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Por Elías Prieto Rojas
La única vez que jugué fútbol con un argentino, hoy la recuerdo, pero debe ser para el olvido. Atajaba, había sacado cinco disparos, mal contados, de los atacantes criollos y permanecía invicto. Se terminaba el partido. Un zurdito se escapó y corrió como una gacela, y cuando salía a cerrarle el ángulo, el artillero xeneize lanzó un misil a trescientos kilómetros… a veces tengo pesadillas, en punto de las tres de la mañana (la hora de los fantasmas), porque después de tantos años, aún no sé qué pasó con ese meteorito.
Algo parecido le ocurrió a un fantástico guardameta inglés. El cancerbero se llama Peter Shilton. Un atajador nato, aunque un poco torpe al levantar vuelo. Me refiero a que en medio de los tres palos era un señor arquero, pero al salir a rechazar con los puños, medía mal la distancia, y siempre quedaba pagando, es decir la redonda se la metían dentro del marco.
Aquella vez, se jugaba el partido del honor. Los ingleses, orondos como cualquier gentleman, al defender su natal Londres, le venían haciendo la fiesta, hacía rato, a la yuta, y a los rioplatenses, xeneizes, lunfardos y demás, incluido al inmortal Borges, a quien no le gustaba el fútbol; pero algo había que inventarse, porque la ofensa era mayor: ¿cómo así que luego de haberse apoderado de las Malvinas, y de ñapa, once jugadores ingleses querían demoler a Maradona y su corte?
Y la historia nos cuenta que el diez tenía los cuatro ases y también guardaba –el de repuesto-, debajo de su cintilla de capitán, porque el líder de un equipo, más que nunca, en el terreno de juego es dónde debe hacerse respetar: los galones se adquieren en el frente de batalla; ahí los generales ganan, o pierden la guerra…
Y entonces el diez argentino, salió como una exhalación rumbo al pórtico inglés. El hombrecito se acordó del barrio que lo vio nacer, su Lanús del alma; y por su mente desfilaron su esposa y sus hijas, su madre y su familia; y el Pelusa enfiló rumbo a la proa del portaviones “Invencible” de la armada británica y con una sola mano derrotó al gigante marino y a toda la legión inglesa.
El mundo conoce la luciferina jugada –vaya contradicción-, como “la mano de Dios”; y ese inolvidable día quedó en la historia, en la retina de millones de hinchas que vieron cómo ese pequeño jugador, y con su astucia, ridiculizó, y puso de rodillas a toda la nación británica.
Pero había más.
Porque cuando un hombre tiene talento, se equivoca, aunque también hace, cuando quiere, lo que se le dé la gana.
Varios minutos después, ese exquisito jugador argentino, desde su propio campo se apoderó de la pelota que, sometida a su capricho, cautiva y enamorada, con ella los fue burlando, uno por uno; cinco rudos jugadores ingleses que metieron manos y patas y que intentaron reventarlo con la premisa “que aquí pasa la bola, pero no el jugador”: anonadados, aún no se explican qué pasó aquella inolvidable tarde de verano.
Decirles que no fue gol, todos ustedes me pueden tildar de mentiroso…
Jorge Valdano, el filósofo del fútbol, luego de esa magistral jugada solo atinó a decir: “Fue toda una obra de arte”.
Y el director técnico del onceno inglés, Bobby Robson, cuando fue entrevistado, meses después de la hecatombe, tragando saliva gruesa sentenció:
-De noche tengo pesadillas pensando en aquel gol. Todo sucedió tan rápido…
Ese ha sido el mejor gol de un cerebro del fútbol, reconocido en los libros de todos los mundiales.
La estocada final se presentó el domingo 29 de junio, año 1986. En el estadio Azteca de México, la selección argentina, de la mano, el cerebro y los dos pies, de su máximo ídolo, se alzó por segunda ocasión con la Copa Mundo de fútbol.
Ahora veo por las redes sociales a ese mismo jugador con los guayos puestos, sus cordones desamarrados, calentando sus músculos: salta, acaricia la pelota, la duerme; una sinfonía de belleza visual y plástica que no tiene excusa alguna; el genio mira a la distancia y sin proponérselo se siente dueño de la felicidad…
El mejor diez en fútbol que ha producido la Argentina murió como los héroes: acompañado hasta el último adiós por todos sus fanáticos.
Y desde ese día, y todos los días, una mezcla rara, mitad audio y constelación, diría que sonido, polvo y ceniza de la vía láctea, circula por su Buenos Aires querido, pregonando un cántico, según el cual, y porque gran parte del orbe admiró su fútbol y su destreza que…
“Ha sido el mejor jugador de futbol de toda la historia”.
Paz, respeto profundo y gloria a su nombre inmortal…
Y otra vez el mismo torbellino y ráfaga cósmica se desvanece en medio de la aurora argentina:
“Ha sido el mejor jugador de fútbol de toda la historia”.
Ahora mismo deambulo por la calle Caminito en el barrio de la Boca mientras un anciano sabio, creo que ciudadano del mundo, escucha el inaudible estribillo y con su viejo bastón señala las nubes… me mira con sus ojos cansados alcanzándome a murmurar…
“Pero, y para ser honesto, yo no sé qué dirán los fanáticos de Edson Arantes do Nascimento” …
Y la verdad, yo no sé qué decirles…
Septiembre 22 del 2021. (Derechos reservados).