
News Press Service
CUERPOMENTE

El actor Robert Redford, que falleció el pasado 16 de septiembre, nos dejó un gran legado de sabiduría, además de su amplia filmografía. Entre sus grandes lecciones de vida, esta es quizá la que más marcó su vida. Abrazar las partes oscuras de su vida para no convertirse en una sombra de sí mismo.
Es difícil comprender a una figura como la de Robert Redford sin profundizar en su historia. El actor, que nos ha dejado a sus 89 años, no se parece al modelo de Hollywood al que estamos acostumbrados. La suya fue una vida de luces y sombras. ¿Su mayor pesadilla? Convertirse en una especie de Gatsby, personaje al que dio vida al comienzo de su carrera, en 1974.
Este hombre, que nos ha dado momentos tan icónicos, que ha dado vida a personajes inolvidables, vivió cada día de su vida sin negar la tristeza. Sin negar la oscuridad.
Quizá porque la conocía de cerca. Quizá porque solo con ella podía ser el sujeto completo, el total que le impediría convertirse en un juguete de Hollywood. O quizá porque abrazar cada emoción, desde las más positivas hasta las más oscuras, es lo que lo convirtió en el gran actor en el que llegó a convertirse.
En el mundo del cine, Robert Redford contaba con una ventaja aplastante: nació en Los Ángeles. Esta ciudad, en la que la gente vive, pero rara vez nace, no podía impresionarlo como sucede a otras estrellas. “No es que yo hubiera nacido en un pueblo de Ohio [como Paul Newman] donde Hollywood era el santo grial. Simplemente, nunca lo fue para mí”, confesaba el actor en una entrevista para The Guardian.

Hijo de lecheros, su infancia no fue sencilla. Nació en 1937, “en esa transición entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, de una época oscura a otra”, explica.
Su padre era “muy conservador, duro, anticuado”, pero políticamente liberal. Su madre falleció joven, a los 40. Él tan solo tenía 18 años.
Su vida no fue sencilla, y quizá por eso lo primero que hizo al saltar a la fama fue redactar una lista de peligros. Así de oscura era su visión del mundo. “Número 1”, enumera en su entrevista, “al principio te tratarán como un objeto. Pero no saben quién eres.
Solo conocen la imagen que aparece en la pantalla”. No podemos evitar pensar en Gatsby, en ese personaje brillante que esconde un matiz oscuro. Fue uno de sus primeros papeles en la gran pantalla.
“Número 2”, continua, “si no tienes cuidado, empezarás a actuar como un objeto. Y entonces, llega el tercero y último peligro, el de la muerte. Te conviertes en ese objeto”.
Para Robert Redford el auténtico peligro de Hollywood era, como le sucede a Gatsby en la obra de Fitzgerald, convertirse en el personaje. Borrarse. Destruirse. “Cuando tuve éxito, puse una advertencia”, explica en la entrevista, “no me parecía justo que la sombra de ese éxito recayera sobre mi familia. Y tenía cuidado de no dejarme llevar por cosas que pudieran destruirme”.
Quizá por haber nacido en aquella ciudad deslumbrante, quizá por vivir entre dos épocas oscuras, la relación de Redford con la fama no se parece a nada de lo que podamos imaginar.

Cabría pensar que quien alcanza el éxito se enorgullece, presume de él. Permite que su ego abrace la fama y se recrea en ella. Al actor, la fama lo aterrorizaba.
¿Cómo sobrevivir, entonces, al personaje? ¿Cómo impedir que el ego domine todo? Para Redford la respuesta se componía de dos palabras: tristeza y soledad.
Cuando el director gritaba “corten”, Redford desaparecía. “Lo conozco desde hace más de 40 años y no lo conozco, la verdad”, comentaba Paul Newman en una entrevista. William Goldman nos deja ver aún más este lado proteccionista de Redford con una anécdota. Grabando Todos los hombres del presidente, la tercera película en la que trabajaban juntos, Goldman le pidió que estuvieran en contacto. “Se negó a darme su número de teléfono fijo”, explica, “tuve que hablar con él a través de su secretaria. Es así de reservado”.
Esta protección de su intimidad le permitió algo que pocas personas podemos hacer en el siglo XXI, en la era de la hiperconexión: conocerse a sí mismo. Y para ello, Redford sabía que ninguna emoción es despreciable.
“Una parte de mí se siente atraída por la naturaleza de la tristeza porque creo que la vida es triste, y que la tristeza no es algo que deba evitarse ni negarse. Es una realidad, como lo son las contradicciones”, asegura en su entrevista.
Abrazar la tristeza, la soledad, las partes más oscuras de su vida no solo lo convirtió en un actor impresionante, sino que le permitió sobrevivir a Hollywood sin convertirse en una sombra de sí mismo. Sin dejar que la fama se le subiera a la cabeza.
A salvo de ese ego desmedido que puede dejarnos sin herramientas ante los momentos duros de la vida. Porque cuando creemos que somos especiales e importantes por nuestros logros, nuestro éxito, nuestras posesiones o nuestra fama, nos desprendemos de las armas que nos permiten sobrevivir a la oscuridad. El ego lo invade todo.
Robert Redford lo sabía, y vivió con esa advertencia cada paso que dio en su camino. Ahora, su mensaje puede servirnos de ejemplo para no convertirnos jamás en el personaje, y vivir con la mayor autenticidad posible. Y para ello, sí, a veces tenemos que abrazar la tristeza y las partes más oscuras de la vida.
Redactora especializada en estilo de vida, bienestar y cultura