Nietzsche nos plantea que en la vida no hay felicidad sin fatalidad. Lamentarse por las desgracias es, por tanto, una auténtica locura. Solo en los momentos complicados podemos encontrar la fuerza para ser felices.

News Press Service
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Nos da un miedo terrible sufrir. La idea de pasarlo mal, de sentir agobio, ansiedad, miedo, dolor o tristeza nos aterra. Tanto que muchas veces decidimos no arriesgarnos, quedarnos en la zona de confort, a cambio de no correr el riesgo de sufrir.
Pero el sufrimiento es inevitable. Es la otra cara de la moneda. No hay felicidad sin tristeza, no hay placer sin dolor. Nuestra propia anatomía cerebral está diseñada de esa manera.
De hecho, las áreas cerebrales que se activan durante la experiencia de placer y dolor están interconectadas, y en ocasiones involucran regiones similares.
Los circuitos neuronales que canalizan el placer y el dolor pueden bloquearse mutuamente y mostrar una compenetración estrecha, como si fueran extremos de una misma cuerda.
Sin que le hiciese falta conocer los mecanismos biológicos de nuestro cerebro, Nietzsche llegó a la misma conclusión analizando su vida. Así, en su famoso ‘Ecce Homo’, una de sus obras finales, el filósofo y observador declaró: “La felicidad de mi existencia, tal vez su carácter único, se debe a su fatalidad”
El punto en el que todo encaja
A nadie le gusta sufrir, pero sufrir es inevitable. Buena parte de la vida humana se configura en torno a esta doble afirmación. Intentamos evitar lo inevitable, y gastamos una inmensa cantidad de tiempo y energía en hacerlo.

La realidad, sin embargo, es que por más que huyamos del sufrimiento, este siempre acaba alcanzándolos. Buda los llamaba “los tres jinetes”. La muerte, la enfermedad y la vejez son inevitables. Siempre te alcanzan y te hacen sufrir.
Entonces, ¿por qué huimos del dolor? ¿Por qué rechazamos el sufrimiento? Quizá porque no hemos entendido, como lo hizo Nietzsche, que sufrir no solo no es tan terrible como imaginamos, sino que podría ser la verdadera fuente de la sabiduría.
El sufrimiento nos hace sabios
La vida de Nietzsche estuvo llena de sufrimiento. Desde joven sufrió fuertes migrañas y episodios de visión borrosa, así lo cuenta en el capítulo de ‘Ecce Homo’ que titula: ‘Por qué soy yo tan sabio’.
“Para captar los signos de elevación y decadencia poseo yo un olfato más fino que el que hombre alguno haya tenido. Conozco ambas cosas, soy ambas cosas”, escribe en el mismo capítulo.
Y es que, como narra el filósofo, fue durante uno de los episodios más intensos de su enfermedad, en 1879, cuando tras abandonar su cátedra en Basilea escribe dos de sus más grandes obras.
La primera, ‘El caminante y su sombra’, “Indudablemente, yo entendía entonces de sombras”, alude. La segunda, ‘Aurora’, “la perfecta luminosidad y la jovialidad”.
Su enfermedad, revela Nietzsche, el dolor constante y el terror a perder la vista, no lo hizo más débil. No lo alejó de su potencial.

En ‘Ecce Homo’, Nietzsche se define como un hombre profundamente saludable, capaz de sanarse a sí mismo por medio de la filosofía.
Al contrario, lo convirtió en un sabio. “Poseía yo una claridad dialéctica par excellence y meditaba con gran sangre fría sobre cosas a propósito de las cuales no soy, en mejores condiciones de salud, bastante escalador, bastante refinado, bastante frío”, llega afirmar en el libro, a cerca de una de sus crisis más dolorosas.
El arte de comprender
El planteamiento de Nietzsche es tan sencillo que podríamos sintetizarlo en una sola frase, una que muchos desconocen que procede del filósofo alemán: “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.
La enfermedad de Nietzsche mermó sus fuerzas físicas, pero con sabiduría, él convirtió aquel abismo en oportunidad. “Los años de mi vitalidad más baja fueron los años en los que dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y el desaliento”, asegura, por ejemplo, el pensador.
En un momento de profunda decadencia, como él lo determina, encontró la fuerza para pelear contra uno de los grandes limitantes del hombre: el pesimismo.
Y es que en ocasiones es el recuerdo de que las cosas pueden ir mal, el sufrimiento al que tanto tememos, el que nos permite pasar por alto las trivialidades y aferrarnos a lo verdaderamente importante.
La clave para conseguir que el sufrimiento nos fortalezca, y no nos derribe, consideraba Nietzsche, se encuentra en la actitud con la que nos enfrentamos a él.

