieron las otras monarquías musulmanas suníes del Golfo Pérsico (Arabia Saudita, Omán, Qatar, Baréin y Kuwait).
En su libro»De reinos del desiertos a poderes globales. El ascenso de los estados del Golfo», el historiador Rory Miller asegura que el éxito económico inesperado de estos países se debió fundamentalmente a un proceso basado en su capacidad para redistribuir los ingresos del petróleo entre varios grupos de interés y transformar los excedentes restantes en activos valiosos, como bienes raíces, arte y acciones.
Entre el resto de naciones del Golfo, EAU logró ubicarse en poco tiempo entre los más ricos y con mayor desarrollo per cápita.
No todos los emiratos tenían iguales cantidades de petróleo y esto marcó también el desarrollo de la nueva nación: Abu Dabi y Dubái se volvieron rápidamente columnas vertebrales del crecimiento económico nacional.
Al estar emiratos semiautónonomos, la capacidad de reinventarse la económica y las propuestas de desarrollo también diversificó el panorama financiero: algunos emiratos comenzaron a apostar también por el turismo y otros crearon estrategias para atraer capitales extranjeros.
Fue así como se creó en 1985 en Dubái la zona franca de Jebel Ali, que casi 40 años después sigue siendo la más grande del mundo.
Las zonas francas se fueron multiplicando: actualmente, tiene más de 30 y las tácticas para atraer inversiones foráneas también se hicieron cada vez más frecuentes e iban desde beneficios para descontar impuestos, beneficios aduaneros hasta incentivos y amplias flexibilidades para propietarios extranjeros.
Para los emiratíes, fue la visión del padre fundador del Estado, Zayed bin Sultan al-Nahyan, la que logró ubicar a su país en el mapa global para finales del siglo XX, pero muy pocos dudan que la visión para el nuevo siglo la trajo el jeque Jalifa y su medio hermano.
El nuevo siglo
Uno de los primeros desafíos del nuevo -y solo segundo- presidente de Emiratos Árabes fue la crisis económica que golpeó al mundo en 2008 y que impactó profundamente a Dubái como uno de los centros financieros del orbe.
El jeque decidió inyectar miles de millones de dólares en fondos de rescate de emergencia al emirato, lo que conllevo a que la torre más alta del mundo, que planeaba llamarse inicialmente Burj Dubái, pasó a llamarse Burj Jalifa en su inauguración oficial en enero de 2010.
El líder también usó la riqueza petrolera para atraer centros culturales y académicos al país árabe y, también, para promover la imagen de su nación en el exterior.
El dinero emiratí, tanto privado como del gobierno, se ha invertido en grandes compañías, bienes raíces de primer nivel, instituciones financieras, marcas de lujo e incluso clubes del fútbol (como el Manchester City).
También han financiado la construcción de algunos de los edificios más costosos construidos en los últimos años en Occidente.
El jeque Jalifa trató de reorientar la dependencia económica del petróleo al promover inversiones en investigación de energías renovables.
Aunque han ampliado sus inversiones en petróleo y gas natural para la exportación, EAU anunció el año pasado una meta de emisiones netas cero para 2050, mientras continúa el desarrollo de Masdar, una ciudad futurista en el desierto con bajas emisiones de carbono.
Los críticos del gobierno han señalado que el desarrollo que les trajo el petróleo no logró traducirse en una sociedad abierta y plural, donde se respetan los derechos humanos.
EAU ha sido señalado por numerosas organizaciones internacionales de tener una sociedad profundamente restrictiva, donde no existe libertad de prensa ni de asociación y los críticos del sistema son encarcelados y, en ocasiones, ejecutados.
En su reporte de 2021, Amnistía señaló que el gobierno emiratí «siguió cometiendo graves violaciones de derechos humanos, incluidas detenciones arbitrarias, trato cruel e inhumano de los detenidos, supresión de la libertad de expresión y violación del derecho a la privacidad».
Aunque es el país con uno de los mayores ingresos per cápita del Medio Oriente, se estima que entre 20.000 y 100.000 personas nacidas allí son consideradas apátridas, por los que se les priva del acceso a los derechos cubiertos para ciudadanos emiratíes, como atención médica integral, vivienda, educación o empleos en el sector público.
Papel global
Tal vez uno de las muestras más notables de la influencia que ha ganado EAU a nivel global estuvo en las reacciones tras la muerte del jeque Jalifa, incluso en países distantes en el espectro político.
Mientras Estados Unidos envió a la vicepresidenta Kamala Harris para los funerales, otros, como Cuba, llegaron incluso a decretar duelo oficial.
Y es que los tres líderes que han gobernado la nación árabe han puesto también todos sus esfuerzos en dar voz a su país en el discurso global, incluso cuando esto supusiera hacerlo a través de uno de los métodos más antiguos: el dinero y la guerra.
La Autoridad de Inversiones de Abu Dabi es actualmente uno de los fondos soberanos de riqueza más grandes del mundo, con cerca de US$700.000 millones en activos, según estimaciones del Sovereign Wealth Fund Institute.
Y desde que estaba en las sombras hasta que llegó al poder tras la muerte de su hermano,Mohamed bin Zayed bin Sultan Al Nahayan ha sido visto como uno de los líderes árabes que con mayor fuerza ha tratado de llevar la influencia de su país a los rincones más remotos del orbe.
Ha sido un proceso creciente de expansionismo político, económico y militar.
Emiratos Árabes Unidos fue el primer estado árabe moderno en enviar sus tropas a Europa. Lo hizo en 1999 en Kosovo, en apoyo a la OTAN.
Era solo el primer ejercicio de una creciente muestra de ambiciones geopolíticas que se extendieron a otras regiones.
Luego vino Afganistán: fuerzas emiratíes comenzaron a operar allí otra vez junto a la OTAN, luego apoyaron los esfuerzos para aplastar a los Hermanos Musulmanes en Egipto y en 2011, enviaron sus aviones de combate a la misión contra Muammar Gaddafi en Libia, un país en el que han seguido militarmente activos.
Pocos años después, se unirían también a los ataques aéreos dirigidos por Estados Unidos contra Estado Islámico en Siria y se envolvió en una costosa lucha estratégica con Turquía por influencia que ha alcanzado incluso a Somalia, Sudán, Yibuti y Somalilandia.
En una de las páginas más controvertidas, Mohammed bin Zayed al-Nahyan decidió también unirse a la guerra liderada por Arabia Saudita en Yemen, enviar fuerzas a Bahréin o encabezar un embargo contra Qatar, su otro vecino del Golfo Pérsico.
Pero ha sido la guerra en Yemen, un país llevado al colapso humanitario, la intervención armada que más críticas internacionales ha provocado contra Emiratos Árabes.
Sus tropas allí no solo han sido acusadas de numerosas violaciones de derechos humanos, sino también de asociación con milicias locales vinculadas a al-Qaeda.
Ahora también son aliados de Grecia y Chipre, y trabajan junto a Israel y Egipto en el Mediterráneo oriental para contrarrestar los reclamos marítimos y energéticos de Turquía.
Un poder inmenso para un país que hace 50 años era un puñado de reinos tribales.