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Por Elías Prieto Rojas
Seres humanos nacen a diario indistinta su raza, credo, condición social, tamaño, peso y color de piel; de todas maneras, cualquiera puede y tiene derecho a existir; demasiados individuos pueblan el planeta, pero, y ahí está el detalle, decía hace treinta años Mario Moreno “Cantinflas”: cada uno, en medio de la montonera, anhela ser protegido de la injusticia, o de la violencia; que no lo roben, invicto ante las traiciones e hipocresías.
Sólo que nadie cuida a ninguno, hacen falta criaturas entregadas a la causa de servirle al prójimo.
Y entonces –otra vez-, ahí está el detalle…
Se necesitan héroes.
Cómo lo oye: héroes.
Sólo que éstos no abundan, siguen escasos.
Desde los albores de la presencia humana sobre la tierra hemos querido sentirnos blindados, que nada nos afecte, inmersos en el río de la tranquilidad y de la calma. No toleramos tragedias, queremos apoyo del más fuerte, o del más astuto, o del inteligente, o del orador; es decir: de aquel intrépido que con su lengua nos pone a marchar a todos.
Sin embargo, en la génesis de la vida, en el momento mismo de la aparición del hombre, entre las cavernas, esos trogloditas preocupados por devorarse unos a otros, en un raro momento de angustia y cansados de tanto agite desearon pedir una tregua, una bandera blanca; estirar los cinco dedos y chocarlos para que alguien los tuviera en cuenta: de ahí que buscaron ayuda deseando no terminar engullidos.
Lo anterior me lo confesó un dinosaurio en esos raros sueños que tengo desde que me sentí esquilmado por Nicanor, el payasito de la cuadra, quien ya no ríe con sus trescientos dientes, porque creo que le robaron entre chanza y ganas hasta su sonrisa.
Recuerdo ahora mismo entre mis desvaríos a uno de los mejores poetas colombianos. Nuestro vate cantaba, entre desquiciado y cuerdo, y tal vez atortolado, por no decir que asustado.
(León de Greiff):
«Juego mi vida, la cambio, la empeño, la doy en usufructo, de todas maneras, la llevo perdida».
Y al principio fue así, de cualquier forma, la existencia “se nos antoja perdida». Porque daba miedo sobrevivir, la vida era una lotería, significaba sufrimiento, también, como ahora; sólo que, en esas épocas de antaño, el cromañón, o el neandertal padecían y morían entre lobos, puesto que, y después de todo, en medio de sus fauces terminaban los condenados como receta exquisita…
A merced de la jauría. Canibalismo, puro, era la ley del más fuerte, del «sálvese quien pueda».
Todos contra todos, como en la lucha libre.
No había tiempo para pensar en héroes, ni en protectores.
El festín de los depredadores comenzaba cuando usted se descuidaba. Había que tener los ojos bien abiertos.
El universo cambió cuando un anónimo, como en el cuento del burro músico sopló y le sonó la flauta. Invento que trastocó la historia: el fuego y la solución al frío, congelación que desaparece. Melquiades, de aventura en Macondo, parece que ya no tuvo empleo. Sus desvaríos como vendedor de hielo le hicieron perder adeptos. Para la época ártica de aquel entonces su genialidad se convirtió en mentira, porque en esas tierras perdidas el héroe era quien proporcionaba calor y abrigo.
Entonces, las cavernas se llenan de seguridad y el estropicio, de alguna manera calmó la tormenta; ya no es el frío, sino el diálogo, aún y a pesar de saber que el idioma se atravesaría como una Torre de Babel.
Buscamos héroes desde tiempos inmemoriales. El fuego colaboró. Y luego el hierro y después la rueda y más adelante el cataclismo lo produjo la aparición de la imprenta.
Para que se produjera un nuevo héroe.
Y que otra vez apareció y con su desempeño, para bien, porque empezaron a circular las ideas.
Los intelectuales mandan en el orbe.
Son los héroes que piensan.
Y es cuando aparece un monje quien comienza a confrontar los supuestos paradigmas de la religión. Cualquiera podía leer el libro sagrado y los diversos tratados donde se explica la idea en beneficio de todo el mundo acerca de la divinidad y el cisma y evangelio y con ello se produce una gran desbandada similar a la que en su momento produjo Moisés al separar las aguas del mar rojo.
Un cacareado héroe comenzaba su carrera intentando propiciar noticias de servicio al prójimo y de los milagros que cualquiera podía realizar. Bastaba la fe y gran seguridad para convencer; se conocía que los cerdos poseídos eran arrojados al abismo y así los hombres empezaron con su capacidad de entrega a tener garantías de la otra vida. Ya no eran derrotas ni indulgencias de sólo unos pocos. Cualquiera podía acceder a la vida eterna.
