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El Tiempo
Pasadas las 10 de la mañana de un día
cualquiera entre semana apenas comienza a tomar impulso el ritmo comercial. En
varios de los locales dedicados a la papelería y al cuidado del cabello, al
igual que cafeterías y restaurantes, ya llevan horas de vuelo en la atención de
sus clientes, algunos fieles, pero la mayoría ocasionales, que llegan para
tomar algo huyéndole al frío y la lluvia, habitual en Bogotá.
Han quedado atrás esas aglomeraciones de
comerciantes, incluidos turcos y libaneses, que con sus telas importadas de
Europa y China, imponían la moda de la aristocracia bogotana cuando recién se
construyó y se inauguró esta edificación a finales del siglo XIX
El pasaje Hernández fue la gran construcción de ese momento y es considerado el primer centro comercial de la ciudad. Su largo pasillo ha sido escenario de películas, tertulias filosóficas y el lugar donde la élite colombiana compraba las más finas ropas.
De los numerosos locales que comerciaban telas importadas ya no queda nada. Y los reconocidos sastres que hacían sus confecciones al gusto y medida del comprador tampoco hay vestigios. Solo un pequeño espacio en el segundo piso, con sus costureras, se mantiene vivo ante el transcurrir de los años.
Con una moderna arquitectura de estilo francés republicano, esta pequeña construcción marcó el rumbo de varios cambios sociales de una ciudad que comenzaba a vivir los vientos del capitalismo para dejar lentamente el rasgo colonial y la influencia por la que atravesó la antigua Santa Fe de años atrás.
Un encanto que nunca se pierde
Cuando ya comienza a asomarse el mediodía, por los viejos pasadizos con piso de cemento y algunas baldosas de colores que conservan el enigma y el encanto de la época, el aroma de las viandas que se preparan, se confunden con los del café, buñuelos, empanadas, pandeyucas, almojábanas y tamales que se venden en las cafeterías que atienden a sus clientes a lo largo de la galería del primer piso.
También se ven cacharrerías, ventas de utensilios de cocina, cosméticos y locales de comunicaciones, recargas de telefonía móvil, cabinas de internet, asesorías jurídicas y contables y hasta envío de giros y mensajería.
Pese a que aún conserva el encanto arquitectónico, muy modernista en su momento, esta joya de la vieja Bogotá ha quedado casi escondida y tapada por las nuevas edificaciones que se han levantado en sus alrededores. Sin embargo, se resiste a perder su brillo.
Recién inaugurado, el pasaje contaba con cigarrerías, ventas de licores importados y locales especializados en ventas de predios en la sabana. También las oficinas eran ocupadas por personas especializadas en el oficio de agentes de viajes, comerciantes y abogados. En la galería también se ubicaba a reconocidos sastres y las personas que recorrían el novedoso trayecto peatonal, tal como sucedía en la París de 1850, acudían a comprar elegantes prendas importadas de reconocidas marcas de la capital francesa, Milán o Londres, o mandaban a confeccionarlas, por ejemplo, en la legendaria sastrería de Andrés Luna, que aparece en la guía comercial de la ciudad de 1893, pionera en este tipo de comercio en Bogotá.
En la segunda planta hay unas oficinas de asesorías jurídicas, dos locales de artesanías, otros dos de confecciones y la administración, además de otros espacios cerrados. En algunos tramos del piso que bordean los locales, la madera cruje por la humedad y el envejecimiento y de inmediato llega la imagen de algún viejo recuerdo, como cuando las damas de la sociedad salían dichosas y desfilaban por los listones tras adquirir una costosa y exclusiva prenda de vestir.
Los colores turquesa y crema no se desvanecen
Sus muros de color turquesa y crema, y
las marquesinas transparentes que hacen las veces de techo a lo largo del
pasillo peatonal, se mantienen firmes, luego de varias refacciones, aunque
contrastan con el edificio Hernández, construido 20 años después.
Una de las estructuras más llamativas son sus pasamanos o barandillas de latón
cromado curvo y cobrizo de las escaleras y balcones. También sobreviven unos pequeños faroles
de la época, detalles que le daban un toque de resplandor al lugar. Las puertas son de
madera y mantienen el sello original del instante en el que fue inaugurado.
