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Cuerpo Mente
Mary Shelley creó uno de los grandes mitos del terror, el monstruo de Frankenstein. El miedo es poderoso y puede bloquearnos. Aunque también hay estrategias para vencerlo y ganar nosotros ese poder.
Mary Shelley (1791-1851) es una de las escritoras más infravaloradas pese a que también es una de las más conocidas. Una única obra, Frankenstein o el moderno Prometeo, escrita con apenas veinte años, ha bastado para que pasara a la historia.
Como pasa en la propia novela, el monstruo se come al autor. Frankenstein es el médico creador del monstruo. El monstruo no tiene nombre, pero ya todos lo llamamos así. La genialidad creadora de Shelley sucumbió al éxito de esta primera obra, que tuvo que publicar inicialmente de forma anónima por los prejuicios hacia las mujeres.
“Ten cuidado, porque no tengo miedo y eso me hace poderoso”. La dice para amedrentar a su creador, el doctor Frankenstein. Porque, efectivamente, el miedo paraliza y no tenerlo nos hace osados y fuertes. Y él lo ha perdido todo (amor, compañía, esperanza) y ya nada teme, ni el dolor, ni el rechazo ni la muerte.
Un pensamiento profundo que vale la pena analizar porque, como dice el experto en crecimiento personal Francesc Miralles, al miedo se le puede dar la vuelta para sacarle a la vida todo su jugo, pero hay que saber cómo hacerlo.
Cuáles son nuestros miedos
El miedo no es una barrera infranqueable pese a que algunos de esos miedos te parezcan ahora inamovibles. Verás que no lo son tanto. El propio monstruo de Frankenstein nos sirve muy bien para ejemplificar esto. Cuando salió la novela, horrorizó a las gentes de su generación. Hoy este cuento gótico puede atraer, pero no asustar.

Ocurre lo mismo con sus traslaciones al cine. En 1931, Boris Karloff caracterizado del monstruo pudo dar miedo. Casi cien años después, los niños juegan con este disfraz, convertido en un cliché. Ya no asusta a nadie e incluso las tuercas en la cabeza nos pueden parecer ridículas. Eso de lo que temes hoy, puede ser motivo de risa mañana.
Pongamos el ejemplo del temor más habitual y en apariencia insuperable: la muerte. Por supuesto que la gente joven la teme. Es un misterio sin retorno que te arrebata las ganas de vivir. Es normal que la temas.
Sin embargo, si preguntas a los más mayores, hay un porcentaje muy alto que te dirán que ya no temen a la muerte e incluso la esperan. Porque se han cansado de vivir o porque el tiempo les ha hecho reflexionar que la muerte no es más que un paso natural e inevitable en el ciclo de la vida. No puedes hacer nada y acabas aceptándola pacíficamente y sin temor.
Un terror que puede paralizar
Por tanto, los miedos se pueden afrontar y combatir. Y en muchos casos es útil que lo hagamos. En algunos casos, no todos. El miedo es una emoción básica y universal que tenemos porque también nos ha sido muy útil en la evolución animal para sobrevivir. Gracias al miedo, no cometemos actos imprudentes que nos cuesten la vida. El miedo en este sentido es una herramienta de supervivencia.
En psicología y psiquiatría se describe como una respuesta consciente o inconsciente ante algo que anticipamos negativo, doloroso o amenazador. Cuando el miedo se vuelve excesivo, crónico o se desencadena sin una amenaza real, puede bloquearnos y perjudicar nuestra calidad de vida y toma de decisiones. Es en estos casos cuando hay que saber afrontarlo.
¿Por qué? Porque el miedo activa una serie de reacciones: atención puesta en el peligro, aumento del ritmo cardíaco, tensión muscular, pensamiento orientado a huir o paralizarse. Si esta activación se mantiene, el cerebro puede quedarse atascado en esa alerta. Entonces lo que debía protegernos se convierte en lo que nos impide avanzar.
Cuál es el origen de nuestro miedo
Ya hemos visto que los miedos cambian con el tiempo. Aquello que aterrorizaba a nuestros antepasados, ya no se perciben como amenazas reales para nosotros. La magia de la luz de una linterna abría asustado a los ciudadanos medievales. Nosotros la comprendemos.
Hay múltiples causas, que combinan valores culturales y psicológicos, que causan un miedo bloqueante. Pueden ser experiencias traumáticas pasadas (la película Tiburón y el miedo de toda una generación al mar es un buen ejemplo).
Otros orígenes del miedo son el entorno social (inseguridad ciudadana, pandemias, incertidumbre económica), las creencias negativas muy rígidas (no poder evitar decirse “no seré capaz” o “soy débil”) o incluso factores biológicos, hay personas con predisposición a la ansiedad.
Por último, está el miedo al propio miedo. Es un círculo vicioso y es a lo que de verdad hemos de temer, como dijo el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt.
Cómo hacer frente a los miedos
Hay estrategias que ha creado desde la psicología y la psiquiatría para hacer frente a eso miedos:
- El amor. Lo asegura Andrés Martín Asuero, pionero del mindfulness en España: “Lo que nos ayuda a conjurar el miedo es orientar la atención hacia los seres queridos”.
- Retarte para vencerlo. El escritor Francesc Miralles propone hacerle frente exponiéndote cada vez que puedas. Por ejemplo, si te da miedo hablar en público, toma la palabra. “La acción tomará el lugar del miedo y se deshinchará como un globo”, dice.
- Entender la causa concreta. Pregúntate: ¿qué es exactamente lo que temo? ¿Qué evidencia tengo de que ese miedo sea real? ¿Qué posibilidades hay de que pase lo que imagino?
- Apoyo social. Hablar con alguien de confianza (amigo, familiar, terapeuta). El miedo se aligera si lo compartimos.
De todas formas, no olvides, como no apuntaba la escritora Bisila Bokoko, que unos miedos nos frenan, pero otros vienen a guiarnos: “La valentía no es ausencia de miedo, en realidad es hacer las cosas con miedo.”