Una actitud estoica
Quien ante un dolor (de la mente, del cuerpo o del alma) se derrumba, está enfermo por dentro, diría Nietzsche. Y es que él, que se consideraba experto en la decadencia, también afirmaba ser justo lo contrario: un hombre que se sanó a sí mismo.
¿Cómo? Por medio de la virtud, como dirían los estoicos. Una palabra que Nietzsche, desde luego, no usaba al azar. De hecho, él ni siquiera habla de virtud en su ‘Ecce Homo’, puesto que se consideraba “más sátiro que santo”.
Sin embargo, a la hora de afrontar el sufrimiento y la enfermedad se consideraba radicalmente saludable, porque jamás elegía para sí mismo ni para quienes les rodeaban aquello que no consideraba bueno.
Así describe Nietzsche al hombre saludable —al que sin duda los estoicos llamarían virtuoso—:
“A él le gusta solo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata, lo hace más fuerte. Instintivamente, forma su síntesis con todo lo que ve, oye, vive: es un principio de selección, deja caer al suelo muchas cosas.
Se encuentra siempre en su compañía, se relacione con libros, con hombres o con paisajes, él honra elegir, al admitir, al confiar. Reacciona con lentitud a toda especie de estímulos, con aquella lentitud que una larga cautela y un orgullo querido le han inculcado, examina el estímulo que se acerca, está lejos de salir a su encuentro.
No cree ni en la desgracia ni en la culpa, liquida los asuntos pendientes consigo mismo, con los demás, sabe olvidar. Es bastante fuerte para que todo tenga que ocurrir de la mejor manera para él.”
Lo que no te mata, te hace más fuerte
Con este breve discurso con el que, confiesa el filósofo, se está describiendo así mismo, Nietzsche nos deja la fórmula de la sabiduría. Una que permite convertir la fatalidad inevitable en la más grandiosa de las oportunidades.
Para seguir sus pasos, debemos:
- Controlar el deseo. El deseo es enemigo de la felicidad, nos dirían los estoicos. Nietzsche es algo más flexible al respecto, pero nos asegura que el hombre “saludable” es capaz de postergar el placer cuando rebasa la medida de lo saludable.
- Ver el fracaso como oportunidad. Nietzsche nos adelantaba lo que, en la actualidad, los expertos en la ciencia de la felicidad proclaman. Y es que de las adversidades siempre podemos sacar oportunidades. La resiliencia es el mayor predictor de felicidad del ser humano.
- Seleccionar con que te quedas. El pensamiento crítico era esencial para Nietzsche, que nos adelante que su virtud tiene que ver con un refinado proceso de selección. Aquello que sirve, se queda. Lo que no, se deshecha.
- Abrazar la soledad. Para Nietzsche la soledad no es un problema, no cuando uno sabe convertirse en su propia compañía. Es otro de los principios esenciales de su “hombre saludable”.
- Reaccionar con lentitud. El filósofo alemán sabía que las prisas eran malas compañeras para la reflexión, por lo que aconsejaba reaccionar siempre con calma ante los estímulos.
- Aceptar el destino. Para acabar, el alemán introduce sutilmente su ‘amor fati’, asegurando que este hombre recto es bastante fuerte para todo lo que le tenga que ocurrir, porque sin duda, si así sucede, es porque así debía suceder. Lejos de la queja y la costumbre de lanzar culpas, Nietzsche nos invita a responsabilizarnos de nuestro propio destino y abrazarlo. Porque, “lo que no te mata, te hace más fuerte”.