Hay varias versiones sobre su origen. Archivos de prensa dicen que el pasaje fue mandado a construir en 1893 por Luis G. Rivas, quien fue uno de los célebres filántropos presentes en la ciudad de cambio de siglo, según constata en documentos del archivo de Bogotá. Aunque otra fuente periodística indica que el pasaje Rivas fue ideado y diseñado por José María Rivas Groot, amigo cercano del arquitecto Gastón Lelarge, y su diseño fue inspirado para que los comerciantes de mercancías de lujo pudieran ofrecer sus productos.
“El pasaje Hernández mantiene sus colores originales en sus muros y paredes. Sus constructores le quisieron dar un aire moderno y parisino al lugar. Está situado en la manzana ubicada entre las carreras 8 y 9 y las calles 12 y 13, o como se identificaba antes, entre la carrera del Florián, hoy carrera 8 y la calle de San Andrés, calle 12, muy cerca de la parroquia de San Pablo, diagonal a la plaza de Bolívar. Su principal referencia era el convento de Santo Domingo, hoy el edificio Murillo Toro, sede del Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones –Mintic-. A finales del siglo XIX Bogotá era una ciudad de poco más de 100.000 habitantes, pero quería verse como las grandes urbes de Europa.
Por ello, un grupo de arquitectos liderados por Juan Ballesteros, Arturo Jaramillo y Gastón Lelarge diseñaron lo que en ese momento fue el fastuoso pasaje Hernández, en el barrio La Catedral.
Fue una edificación de dos pisos con 17 locales cada uno. En la planta de arriba se montaron oficinas de ingenieros, abogados y médicos y algunas sastrerías, mientras que en la primera planta se adecuaron cigarrerías, almacenes y zapaterías”, relata con detalle Alfredo Barón, historiador del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá.
El centro de la moda y el glamour
El experto agrega que “la construcción de pasajes, no solo el Hernández, sino también el pasaje Rivas, el pasaje colonial, Paul y pasaje Mercedes y Gómez, se convirtieron en galerías que transformaron las manzanas, otorgaron seguridad y ofrecieron espacios de paseo, lugares de encuentro y consumo, recreación y entretenimiento. Eso ayudó a transformar la ciudad y le dio un encanto europeo ya que dichos pasajes, se convirtieron en sitios de reuniones y epicentros de comercio de mercancías y servicios.
Sin duda, el pasaje Hernández fue el que
más destello tuvo por el sitio donde se levantó y las personalidades que lo
visitaban, que acudían a realizar sus compras en telas y luego mandaban a
confeccionar sus prendas, era el centro de la moda y el glamour”.
Barón especifica que el edificio Hernández, construido en la parte occidental
del pasaje Hernández, fue inaugurado en 1918 (23 de febrero), de acuerdo con
una publicación de EL TIEMPO.
“El edificio, con su elegancia, comodidad y lujo, fue un símbolo de la llegada del progreso a la ciudad, y fue el mejor complemento a la galería. De esta manera, la aparición de esta construcción no solo renovó el pasaje Hernández, sino que significó, por su arquitectura y el empuje comercial, un importante impacto de modernidad en la sociedad bogotana”, puntualiza el historiador.
En sus primeros diez años de inaugurado pasaron varios tipos de negocios, pero uno de los más reconocidos fue la Agencia Lubin de París, especializada en viajes y turismo por Europa, fundada en 1874. En la edición de EL TIEMPO, del 9 de enero de 1928, aparece en una pequeña publicidad que está situada en la oficina número 1 del pasaje Hernández y destaca que es “la única en Colombia bajo el alto apoyo de la legación de Francia”: “La inscripción para nuestro gran viaje de turismo primaveral se cerrará el 24 de febrero. El embarque en Puerto Colombia tendrá lugar el 24 de marzo”, se lee en la descripción hallada en los archivos de la Hemeroteca Nacional.
José de Jesús Hernández fue el propietario del pasaje y del edificio contiguo, según relata una cartilla del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, en la cual cuenta que “por efecto de la subdivisión de la manzana adquirió por compra a un señor de apellido Shools”, de origen inglés.