Después, un Quijote llegó y puso patas arriba la historia. Allende los mares surge el caballero loco con su fiel escudero Sancho. Y ese hombre desnutrido y famélico ladraba:
“Si los perros ladran es que vamos avanzando Sancho”.
Y la vida con sus locuras y nuevos héroes aparecen en la distancia.
Antes en las tierras del norte y del sur y del occidente, mejor dicho, en los cuatro puntos cardinales la rebelión de las masas empieza a elegir proclives hombres y mujeres empeñados en originar revoluciones por doquier.
Ya no son los usurpadores, ahora son los grandes próceres de la historia con su descarnada obsesión de justicia, por supuesto que cansados de tantos atropellos, culpa de europeos canallas a quienes se les conoce como los conquistadores.
Un venezolano de apellido Bolívar les puso la bayoneta a estos mal nacidos sobre el pecho y con él un Francisco de Paula Santander y mi general “El bravo Páez”, y otros guerreros granadinos se dieron a la tarea de rescatar en medio de su dolor a tanto pueblo esquilmado y dolorido.
Jugando con el tiempo, más adelante, Eduardo Galeano escribe un libro que todavía se vende en quioscos y tiendas:
“Las venas abiertas de América Latina”.
Su investigación de muchos años nos enseña acerca de los desmanes y vilezas de aquellos maleantes. Nuestras indias padecieron sus burlas y acosos y todavía rueda y pulula por nuestros países la sangre caliente de aquellos patriotas quienes al recordar semejantes masacres empuñaron las armas para detener ordalías y atropellos brutales.
Pero acá me quiero detener un momento. Pueden ser treinta segundos, o un día entero. O puede ser un mes. Una heroína que se recuerda con cariño llevada al cadalso en medio de su frustración y olvido; esa dama y valerosa mujer: a sus paisanos y compatriotas, entre los estertores de su agonía, a todos los cobardes y pusilánimes, y teniendo de testigos los vientos del mundo, a cada uno, ella como un ciclón, les gritó:
“¡Pueblo indolente, cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad!”.
Policarpa Salavarrieta, la heroína de Guaduas, todos los días nos habla desde su lecho invitándonos a seguir su ejemplo.
Una heroína, de verdad.
Y la revolución industrial y la cuestión social y las encíclicas y las asonadas de octubre. Y Trotsky, Lenin y su combo. Y ayayaii papá que, dentro de poco, ya viene la guerra fría.
Pero, un momento, antes de los mísiles…
El periodismo se engalana con el surgimiento de diversos personajes que llenan de tinta los periódicos y nuestro amigo y una de las primeras tiras cómicas sobre el planeta: “Yellow Kid”.
Un pálido héroe inunda las rotativas para que el cuarto poder emerja con sus grandes titulares, pero también con sus posturas de placer e interés e información y las aventuras cabalgan sobre la historia.
Y el hombre de acero irrumpe como el adalidad que defiende al individuo de los malestares, ya no de estómago, sino de la maldad encarnada en pingüinos y en pillos de cartel como el famosísimo “Guasón”, y ahí va a ser: Ciudad Gótica nos deja ver las hazañas del hombre murciélago.
Ya no se dice: “este es un trabajo para Superman”, ni a “volar por la justicia”; las alas se agitan, una vez más, en defensa de la verdad y los valores sociales se engranan con otros seres que luchan para combatir la perversidad. Héroes que venden tiras de papel en grandes cantidades porque en esa nueva época los escritores toman partido e irrumpen como heraldos de la libertad con sus invictos personajes, los cuales ahora tienen armas:
Sherlock Holmes, elemental mi querido Watson y Dick Tracy, entre muchos que se calzan los zapatos y los guantes para combatir a los maleantes…
Más adelante la historia se desvirtúa con filosofías baratas porque el alcohol emborracha y hace perder el juicio. Y no es tributo para héroes, mejor son hampones los que empiezan a generar ríos de sangre en contra de la civilidad. Al Capone con su séquito de mafiosos inunda el mercado y el común de los mortales son testigos de los bacanales que organizan, ya no los dueños de las galletas, sino los fanáticos del dinero que todo lo compra.
Sólo que otro tipo de historias se esparcen sobre las pampas: el oeste con sus leyendas de petróleo y de oro y las diligencias que surcan praderas, valles y montañas mientras el grito desafiante del llanero Solitario cabalga sobre su fiel caballo, Plata:
“¡Hi-yo, Silver, away!”
Por ahí, se repite el mensaje, la plata y el oro enfatizan su poder de seducción y enquistan sobre la tierra una sociedad de consumo donde los grandes capitales propician e imponen su credo.
