News Press Service
Por Elías Prieto Rojas.
Propició todo lo que se necesita para ser un buen jugador de fútbol. Nada de fumar, ni bebía alcohol; se acostaba temprano, mientras duró su vida y visualizó los goles que necesitaba cantar; corría los cien metros planos en once, punto, dos, y entrenaba. Todos los días, en la mañana y por la tarde. De gran técnica: la paraba con el pecho, la dormía entre sus pies, cabeceaba, cerraba espacios, achicaba, metía pierna fuerte y lo fundamental: sudaba la camiseta. Mejor dicho: nadie igualaba su capacidad para el drible, ni para el regate, ni tampoco se escondía el varón cuando el rival lo asustaba con su patada aleve y mortal. Pero, a la hora de pegarle a la pelota, sus disparos eran mortecinos, es decir tenía más fuerza un hombre sin comer durante tres días: tiros lentos, sin dirección, débiles. El entrenador, conociendo su poca fortaleza para enviar el balón fuera del estadio, lo ponía, todos los días, a levantar pesas con sus dos pies. Hacía que un compañero de gran peso y tamaño se montara sobre él y montaña arriba el volante mixto coronaba la cima. Y exhausto y sediento el ocho bajaba a devorar pitaya, a escondidas, para limpiar su organismo y así recuperar sus fuerzas: tamal, caldo de costilla y arepa antioqueña eran sus alimentos de predilección. Un día y bien llenito, en el último partido de la liga, el director técnico le propuso la misión más osada que se le puede encomendar a cualquier futbolista:
-Tenés que marcar al diez por toda la cancha, respírale en la nuca, acósalo, no lo dejés pensar, y si al hombre le quedan fuerzas ya sabes: ahí te paso dos agujas para que lo ensartes en ese culo cuando vaya a meter el gol…
El pobre volante mixto, azorado, llegó esa noche a mi casa –en ese momento yo era el psicólogo- y en detalle me contó sus cuitas; no lo podía creer: era la primera vez en mi vida que un jugador de fútbol había sido contratado para una cochina tarea. Y recordé las desventuras de un gran equipo argentino que utilizaba artefactos peligrosos para meterle miedo a sus rivales. Y para colmo de sus desdichas se hacía llamar “Estudiantes” … Y con ese credo conquistó, alguna vez, la Copa libertadores de América.
Qué le iba a decir al pobre hombre, si su comida, y la de su familia, dependía de un balón de fútbol. Lo único que se me ocurrió fue decirle que no volviera a consumir pitaya antes del partido. También le aconsejé que antes de iniciar el cotejo se acercara al Diez del equipo rival y le ladrara…
-Cómo así, no entiendo, que le dijo, le comentó Maritza a su psicólogo:
-Pues fácil, el volante mixto se acercó y le susurró al Diez:
-Armador: en este momento Patricia tu señora está haciendo el amor con Eugenio, tu mejor amigo; ahí que… yo me iría para la casa de inmediato…
-Y qué sucedió después; -la mujer del profesional urgió pronto una respuesta.
– Pues el Diez le tumbó los dos dientes centrales al volante mixto, y antes del pitazo inicial ya el árbitro había mostrado una tarjeta roja…
Comienza el cotejo, la final empieza, los ánimos están caldeados…
18, de septiembre, 2021.
(Derechos reservados).