Un pasaje con muchas cicatrices
Ahora son otros tiempos y ese vetusto
espacio que sirvió de encuentro de comerciantes, clientes y personalidades de
la época, se resiste a caer, aunque sí es evidente que el paso del tiempo y
unas deficientes intervenciones ha dejado visibles e imborrables cicatrices en
sus estructuras.
Don Guillermo Ruiz ya no madruga, va a su ritmo, sin afanes, pero eso sí con la disciplina, el cumplimiento y la astucia para los negocios que heredó de su padre. Con elegancia en su vestir, una fina corbata que le da un tinte adicional de distinción, la desbordante pasión que siente por su oficio y la fluidez de palabra que identifica a los buenos vendedores, este gentil bogotano es de los pocos que han sobrevivido a los grandes cambios que ha sufrido el viejo centro comercial, identificado en su fachada sur con la nomenclatura de la calle 12 No. 8-62 y en cuyo eslogan se lee “Almacenes del Pasaje Hernández, mercancías en general.
El comerciante, uno de los personajes que ha vivido el día a día desde casi los últimos 50 años del histórico lugar, declarado patrimonio nacional en 1993, también salió airoso a los coletazos que dejó la pandemia del covid-19, que aún no termina. Otros dueños o administradores de locales no contaron con esa misma fortuna y tuvieron que cerrar ante las enormes pérdidas. “Todo eso se lo llevó la pandemia”, admite en todo conmovedor el hombre de figura erguida.
El tiempo parece por momentos haberse suspendido en el pequeño local en el cual se destaca su enorme vitrina y la ropa y accesorios exhibidos. Atrás quedaron los cajones de madera en los que guardaban las prendas, como se solía conservar hace décadas.
“Mire, este lugar es mágico. Este local ha tenido varios procesos. En su momento fue tertuliadero, se hablaba de filosofía, política y actualidad. También hubo
“Mire, este lugar es mágico. Este local
–Almacén Ruizal- ha tenido varios procesos. En su momento fue tertuliadero, se
hablaba de filosofía, política y actualidad. También hubo espacio para la
cultura, fue sitio de denuncias y hasta consejería espiritual, a la vez de
almacén especializado en ropa y artículos para hombre. Se ha vivido todo eso,
tras el paso de décadas. Aquí seguimos trabajando con el ánimo y la pasión de
toda la vida”, recuerda Ruiz, quien se enorgullece de haber creado lo que él
denominó la Revolución Cultural Clamor del Pueblo, que como su nombre lo
indica, fue un espacio dedicado a la cultura, la lectura de cuentos y poemas y
la cual siempre se identificó por luchar por la justicia social.
“No me
gusta dar consejos. Por acá, en ocasiones, se juega ajedrez, aunque yo no
juego, muevo las piezas, que es diferente”, dice entre risas.
Algunos me vienen a pedir consejos sobre política, religión, costumbres, en
fin.
Yo solo les digo lo que pienso y ya cada uno saca sus propias conclusiones”, aclara quien ha vivido en carne propia la transformación que ha tenido el pasaje Hernández a lo largo de los años y gobiernos.
‘Corrientazos’, turistas y algo más
Entre charla y charla llega también de la memoria que en 1996, después de haber sido declarado Monumento Nacional mediante decreto del Ministerio de Educación Nacional No. 1895 del 22 de septiembre de 1993, el pasaje Hernández presentó la principal intervención, en la cual se remplazó la marquesina de vidrio original, se unificaron los colores de las puertas, ventanas y muros y se adecuaron los pisos y las barandas del segundo piso.
Por esa época también se derrumbó el arco donde estaba la imagen de Sor Teresa del Niño Jesús debido a su pésimo estado. Era algo muy representativo, pero no hubo poder humano para mantener en pie dicho arco. En el año 2000 también el lugar tuvo una importante intervención para preservar los detalles del espacio.
El tiempo transcurre y después del mediodía los pasillos del pasaje comienzan a tener más movimiento gracias a decenas de oficinistas que salen en busca de ‘corrientazos’ o almuerzos a la carta. Hay para todos los gustos y bolsillos.
