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Por Elías Prieto Rojas
Qué sé yo de la vida, si desde mi nacimiento he visto demasiadas cosas que todavía no comprendo; qué sé yo de la muerte, si ella, ni nadie, da explicaciones de su prisa por desaparecer a la especie humana; qué sé yo del mar, si apenas. y por algunas horas, he disfrutado de sus olas, aunque sigo perplejo por su inmensidad; qué sé yo del tiempo, si trato de hacer que se detenga, y este incógnito viajero, en medio de su eterno vaivén, permanece, y despiadado, mantiene su curso inexorable; qué sé yo del silencio, si encontré a un orador de improviso arengando a una multitud de sordos y con sus coloquiales frases a todos convenció. Qué sé yo de la felicidad, si he visto a montones –perdón por la exageración- de millonarios apuntando QUE no sea la sien con su mejor pistola. Qué sé yo de la tristeza, si he visto a millones de pobres deambular por la vida ofrendando su desgracia, y con su testimonio, ciudadanos relevantes desean seguirlos para combatir al espléndido capitalismo, o sea, ese sistema nefasto llamado “una realidad apabullante”. Qué se yo de política, si los candidatos llegan e ilusionan y luego desaparecen… En una montaña de nieve todo negro es un blanco perfecto. Nada es gratuito; todo tiene su precio; cada cual debe conformarse –escuchen capitalistas- con sus precarios salarios porfiando todos los días sólo en trabajar para llevar el pan a su casa, como si fuera mucho, y no importando que los precios estén por las nubes, puesto que, y como dijeran los publicistas: “todo héroe tiene derecho a su Pilsen”. Así pues, vengan todos a disfrutar de una cerveza, porque ese lúpulo bendito es el único regalo tangible, aunque artificial, pero que hace soñar, y también mata, y produce estropicios en el planeta; y acérquense a platicar un poco sobre el amor y la traición, y nunca dejen a sus vecinos solos porque ellos arman su propia rumba, mientras usted, dejando a su familia, y a salvo, en medio del jolgorio, y confiado, intentará escaparse para rociarle agua a sus helechos; y no vayan a las plazas, ni a las tiendas, pidan domicilios de espinacas, y obedezcan a Popeye como el único que da ejemplo fortaleciendo su esqueleto. Parece que ha muerto el Salvador. Pero yo sé que está vivo porque siento su presencia –y es la única esperanza- a cada instante, como ahora que me voy a dormir, a pesar de no haber comido nada; así es mejor para soñar en colores… Entre la oscuridad un algoritmo me somete con sus notificaciones y alguna desconocida inteligencia artificial infoxicada me repite a diario que una bomba explotará en cualquier lugar; y es necesario creerles a los medios de comunicación, porque ellos aseguran –fuentes de alta credibilidad- que en todo el mundo los reactores nucleares enriquecidos de uranio seguirán intactos y libres de cualquier manipulación. Al menos, parece ser, que los “estadistas” están cansados de oprimir botones buscando una sociedad más justa, como la corrupción que en Colombia indica que “todo va, pero muy, muy bien” … Buenas noches, qué sueñen con los angelitos…
Marzo 7 de 2022.