Bogotá, News Press Service. La Colección Filatélica del Banco de la República tiene como objetivo la conservación y difusión del patrimonio cultural colombiano en el campo de la historia filatélica y postal del país, y tiene sus orígenes en la apertura del Museo Filatélico de Medellín, el 6 de junio de 1977. En este espacio mes a mes destacamos una de las piezas que hacen parte de la Colección Filatélica del Emisor que, cuenta con cerca de 300.000 estampillas colombianas y de los demás países del mundo
Esta estampilla se emitió en 1978 con motivo del milenario del nacimiento de la lengua española. En realidad, una lengua no nace de un día para otro; de lo que se trataba era de celebrar la primera aparición -de la que se tenga noticia-, del castellano en textos, más exactamente en el código del siglo X, conocido como emilianense. Allí, entre las líneas de un documento en latín, un monje anónimo de La Rioja escribió una frase de 43 palabras en romance español, nada más que lo que ya se hablaba vulgarmente.
Distintos países hispanoparlantes adhirieron a la celebración, entre ellos Colombia, con este tríptico que en filatelia se conoce con el nombre de se-tenant de tres estampillas. La pieza reproduce el mural “Apoteosis de la lengua castellana”, que la Academia Colombiana de la Lengua le encargó en 1960 al pintor Luis Alberto Acuña, con el patrocinio de Ecopetrol. El fresco representa los momentos cumbre del idioma a través de sus mayores obras literarias a ambos lados del Atlántico. Aparecen desde El Quijote y Sancho Panza hasta Efraín y María, pasando por el Cid Campeador, Amadis de Gaula, Guzmán de Alfarache, La estrella de Sevilla, la Celestina, el Lazarillo de Tormes, Segismundo (de “La vida es sueño”), don Juan Tenorio, el alcalde de Zalamea, Caupolicán, Gonzalo de Oyón, doña Bárbara, Martín Fierro, el Periquillo Sarmiento, Cumandá, y Peralta (de “A la diestra de Dios Padre”). Es decir, un relato sin rupturas desde los personajes del Siglo de Oro español hasta el costumbrismo colombiano. Curiosamente, Acuña era uno de los principales exponentes del movimiento Bachué, una corriente artística que promulgaba la vuelta a las raíces en contraposición al europeísmo de los estilos academicistas. El manifiesto “Monografía del Bachué” declaraba: «Ya es hora de que le demos un adiós a Europa y enfoquemos toda nuestra atención hacia el trópico, porque solo reencarnando el ayer, y defendiéndolo con un crudo nacionalismo, podremos salvarnos de la europeización que acabará por mediatizarnos y reducirnos a un vasallaje ignominioso”. La pintura en cuestión, sin embargo, refleja la posición ambivalente de Acuña, que no renegaba del pasado hispánico, pero abrazaba su naturaleza mestiza. Para Acuña, el nacionalismo que proclamaba el arte Bachué era la fusión de dos tradiciones, que, aunque originalmente estuvieron enfrentadas, se consustanciaban en la identidad híbrida del pueblo colombiano. Una postura diametralmente opuesta al muralismo mexicano, que repudiaba la herencia colonial, nunca mejor ejemplificado que en “Epopeya del pueblo mexicano” –