El sitio parece tener un segundo aire de vida, gracias a las decenas de comensales que llenan los restaurantes, unos muy normales y otros para paladares más exigentes.
También el guía deja espacio para guardar esos instantes en sus cámaras y modernos celulares. “Ellos ven lo que muchos de nosotros no vemos o no prestamos atención”, dice el líder de la caminata antes de seguir con su charla en idioma inglés.
Un café patriótico
Al comenzar la tarde llega un letargo, apenas para un café, ya no de las inmensas grecas que se hicieron memorables en la ciudad. Se consigue un buen cerrero, o con azúcar, que se prepara de las modernas máquinas italianas y se consigue a un buen precio.
Yuleisi Contreras, joven mesera que trabaja en una de las cafeterías, aprovecha también para ofrecer arepas rellenas, buñuelos, pasteles y empanadas.
¿La quiere con jugo natural, gaseosa, tinto o perico?-, pregunta la chica cuyo acento maracucho la delata. Ella es de las primeras que llega al pasaje para hacer los quehaceres del local.
“No llevo mucho tiempo acá, pero me agrada el lugar. Se mueve mucho, especialmente hasta pasado el mediodía. La gente es amable y llega mucho turista. Me cuentan que esto es un pequeño lugar que tiene muchos recuerdos de la Bogotá de antaño. Me dieron la oportunidad de trabajar y me gano mis ‘reales’ (centavos) para vivir en esta ciudad, luego de dejar a mi país por problemas económicos. Hoy estamos acá, mañana no sabemos”, dice con madurez la trigueña y ojiverde de unos veinte y tantos años.
Un pasaje de película
Y entre miles y miles de recuerdos, entre datos añejos de la administración y archivos de la prensa nacional también aparece el aviso “Liquidación de sombreros”, en EL TIEMPO, del primero de agosto de 1959: Faraco Hermanos, Ltda, un almacén de ropa en la esquina del pasaje Hernández.
Tal ha sido la importancia del pasaje Hernández que también fue lugar de grabación de algunas escenas de la película ‘Raíces de Piedra’, que se estrenó en 1963 y fue dirigida por el director español José María Arzuaga. Trata sobre la problemática social de los fabricantes de ladrillos que habitaban en barrios deprimidos al sur de Bogotá. Ganó el India Catalina en el 4° Festival Internacional de Cine de Cartagena en 1963. El proyecto se inició como un documental, pero evolucionó hasta convertirse en un largometraje argumental. Algunas de sus impactantes escenas fueron censuradas por la Junta de Censura que existía en la época alegando “distorsión malintencionada de la realidad nacional”.
Ventas
El comercio del pasaje comienza a bajar persianas desde las 5 de la tarde. A esa hora ya se ven los pasillos desocupados y como dicen los comerciantes “lo que se hizo, se hizo”. Los locales poco a poco cierran sus puertas, la jornada llega a su final después de los vaivenes de las ventas.
Se viene la noche y ya mirando con detalle se divisan los bruscos cambios de estilos e intervenciones no muy afortunadas del lugar, en los cuales se han perdido muchas partes originales de la construcción. Su forma se ha desfigurado en parte, pero su magia, su esencia, siguen intactas.
Don Guillermo ya se fue a su ritmo, sin afanes, como suele decir. Descansará en su casa y mañana nuevamente estará dispuesto a ofrecer con su maravilloso poder de convencimiento lo selecto de su mercancía. Sabe y es consciente de que el pasaje Hernández ya no es lo mismo, pero es donde trabaja y ese oficio de vendedor lo hace feliz. Su sonrisa también hace parte de ese enorme inventario, de la riqueza histórica del que fuera el primer centro comercial de Bogotá.
Yuleisi tampoco está, pero ya se prepara para ofrecer al día siguiente su surtido de comidas rápidas de la cafetería en la que trabaja y el guía regresará la siguiente jornada con una veintena de turistas europeos que ven lo que nosotros no vemos. La joya arquitectónica luce opaca, pero aún tiene un brillo natural que la destaca. La vida del pasaje Hernández continúa palpitando.
JAVIER ARANA