Pero los creadores, en medio de su malestar, no se quedan inmóviles y comienza la batalla, otra vez, por las ideas…
«Aquí Radio Rebelde, la voz de la Sierra Maestra, transmitiendo para toda Cuba«…
Esas palabras, las primeras que se trasmitieron para toda la isla, el día memorable del triunfo castrista contra la dictadura de Fulgencio Batista siempre nos helará la sangre.
La revolución cubana, sus consignas, el Che, unos frescos héroes que soportaron la ignominia, pero que con el correr de los días desvirtuaron su lucha.
Y por otros puntos de la misma tierra, en la India, un hombrecito famélico, con su túnica blanca, consumiendo leche de cabra. Un día cualquiera irrumpe en el parlamento inglés. Los allí presentes se burlaron de la pinta del hindú. Sólo que Mahatma Gandhi, fiel a sus principios, les dio una lección de coraje y de carácter. Nunca jamás los británicos olvidarán el discurso pleno de ética, corazón y verdad. Después de cuatrocientos años, la India recuperó su libertad. Y sin disparar un solo tiro…
Otro héroe de verdad, de carne y hueso. Duró veintisiete años en las mazmorras de Suráfrica por defender a su pueblo. Recibió el premio Nobel de Paz. Su lucha, es la lucha de todos los hombres libres del planeta. Porque se debe acabar el racismo, puesto que ningún hombre es inferior. Todos somos iguales. Y cada uno tiene derechos, pero también se debe cumplir con responsabilidades y obligaciones.
Nelson Mandela nos hace reflexionar con su vida. (La película “Invictus”, nos muestra al héroe en toda su dimensión).
Pero no todo puede ser trascendencia. Jugando por enésima vez con el tiempo de la historia, el cine mudo nos hace reflexionar. Charlen Chaplin nos deslumbra con sus “Luces de Nueva York” y nos dice al oído que existen peligros como el obsesivo amor por el trabajo en detrimento del ocio y de la diversión.
Y ahora sí, una frase célebre que se intuye en las brisas de Méjico y sus alrededores y que está a punto de inundar los rincones de la América latina con su inolvidable:
-Oh, ahora quién podrá defendernos-.
Se asoma El Chavo del Ocho con su desconcertante asalto a las salas de cada uno de los hogares con su banda de saltimbanquis que incluye a la Chimitrufia y al Doctor Barriga y Don Ramón y el profesor Jirafales y Kico y los otros que son los nuevos héroes del ridículo y del desparpajo.
Héroes, como dijera un amigo “para las meras risas”. Son otras épocas donde, además el cine sonoro – qué bella Marilyn Monroe- inicia su ascenso con las grandes producciones que aterrizan historias con nuestro amigo Coppola quien cobra inmortalidad trayéndonos a Marlon Brando con su destacada participación en “El Padrino”. Un rufián que se las tira de héroe como otros más que surgen por ahí como el bandido llamado Pablo Escobar que, y como producto de su fortuna, por la venta de cocaína, la droga que mata, entrega casas y dinero para los pobres y así éste se convierte en el Robín Hood moderno.
Pero, no debemos, hacer apología de la mafia, ni mucho menos decir que son héroes quienes oficiaron de villanos en la sagrada nación colombiana.
Y ahora en la actualidad ingenieros de sistemas son los que incitan la rebelión con la inteligencia artificial y Pegasus software pleno de espionaje para desnudar las intenciones de nuevos mafiosos que son los que mandan sobre el planeta.
Les dicen políticos.
Matan, engañan, corrompen y mientras tanto Micaela la muchacha del servicio de mi amigo Tres Palacios ya no tiene qué comer porque no tiene dinero; la poca plata que gana no le alcanza y así entre cañaduzales vende su cuerpo para susurrar entre sus amigas y a través de su canto ladrarnos como en la canción de María Luisa Landínez que ella también tuvo su “amor perdido”.
Los únicos que nos quedan a salvo, por ahora son los policías y los bomberos.
Recuerdo ahora un video de Facebook donde un hijo se gradúa de policía. Y el hombre corre presto y con su diploma hacia el sitio donde se encuentra su mamá. Y frente a ella y en posición firmes y haciendo el saludo militar le declara su amor eterno a su madre, lo más bello que hay sobre la tierra.
Y ya para terminar, porque la vida no se queda con nada ajeno. Antes de entregar armas debo confesar, absoluta admiración por los bomberos. Para mí, y perdón por hablar en primera persona, ellos son los mejores servidores del planeta. (Más adelante y en otra crónica, mis queridos lectores les diré por qué): ellos son mis héroes.
Faltan más… sólo debo terminar diciendo que Colombia acaba de ganar el Campeonato Mundial de fútbol para amputadas. Ellas tienen una sola pierna, o apenas un brazo, y también una muleta las acompaña. Pero, hoy, esas heroínas le han dado a nuestra nación la Gloria.
Bienvenidas campeonas.
Miércoles 13 de noviembre, 2024.