Por Gerney Ríos González
Los 10 principales ferrocarriles de Colombia se gestaron en los gobiernos regentados por los miembros del Olimpo Radical, presentándose un contundente antagonismo de los opositores políticos al ferrocarril del norte, constituyendo un obstáculo para la génesis de la infraestructura vial en Colombia.
Manuel Murillo Toro, Eustorgio Salgar y Aquileo Parra, lucharon en favor de edificar vías férreas a lo largo y ancho del país y por la implementación de obras públicas a nivel macroeconómico. El tolimense de Chaparral, Murillo Toro, quien con la triada lideraba el logro de la paz, la educación laica y el equilibrio del presupuesto nacional, lo esencial constituía “estructurar las grandes vías de comunicación que el país demanda, que podemos acometer, con perfecta seguridad de llevarlas a la cima, las que están en la mente y la aspiración de todos los amigos sensatos del progreso. No nos quedan más enemigos reales por combatir que las distancias y las montañas y a esta lucha debe consagrarse toda nuestra energía”.
El Olimpo Radical, periodo desarrollado en Colombia entre 1863 y 1886, gobernado por liberales extremos, promulgaron la Constitución de Rionegro, con profundas reformas administrativas, culturales y políticas, allí nacieron los Estados Unidos de Colombia, graficada por una organización federal; la educación pasó a ser laica, independiente de la iglesia católica, además, se fortaleció la libertad de prensa, de asociación y de culto.
La Constitución de Rionegro, promulgada en 1863, estableció una confederación de nueve estados soberanos que tenían autonomía fiscal y de sus sistemas legales, propiciando aumento en el recaudo de impuestos y en el gasto público; caracterizado por desarrollar las comunicaciones y las infraestructuras colombianas.
En Barichara, Santander, nació en 1825, José Bonifacio Aquileo Elías Parra Gómez, un campesino de modesta cuna con pocos años de escuela elemental, a quien su espíritu de progreso lo vinculó desde joven a los libros y al comercio de los productos de su región, bocadillos de guayaba, tagua, quina, sombreros y café, los que canjeaba por mercancías. Desde joven viajaba por el penoso y malsano camino del Carare, con su recua de mulas hasta los puertos del Magdalena. El río constituía el medio de transporte entre el interior del país y el mar, conector de negocios que atraía a los mercaderes de productos nacionales e importados.
“Aquileo Parra fundó la primera casa de comercio establecida en la región de Vélez, cuyos beneficios le permitieron dedicarse a actividades culturales y políticas. El frecuente trasegar por la ruta Carareña lo convirtió no sólo en un próspero comerciante, sino en un persistente soñador de una vía que promoviera el progreso de las aisladas regiones santandereanas y concibió el desarrollo de las comunicaciones a través del Ferrocarril del Norte”, comenta el jurista y politólogo, Carlos Ariel Serrano Sánchez, presidente del Colegio de Abogados de los Santanderes y exalcalde de Vélez.
Sus inquietudes de autodidacta lo llevaron a los libros y a auscultar el mundo; pese a la falta de enseñanza básica, se convirtió en un hombre culto, experto en varias materias entre ellas la hacienda pública, conocimientos que le merecieron un destacado lugar en la política. Participó activamente en la Convención de Rionegro en 1863 al lado de los miembros del Olimpo Radical, agrupación que lo contó entre sus más egregios exponentes. En 1866 viajó a los Estados Unidos y a Europa en donde se empapó de las nuevas teorías políticas y conoció el progreso que estaban alcanzando esos pueblos gracias a las facilidades que les brindaba la telaraña de carrileras que cubría sus territorios.
De regreso, vinculado a la política, a la legislatura y a la administración pública, inicialmente en su Estado y posteriormente a nivel de la Unión, promovió la obra del gran Ferrocarril Central y gestionó con ahínco el proyecto de construcción del segmento que buscaba unir el río Magdalena con la capital del país por la ruta del norte, vinculando a su paso las regiones de Boyacá y Santander. En el camino que recorrió por el difícil desierto de la política, se convirtió en la antítesis de Rafael Núñez, “el regenerador”, no sólo como su antagonista y a quien derrotó en las elecciones de 1876. Fue el símbolo del pensamiento liberal que el Olimpo pretendió establecer en un país, que aún al terminar el siglo arrastraba un lastre colonial.
Las dificultades que tuvo que enfrentar en su juventud por falta de adecuados caminos y de educación primaria lo impulsaron, al llegar a las más altas dignidades de la nación, a plantear como la fórmula para conseguir el desarrollo, la construcción de caminos, un ferrocarril de pasajeros y de carga desde Bogotá hasta la Costa Caribe pasando por Bucaramanga, eje integrador de las vocaciones geopolíticas y estratégicas de las regiones andina y caribe.
La Regeneración, en el gobierno de Rafael Núñez, cuya influencia se prolonga en el tiempo hasta después de su muerte, cambió la propuesta federal, laica, permisiva y modernizadora, preconizada por el Radicalismo desde la Constitución de 1863, en sistema centralista; clerical y autoritario, reformas que requirieron tres guerras civiles y miles de muertos para ser impuestas. En la historia política del siglo XIX queda flotando una pregunta: ¿Cuántos de esos cambios que modificaron la nacionalidad colombiana se debieron a las convicciones conservadoras y católicas de Núñez, y cuántos a su interés de halagar a los políticos y a las autoridades eclesiásticas, inclinando la opinión y el báculo hacia el perdón de sus devaneos políticos y amorosos? Del siglo XIX al siglo XXI, cambalache puro. El Ferropetro, integrador de vocaciones geopolíticas, avanza, con el ritmo del “cha cha cha” del tren.