News Press Service
Por Elías Prieto Rojas
Ese día se levantó temprano con demasiados pájaros piando entre los matorrales y el canto como un bálsamo inundó sus sienes e hizo que despertara de su letargo; ya la resaca había quedado atrás y tal vez ese dolor no le dejó comprender el riesgo que corría de nuevo porque una inmensa polvareda amenazaba las casas y todo lo que se moviera.
Era un volcán que amenazaba explotar y ya en los corazones su estallido se insinuaba donde negros nubarrones auguraban la tragedia.
Su cabaña se erigía en medio de la llanura y se prometió que bajaría pronto a la ciudad, para evitarse futuros problemas; traería mercado para su familia. La derrota todavía seguía fresca en su cerebro y la opinión pública seguía inconsolable, desencantada; los jugadores habían dejado la última gota de sudor en la cancha, pero como siempre se perdía.
Un término que otra vez hacía carrera en nuestra amada Colombia:
“Jugaron como nunca y perdieron como siempre”.
Por uno, dos o tres goles. Y el mismo sabor y pesimismo se venía presentando desde hacía muchos años, aunque ahora un autogol introducía mayores objeciones al desempeño de la tricolor.
De Antioquía, el jugador. Defensa central. Y de los buenos. Elegante en el manejo de la pelota. Recursivo, -Salí con pelota dominada le decía el odontólogo. Su equipo era favorito para ganar la Copa Mundo en los Estados Unidos.
Venían de golear a la Argentina 5 – 0. Un cinco de septiembre ocurrió esa hazaña. Los mismos hinchas argentinos aplaudieron el juego de esa gran selección. Ese día en nuestra patria boba se rompieron huevos, harina y hubo licor para todo el mundo.
Jugadores de todos los rincones del país conformaban un equipo de antología: Oscar Córdoba, el mejor arquero que he visto en mi vida defendiendo los tres palos del combinado nacional. Un negro azabache, dueño de una endiablada gambeta y tal vez el más brillante delantero que maduraba, de a pocos, para disputar el honor de ser el más destacado en el concierto mundial, a expensas de Maradona y su corte. Y también contaba nuestro elenco con un monito samario de una exuberante melena a quien apodaban “El Pibe”. Y otros exquisitos futbolistas de talla y peso orbital.
Muchos años después se vino a saber de indisciplina y una fuente seria contó que varios jugadores del elenco criollo se habían ido a las manos en el camerino; he ahí los chismes de aquel famoso torneo de la Fifa,1994.
El príncipe bajó en su coche, un deportivo. La fiesta transcurría normal. En la discoteca el licor rodaba y los asistentes departían mientras el país se sumía en una profunda violencia por culpa del narcotráfico y de la injusticia.
La aurora venía. El volcán ahí, en silencio. El almanaque Bristol anunciaba un rotundo “2 de julio de 1994”. La discoteca: “El Indio”, Medellín, la ciudad de la eterna primavera. El Metro todavía no se estrenaba en la tierra paisa…
Noticias Uno, fue el primer telenoticiero que publicó la infausta noticia. Fueron muchos disparos. Seis se incrustaron en sus pulmones, la garganta y por todo su cuerpo. El caballero del fútbol murió asesinado. A los 27 años se apagó una vida. Una más en ese mar de dolor y de tragedia que por aquellos días vivía nuestra patria.
El mundo del fútbol lloró y los paisas y todos los nacionales sentimos que un pedazo de nuestro corazón murió con él.
No era posible tanto dolor, pero así sucedió.
Ahora cierto eximio futbolista como un caballero de la noche recorre los estadios de nuestra patria y a la hora de empezar cualquier cotejo, en punto del inicio, siempre nos recuerda:
“Ojalá que esto nunca vuelva a suceder.
Y entonces su salto en un tiro de esquina se ejecuta a la perfección y con un demoledor golpe de cabeza la pelota se anida ya no en su cabaña, sino en el recuerdo de los tiempos…
Septiembre 20, 2021.
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